Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

jueves, 14 de enero de 2010

Los Toros, 5

MacVamp

No pude evitar ser parte de la cofradía tan particular que formaba mi familia. Los santos patronos tenían nombres como San José Belmonte, San Alberto Balderas (el Torero de México, como lo llamaban allá por la década de los '30), San Manolete, San Paco Camino y San Manolo Martínez (uno de los 'mandones' de la Tauromaquia de mi tierra). Yo no preguntaba, sólo observaba, con los ojos muy atentos y los oídos prestos. Hasta el mínimo detalle tiene una explicación: para nosotros lógica, para otros, inverosímil, inexistente. Pero si eres de sangre tibia, si eres incapaz de sentir pasión por algo o por alguien, miras al mundo con afán desabrido.

No reniego de mis raíces, ni de lo que puso el pan en mi mesa cada día sin falta y con sacrificio: subalternos, matadores, artesanos, aficionados prácticos y ganaderos conforman la mayor parte de mi familia. Demasiado pronto aprendí a respetar a todos y cada uno de los que, con valor ante todo, pisan un ruedo manteniendo a rajatabla viejos códigos, para algunos anticuados o dignos de ser erradicados porque no tienen cabida en un mundo moderno y muy civilizado.

No puedo mentir, lo llevo en la sangre y es mi corazón el que lo refuerza hasta que deje de latir. Me emociona, me sublima, me asusta y también me enardece. Y vivo, y siento, y me exalto y disfruto. Tragedia y gloria al mismo tiempo., una al acecho de la otra en cada segundo que transcurre el legendario enfrentamiento de hombre y bestia. No soy capaz de apreciar el arte de un Miró, pero cuántas fibras me remueve un pase de muleta estético y bien ejecutado. La taquicardia se dispara cuando percibo la entrega de aquel que busca crear arte donde otros buscarían huir.

No tuve el valor suficiente. Me faltaron cojones, lo siento. Sin embargo, he podido estar muy cerca en algún tentadero delante de una becerra. Me faltó vocación para encarar a la muerte cada tarde por mero gusto, jamás por imposición, porque el cuerpo y el alma piden crear arte en apenas quince minutos de lidia. Pero cómo disfruto y paladeo la belleza trágica que habita en el albero. La captura de un momento efímero que podría pasar desapercibido si no se mira apasionadamente.

No quiero convencer a nadie. No pretendo hacer proselitismo de una parte tan importante de mi vida, porque, a fin de cuentas, ¿cómo logras hacer entender que lo que para ti es vida, es belleza, entrega, valor, honestidad, valentía para otros sólo es masacre y tortura? Quizá todo radique en que este mundo moderno en su intento por esterilizar y sobreproteger, también busque arrebatarnos los instintos y las pasiones. Tal vez intente convencernos de que no hay muerte, de que el valor está en desuso. De que debemos sentir vergüenza por brindar admiración y respeto a aquellos que con una bestia puede crear filigranas de arte.

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martes, 12 de enero de 2010

Los Toros, 4: Lo inexplicable

Lenka
en Esperando a los buhos

Cuando me preguntó por qué, intenté explicarle que aquello era un arte, una sublime y hermosa manifestación de valor y bravura, un baile cara a cara con la muerte, la lucha ancestral entre el hombre y la bestia. Le hablé de tradición, de ritual, de sentimiento, de emoción, de algo inexplicable y hondo que navegaba por las venas de todo un pueblo, de una identidad común, de mil historias que habían ido tejiendo esa otra Historia con mayúsculas, de mil recuerdos y nostalgias de tardes de sol y nervios, de la insostenible excitación de la vez primera, de rito iniciático, de hombres corajudos y arrogantes, de asombrados ojos de niño, de sangre y arena. Le hablé de magias que no debían perderse por la ceguera cándida de unos pocos (ni siquiera de muchos), de cómo injustamente esos otros se apropiaban del amor y el respeto al noble animal, cuando qué sabrán ellos, qué sabrán de criarlos con mimo y esmero, de pasmarse ante su brío indomable, de llenarse de orgullo contemplando con qué arrestos y dignidad se baten hasta el último aliento. Qué sabrán ellos, claro, que ni comprenden ni maldito intento que hacen en comprender la verdadera naturaleza de un ser tan poderoso que jamás ha pedido ser salvado y que, sin duda alguna, sería condenado a una suerte peor si la fiesta desapareciera.

Y me salió con los derechos, claro. Como si un animal, por bello y noble que sea, tuviera derechos. Cómo puede tener derechos quien no tiene deberes ni puede reclamarlos ante un tribunal? Qué majadería. Parecía no entender que se pudiera amar de corazón a un ser vivo mientras se le negaba el derecho más fundamental y se gozaba viéndole morir. Se empeñaba en tergiversarlo todo, señalando con tozudez el desatino de, en nombre del amor, mantener porfiadamente la muerte como único destino posible. "Pero no dices que amas al toro? Cómo es que por amor y respeto disfrutas viéndole torturado? Cómo puedes amarle y afirmar que su única utilidad es esa, sangrar para elevar tus sentidos? Cómo puede ser eso amor y necedad lo que mueve a otros a desearle otra suerte? Te mato porque te amo? No lo entiendo". Claro que no lo entendía. No todos entienden el arte. Es inútil intentar explicarlo. Lo sientes o no lo sientes.

Y si no lo sientes, demonios, no te aferres a estúpidas ideas. No humanices a un animal ni le otorgues sufrimientos que no padece, ni derechos que no le pertenecen, ni te empecines en defenderlo cuando no se te ha pedido. Son excusas, meras excusas tuyas para justificar tu sensiblería. El toro es bravo y noble, nació para ser lidiado y para danzar en la plaza en ese sublime banquete de la parca. Y el hombre que se planta delante y lo desafía encarna lo más grandioso que imaginarte puedas. Es soldado, es poeta, es matador. "Pero no me echas en cara que humanizo al toro? Por qué hablas tú de nobleza entonces? Es un animal, qué pinta la nobleza en todo esto? Toda esa palabrería tuya no serán excusas para justificar un vulgar acto de sadismo?" No entiende nada. Esto es una pérdida de tiempo.

Ya que te obstinas en tus sandeces ñoñas, y eso es lo que suelen hacer los ignorantes, querido amigo, intenta al menos respetar mi libertad. Yo veo arte, nobleza, tradición, valor, una hermosura rotunda y grandiosa que tú no alcanzas a distinguir. Bien, nadie te obliga a asistir a este espectáculo. Mira a otro lado y no trates de imponer tu moral a quienes saben ver con otros ojos. Nada hay peor que la imposición de la moral. Es de dictadores. Imagina que yo intentara imponerte mis principios por la fuerza. Imagina, por ejemplo, que te prohibiera ir al cine. Qué pensarías? "No veo a quién se hace daño yendo al cine. Para mantener la fiesta debes torturar y matar a un animal". Anda, claro, ya salió el paladín del buen rollo, el amante de los bichitos. Acaso no comes filetes, tú? "Digamos que alimentarse me parece más importante que recrearse la vista". Míralo, qué listo. También puedes pasar sin carne. "Y tú puedes pasar sin toros, imagino". No hay manera, desde luego. Cuando la gente no quiere entender, qué puedes argumentar? Animales con derechos, sadismo y hasta machismo te sacan a relucir. Lo que sea con tal de no reconocer que, sencillamente, no les gusta la fiesta porque no la entienden. Porque se dejan llevar por la blandura más cursi y mojigata. Porque, en el fondo, son unos fascistas morales y sólo sus valores merecen ser respetados. El mundo va irremediablemente camino de la imbecilidad más absoluta. Ahora hay que sentir pena por un pedazo de bicho de seiscientos kilos, inocente criaturita, porque resulta que sus "derechos" están por encima de los míos. Venga ya.

En fin. Cómo alguien puede ser tan cerril de no ver la belleza, el arte, el valor, la nobleza, la extraordinaria prueba de amor y respeto a la dignidad del toro que hay en esto?

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domingo, 10 de enero de 2010

Los Toros, 3

Juan
en Adicto a la gente

No soy un entendido en la fiesta de los toros, pero me gusta. Veo arte, emoción, aventura, sorpresa, bravura, fuerza y un cara a cara con la muerte en cada lance.

Pero no todos lo ven de esta forma. Donde yo veo belleza otros ven tortura y muerte.

El único argumento que tienen los antitaurinos para prohibir la Fiesta es el sufrimiento del animal. Unico y devastador, por otra parte. Debo reconocer que es un alegato de primera magnitud.

Sin embargo, creo que hay suficientes razones para seguir permitiendo este festejo.

1. Sensibilidad

Alguna vez he leído que los taurinos somos insensibles y que las corridas de toros no son arte sino salvajismo.
Pero definir el arte es tan difícil como definir la vida. Posiblemente porque cada uno tiene su propio concepto.

Para mí el arte es cualquier obra humana que emocione a un espectador. Así pues, es realizado por un emisor y conceptualizado como tal por un receptor. Pongo especial énfasis en la emoción. Al ser meramente subjetivo, lo que para algunos es arte para otros puede ser un esperpento.

El arte y la belleza son captados por los órganos de los sentidos, pero son procesados por el cerebro que es quién moldea los sentimientos que nos produce lo aprehendido por los sentidos. Por eso, donde una persona ve objetivamente crueldad, sangre y muerte, otra, que está contemplando lo mismo, sólo ve belleza. Sucede lo mismo cuando se está ante el "Fusilamiento del dos de mayo" de Goya. Objetivamente nuestros ojos ven sangre, muerte y sufrimiento, pero nuestro cerebro ve belleza, emoción, ansia de libertad, heroismo. Algo muy similar nos pasa a los taurinos con los toros, sabemos que hay sangre y dolor, pero no es eso lo que nos fascina ni lo que nos mueve a disfrutar de este espectáculo. No somos insensibles. Simplemente tenemos una sensibilidad diferente.

2. Derechos de los animales.

¿Se pueden tener derechos sin tener deberes?. Yo creo que no. Lo considero injusto.

En mi opinión, los derechos van intimamente unidos a los deberes y, sólo existen en la realidad y no son simple papel mojado, si el sujeto de derecho los puede exigir. Dar derechos a los toros, cuando estos no tienen la más mínima capacidad para defenderlos, no sirve de nada. Sin embargo, sí que tenemos deberes hacia ellos que estarán en función de lo que cada sociedad elija, dependiendo de sus necesidades, tradiciones, costumbres o sensibilidades.

En España está permitido el sacrificio de animales destinados a la alimentación y al arte, como las corridas de toros. También se permiten criar determinadas especies para pieles. No se permiten sin embargo, el maltrato gratuito ni la muerte de animales sin una utilidad general, salvo para el que las comete. Y estoy de acuerdo con esta regulación. ¿Porqué?.

3. Libertad moral.

Por que creo en una sociedad en que la moral es una cuestión puramente individual y se deben respetar las distintas sensibilidades. La libertad moral está incluso por encima de la democracia y de los animales por que, cuando hablamos de asuntos de moral, no deben valer las mayorías. Una mayoría no puede imponer a la minoría su concepto del bien y del mal por que, en este caso, entraríamos en la peor de las dictaduras, la dictadura de la moral. Sólo hay que recordar los regímenes islámicos o, el tan cercano para nosotros, régimen franquista. Si yo estimo que ser gay es inmoral, está prohibido serlo y, al que le caze, va a la cárcel.

La existencia de la fiesta no obliga a nadie a acudir a ellas. Que se pueda comer carne no obliga a los vegetarianos. Sin embargo, la prohibición de la fiesta o la prohibición de comer carne, en base a una moral en que el bien consiste en no hacerle daño a los animales, sí impide a los que no tienen esa moral desarrollar su libertad.

Todo tiene sus límites. Hasta la libertad moral los tiene. Si una inmensa mayoría del colectivo, pongamos por ejemplo un 90-95 %, quiere prohibir algo en base a su moral, lo puede hacer. Con esto se conseguirían evitar los abusos de las minorías. No sería de recibo que en Noruega se pudieran celebrar corridas de toros o en Arabia Saudí poner granjas de cerdos en base a a libertad moral de unos pocos, como no sería de recibo que por que algunos disfruten ahorcando galgos lo puedan hacer, aunque la inmensa mayoría de la sociedad está en contra.

4. Cosas positivas de la fiesta de los toros.

1. Veo arte, belleza, valor, nobleza, entrega, emoción, lucha. Una forma de entender la vida.

2. Creo sinceramente que, sin la fiesta de los toros, estos no desaparecerían, estoy seguro que el Estado ni nadie lo permitiría, pero no serían ni el mismo número ni con la misma calidad de vida de la que gozan en la actualidad.

3. Todas esas dehesas que ahora ocupan, no se seguirían ocupando por los toros, son demasiado extensas y sería demasiado costoso y, si en un principio se intentaría, poco a poco, un alcalde por aquí y un concejal por allá, un gobierno de aquí y un ministro de allá, tendrían la magnífica ocurrencia de hacer campos de golf, urbanizaciones, etc. No en todas, pero sí en algunas y con que sólo una de esas dehesas se convirtiera en campo de golf, ya veo positivo el toreo.

4. Después de la corrida, el toro no se tira a la basura. Se come....y está buenísimo, sensacional.

5. 1.5 % del PIB nacional. 200.000 puestos de trabajo. Con los tiempos que corren, esto ya lo veo muy positivo. No es un argumento a favor de los toros. Pero es muy psitivo que la fiesta dé, aquí y ahora, 200.000 puestos de trabajo.

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Los Toros, 2: Lo que le hubiera contado a Hélène bajo los tejados de París (si hubiera sabido...)

Bowman
en El espacio de David Bowman

Las corridas de toros ya no tienen sentido, Elenita.

Lo tuvieron. Hace mucho.

Hoy están fuera de sitio, ya lo sé. Son un anacronismo y desaparecerán en nada: en pocos años, como yo mismo.

Tan cierto (salvo milagro, pero no soi experto en milagros) como que estoi escribiendo esto.

Añadiré que, aún así, nadie tiene un motivo serio, sólido y suficiente para prohibirlas AHORA. El más socorrido -el sufrimiento y los derechos de los animales- se basa en una moralidad tan fantasiosa y acomodaticia que se queda en moralina pudibunda. Los bichos NO tienen derechos. Por definición. Porque NO son personas (por más que dé una pena horrible verlos sufrir). La Fiesta es cruel, pero compararla con la ablación (que es una violencia contra las personas) es una ofensa (más) a las personas violentadas.

Un animal no es ÚNICO, no tiene conciencia, no sabe qué es la muerte, no distingue entre él y el resto del mundo (ni siquiera sabe que hay un 'él' y un 'resto del mundo'), y no tiene afectos ni amores.

Si el dolor humano es insoportable para quién lo padece no es por físico: es por conciencia de finitud, de soledad y de desamparo, es por añoranza, inquietud, desazón y desarraigo, es por el miedo a la suerte de los que ama. Un animal, jamía, no experimenta semejantes sensaciones, seamos serios. Un animal no es libre: está limitado y condicionado por respuestas 'estandard' a los estímulos. No 'crea' el mundo. No reflexiona ni abstrae y sus posibilidades de aprendizaje, por tanto, son muy limitadas.

Un animal es uno más, otro más, y no es una persona concreta y determinada con nombres, con apellidos y con una concepción del mundo. ESA persona y no otra diferente.

Por eso infligir dolor a otro ser humano es insoportable e inaceptable. La lapidación de las adúlteras, la extirpación del clitoris o las ostias en comisaría son hechos, sencillamente, injustos. Carentes de derecho. Y hay un buen motivo: cada ser humano es único e irrepetible, tiene reconocido derecho a seguir siéndolo y NADIE a negarle ese derecho. NADIE.

El sufrimiento de los animales, en cambio, podrá ser más o menos desagradable (la lenta agonía de los peces, el degollamiento del cerdo, la cría de bichos para aprovechar la piel o la muerte en masa de miles de corderos) pero no es inaceptable ni injusto. La Justicia es otra cosa. Fría, ciega y nada proclive al sentimentalismo buenista. Ni a dar pábulo a una concepción del mundo que parece extraída del catálogo ideológico de Disney (ay, no, que no tenemos ideología -¡qué ordinariez!- somos apolíticos y hacemos el bien por definición: sí o sí).

Y si se diera el caso de que los animales tuvieran derechos y fuera intolerable su sufrimiento (como se pretende) no se comprende bien por qué se han de prohibir sólo las corridas de toros y no la matanza del cerdo, la caza, enjaular canarios, usar cobayas y toda una porción de bestialidades tenidas por normales. Hasta hoy.

¿O no?

Fíjate, querida Hélène, que al llegar a este punto suele argumentarse la utilidad de la matanza (del cerdo, digo) o de la experimentación (con cobayas), lo cual es de un cinismo enternecedor. O semos o no semos: si maltratar y hacer sufrir a un bicho es malo, es malo.

Y ya está.

Sea para dar espectáculo, sea para dar proteínas.

Pues no, ya ves tú: resulta que SÓLO es crimen hacerlo ‘GRATUITAMENTE’, ‘por placer’ y sin más objeto que ‘dar espectáculo público’. Encima son los ignaros de los animalistas los que deciden el verdadero objeto -la finalidad- que tienen las cosas. Y la moralidad de ese objeto (o su carencia). ¡Como los obispos, nena! ¿Eh? ¿Qué te parece? Criar visones para hacer abrigos, por ejemplo, no tiene objeto (moralmente aceptable, al menos). Criar toros para lidiarlos en público, tampoco. Criar cerdos para hacer jamones, en cambio, sí y es, por tanto, lícito.

Curiosa moral la de estos amantes de la ‘felicidad’ animal dispuestos a identificar 'el Mal' (que ya lo han ‘identificado’: el sufrimiento’ de los bichos) a extirparlo y a construir sobre sus ruinas el reino de dios en la tierra.

El de los buenos.

Así empiezan los fundamentalismos puritanos: imponiendo certezas y prohibiendo ‘El Mal’.

El Poder es la clave. Prohibir falsedades e imponer certezas (y mira que yo tengo unas cuantas) está chupado (si tienes Poder para ello, claro). No sé si sabes quién fue Savonarola. Sí, vale: un chulillo imbécil, sobrado y con mucho apoyo popular, para resumir. Con Poder, vamos. Con mucho Poder, como tío Adolfo H, que tampoco tuvo poco y aún con todo ese apoyo metió la gamba hasta la ingle. Hasta aquí, vida mía.

Bueno, que te voi a contar que no sepas.

Ya lo dijo Salomón: ‘coma mierda, cien mil moscas no pueden equivocarse’.

Si el gran argumento ‘científico’ para acabar con La Fiesta -ese milagro- es el de que treinta millones de ciegos niegan el sol porque no pueden verlo, hacemos un pan como unas obleas.

Por éstas.

Derecho tendrán a acabar con la Fiesta de los Toros (y hasta con el turrón de jijona, si les da por ahí), pero mi visión es que se equivocan de medio a medio como se equivocaron los talibanes dinamitando los Budas gigantes de Bamiyán. No porque la Fiesta de los Toros sea una obra de arte (polémica en la que no entro) sino porq es, sencilamente, un legado del tiempo, un patrimonio inmaterial y, desde luego, un auténtico milagro.

Sí, la Fiesta es un milagro, no te rías: que en el siglo XXI se sigan ‘corriendo los toros’ más o menos como en el siglo XV es, antes que ninguna otra cosa, un milagro. Una rareza. Una reliquia del pasado, para que lo entiendas. No, no: no exagero. Para nada. Una ceremonia ritual. Un residuo. Un regalo del azar. Una cápsula de tiempo. Una celebración -fosilizada, eso sí- más complicada que un espectáculo (deportivo, circense o, simplemente, mediático).

Arqueología inmaterial.


Lo esencial es invisible a los ojos

Yo no sé si hace falta estómago -o qué hace falta- para ver la ‘tortura’ de un bicho. Para empezar, supongo que talento para ver más allá y atisbar lo que hay detrás de todo ese espanto objetivo (pero nunca caprichoso ni gratuto ni sin sentido, ojo).

Claro que el talento, por lo que parece, está poco repartido.

Lo esencial es invisible a los ojos -ya sabes, Hélène- así que para verlo hay que usar las orejas, las uñas o el corazón. Y, desde luego, el talento, que se le va a hacer, ma belle. Sin talento, te recuerdo, empiezas confundiendo un bicho con una persona y acabas en cueros, pintado de rojo y tirado en una acera participando en un happening gore. Walt Disney hizo -y hace aún- mucho daño con su simplicadora y pornográfica moralina ‘middle class’ (que no deja de ser también tribal, si a ello vamos).

La Fiesta de los Toros es una barbaridad, sí. Y más cosas, también.

Un capricho, jamás.

Nadie dijo un día, 'esta tarde pa entretenernos metemos un torete en la plaza del pueblo, le damos unos capotazos, le hacemos putaditas y pasamos el rato. Y, de paso, lo mismo sacamos unas pesetas'.

La Fiesta es un rito (no hagan risas, gracias ¿alguien sabe lo que es un rito?) y no un simple espectáculo, más o menos entretenido, aunque haya adoptado esa fórmula ‘legal’.

Un rito -tal vez salvaje- llegado directamente de tiempos más recios y duros que estos. Tal vez del mismo Neolítico, así, tal cual. Y en todo caso -honestamente te lo digo, ma petite- un rito llegado de tiempos más francos (que no franceses). Entonces la Naturaleza era una amenaza (y no un parque natural) y la vida, una condena (y no un parque temático).

La Fiesta de los Toros testimonia fehacientemente esa visión. Lo que hoy podemos ver en una corrida es la decantación en unas dos horas de una serie de delicadas y peligrosas labores de trasteo con los toros que, sin nadie proponérselo, han terminado representando la rueda de la vida y de la muerte.

Y ese es la clave, Princesita del Olimpo Parisino. Representación.
Métetela en la cabeza y no la olvides.

Ahora ¿por qué -o cómo- la corrida terminó representando la rueda de la vida y de la muerte?

La única explicación que se me ocurre es la pura 'aclamación popular', la identificación de la gente, no sé bien en qué momento (ni siquiera si hubo un momento y no una sucesión de ellos).

No, no, mujer: nadie con nombre y apellidos lo decidió, hazte cuenta. En todo caso, lo decidieron la gente y el tiempo entremezclados, poco a poco. Es decir, fue la gente quien, espontáneamente, identificó ese trasteo (el que, para defenderse, efectuaban los peones de brega, los subalternos de los caballeritos que alanceaban toros) con la rueda espeluznante en la que todos laboramos (y nos la jugamos) cada día de nuestra vida más allá del círculo de albero.

Todos, de algún modo, somos toreros.

Y cuando el matador triunfa de verdad sobre el bicho, somos todos los que triunfamos con él haciéndonos la ilusión de que lo incontrolable se puede controlar y conjurar.

El peligro, la aleatoriedad, la enfermedad, las acechanzas y, en fin, la muerte son dominados, siquiera sea una vez, por el oficiante. Y vencidos.

Esto es así, no porque lo diga Bowman, sino porque se experimenta en las propias carnes con las dudas y aciertos que experimenta allí abajo, en el redondel, el matador jugándosela a lo largo de su faena, desafío breve -visto en tiempo de reloj- pero eterno en la ejecución. Y, lo juro, en su percepción.

La vida en un hilo. Y el tiempo, suspendido. Literalmente. Y no es literatura.

Es así.

El toreo es una habilidad inútil (en el sentido que es útil, que sé yo, la fontanería) desarrollada durante siglos de ejercicio -de peón de brega en peón de brega, de generación en generación siempre bajo la aclamación de la gente- y cuyo dominio exige técnica rigurosa y, de manera muuuuuy especial, un valor y un control sobre las propias emociones que a veces ha parecido sobrenatural.

O Arte.

A nuestros tatarabuelos debió parecerles lo primero. Y a nuestros abuelos, lo segundo. A pies juntillas. Enfrentarse a un agresivo bicharraco de media tonelada sin más arma, instrumento ni protección que la capa (el abrigo en realidad) parece cosa de brujería. En las corridas de verdad no hay trampa ni cartón y el matador lleva (si puede, que no siempre) el toro (o lo que sea) 'por donde el toro no quiere ir'. La seguridad, la soltura y el temple que exhiba al conseguir llevarlo (o no), así como su dominio de las técnicas legadas por los Maestros desde los tiempos, por lo menos, del inmortal Pepe Illo (junto con la casta y cualidades exhibidos por la bestia) son los que generan esa emoción tan especial, intensa y difícil de describir sin metáforas (metáforas que después tanta risa dan a algunos que sólo creen en realidades virtuales e icónicas).

Hoy que todo el conocimiento es realidad virtual e icónica, la televisión, el reino de la iconografía instantánea y de la inmediatez ‘objetiva’ (aunque sea a miles de kilómetros) habría hecho imposible el Mito de la Fiesta... que por eso, precisamente, debe desaparecer, a mi juicio (aunque no sé como hacerlo: dejándola morir, supongo).

Y es que antes no había nada más cierto que lo que sucedía una sola vez en mitad de la arena y a la vista de todos... de todos los que asistían a aquella comunión, claro. La Hora de la Verdad. Sólo quedaba inscrito en su memoria y si no habías estado, no lo habías visto y ya está. Estabas fuera del suceso: de El Suceso (cuasi mágico) que todos contaban. Todos lo habían visto, ergo era innegable. Una ceremonia real de verdad, compleja, antigua y que -eso sí- sigue viviendo hoy, extrañamente amojamada, en un tiempo y en una época que ya no son los suyos.

Lo mismo igual ha desaparecido ya (la Fiesta de los Toros) y las obstinadas corridas que todavía se siguen celebrando son sólo fantasmas de la Fiesta, estertores de agonía, el final.

Y es que en el mundo de la multiplicación de imágenes (de gran calidad además), en el mundo de la CNN, de la intelnés y de la camarita digital (hasta mi madre hace fotos, y eso que es ciega) los toros ya no tienen sentido. Aunque mucha gente se empecine en que sí.


La música callada del toreo

Don José Bergamín, un español (a su pesar) raro (pero raro de cojones) vio una tarde a Rafael de Paula (en El Puerto, creo). Y como no tenía cámara, registró la faena en la memoria. Después la evocó y le salió 'La música callada del toreo', libro que no es más que una concatención de imágenes verbales que intentan transmitir lo que el fundador de Cruz y Raya (no es broma ni la pareja ésa, sino una revista) experimentó aquella tarde. No sé si lo logró pero Paula, el torero gitano, salió de la Historia del Toreo y entró en la Leyenda.

Absolutamente.

Estoy convencido de que si el ojo idiota de una cámara hubiera grabado aquella faena mítica, hoy Paula no sería Paula. Ni Bergamín habría escrito jamás 'La música callada del toreo' ni nada de nada. Claro que si Alejandro (Magno) se hubiera llevado a su excursión una cámara en vez de un ejemplar de La Iliada y hubiera grabado la destrucción de Babilonia y hubiera imagen de él saludando delante de las ruinas humeantes del palacio de Nabucodonosor, hoy no sería Alejandro El Grande sino Alex, el chico de Felipo. O sea, una especie de marine de opereta, hortera, macarra y cejijunto.

Un excursionista dominguero.

Total, que la Fiesta está muerta (lo mismo que la Guerra: somos los primeros humanos que ya no se tragan aquella estulticia primordial que el clásico codificó como dulce et decorum est pro patria mori, etc, etc) Y todo ello, simplemente, porque se ha muerto la magia. La mataron la televisión, internet y la inmediatez: la precisión, cantidad y calidad de unas imágenes rápidamente distribuidas: instantáneamente. Y que, encima, persisten en el tiempo y están permanentemente disponibles. Ya nadie puede decir aquello que un aficionado le gritó a otro al salir de Las Ventas tras una faena sublime de Curro (Romero, por dios) a un toro del Conde de LaCorte. '¿Lo has visto, no? ¡Pues recuérdalo y no lo olvides porque nunca lo volverás a ver!'

Y es que el éxito secular de La Fiesta de los Toros, bonita mía, ha residido en la fascinación hipnótica que producía en el público el milagro del dominio (cuando se producía). Y esto te lo digo yo y va a misa. Cuando el matador se paraba en su sitio, se acomodaba al bicho templándole la embestida y, finalmente, lo mandaba y se lo traía toreado y pastueño a su propio terreno. Es decir, cuando se hacía con él ¿que me entiendes, amor? Tampoco es tan difícil, creo, aunque seas francesa, vamos, digo yo....

En ese proceso de ‘hacerse con él’, que podía durar un tiempo sin tiempo (¿cinco minutos? ¿diez, como muchísimo?) la plaza entera comulgaba con el matador. Como te lo cuento. Allí abajo, en la arena, se producía en un instante una transformación muy extraña que hay que vivir y que la tele no da, ni antes ni ahora, porque no la capta. La tele y las fotos sólo dan posturitas.

Y 'la verdad' del toreo es otra cosa. En 'la verdad' del toreo participan todos los tendidos, desde la barrera hasta la bandera, como una compacta masa circular que girase en torno a un centro galáctico. Ahí dentro puede durante un instante mascarse la muerte. La muerte, tía, como te lo digo: la Dama Negra con guadaña y todo. Durante un instante la ves, aterrado, aletear entre las piernas del diestro que, literalmente, en esos segundos se la está jugando (la suerte o la muerte). Y así hasta que, de pronto, el toro cambia, entra blandito y entregado en el terreno del matador, la tragedia queda conjurada, la muerte expulsada hasta mejor ocasión y la plaza entera, borracha, se pone de pie hipnotizada: una vez más ha habido milagro. Y la gente sale de la plaza haciéndose lenguas y la nueva corre de boca en boca: cada uno lo ha visto de una forma -según su situacion en la plaza- y todos torean recreando embebidos la suerte, el momento supremo -una trincherilla, un muletazo, unos ayudados- una y otra vez.

Pero hoy lo único que circula son los videos del tubo: mierda en fila india.

Antes, no. Antes, cuando no había tanto video, tanto tubo y tanta chatarra, la poesía era una necesidad vital y oías a gente transfigurada que lo había visto y que te lo contaba encandilada una y otra vez. Y cada uno a su modo. Y todos toreando con excelsos pases un morlaco invisible. Y, claro...

Y, claro, te entraba mono.

Ahora, sin poesía, no hay manera de que te entre mono. El objetivo de una Sony Hifi Fidelity Beta3D -o como coño se llame- lo ve todo pero no entiende nada porque no está programada para tener poesía (y la que tiene es sólida como el bordillo de la acera). Va al grano (hoy todo dios quiere ir al grano y acaba por no ir a ningún lado). La Fiesta ha muerto (y la Iglesia Católica, también, ya que estamos con supersticiones: a ver esos payasos de Gallup si tienen güebos de hacer encuestas sobre la percepción de la Iglesia [Católica] entre el personal, hombre, ¿no te parece, mi vida?)

Total: que me niego a que me prohiban los toros si no prohiben también las misas, las procesiones de Semana Santa, las mezquitas, los picaos de San Vicente (ver google), los animales que intentan matar dibujantes que dibujan al Profeta Muhammad -Dios lo bendiga- los penitentes descalzos, el papa y los sanfermines. ENTEROS.

En fin, que exijo discoteca en La Almudena.

Eso es todo. Y si la Fiesta ha muerto, que descanse en paz.

He dicho.

Y ahora mismo ponte guapa, Hélène, mi vida, que nos vamos a pillar tú y yo una birrita y un croque-monsieur en St Germain y a darnos el paseíto de los clochards y de los estudiantes pobres por los quais de la rive gauche mientras se pone el sol detrás de Nuestra Señora, que hace muy buena tarde, oh, la, la, la, la, bordelle...! Y mientras te contaré como se plantaba Juan Belmonte asomándose al balcón entre los dos puñales. ¿Sabes que el ‘Pasmo’ inventó eso de ‘dejadme solo’? Pues sí, él fue...

Tú eres mi morena
y te llevo a pasear
T voi a dar un beso,
tú me vas a besar...

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Los Toros, 1: No me torees

Rogorn
en Blogorn

En los últimos cuarenta años España ha quedado transformada de una manera, que, como decía Alfonso Guerra que iban a hacer los socialistas al llegar al poder, "no la va a conocer ni la madre que la parió". Toda la gente de esa edad y más (cuanta más, más cambios se notarán, y todos en el espacio de una sola vida humana) habrá visto que así es, tanto para lo bueno como para lo malo. Tenemos otro sistema de gobierno, las mujeres tienen el lugar que les corresponde (que es ni más ni menos que tener la oportunidad de buscarse el que se quieran hacer, como cualquier varón), no hay mili obligatoria, el divorcio y el aborto se permiten, el estado es aconfesional pero permite la práctica de todas las religiones, y formamos parte del concierto internacional en condiciones ventajosas. Incluso el Partido Comunista, llegó, vio y no venció nunca. También hay menos disciplina en las escuelas y más inseguridad por la calle, por ejemplo. Pero el asunto es que un montón de cosas que España iba dejando para otro momento se han ido normalizando. Y todas ellas, con el esfuerzo de todos.

Cuando hablas con otra gente sobre este tema, resulta fascinante ver en qué basa cada uno su decisión final. Algunos lo deciden en base a su primera reacción, sin compararlo con otras opiniones suyas, y otros acuden a principios básicos, de los cuales infieren el camino por el que éstos les deben conducir, aunque no sea el que esperaban. Por ejemplo, alguien que piense que el respeto a la vida es un principio básico innegociable se debiera ver abocado sin remedio a estar en contra del toreo (a no ser que retuerza lo del 'respeto a la vida' para que signifique que lo que más respeta la vida de un toro es lidiarlo y matarlo en una plaza llena de gente -argumento que se usa de verdad, por cierto-). Por ejemplo, quien piense que no se debe imponer cosas a otros deberá apoyar la existencia del toreopor mucho que lo odie, ya que si no, está imponiendo una prohibición a los demás. Quien se base en el respeto a las costumbres de cada pueblo también habrá de aceptar la lidia. Y así sucesivamente.

Yo veo el toreo como una de las que aún no ha pasado por ese proceso, y ya le va tocando. Estoy en contra de su práctica, pero no de manera furibunda. Alguna vez he firmado alguna petición que me han puesto delante de los morros, pero nunca he ido a manifas ni he hecho mayor esfuerzo por contribuir a su desaparición, al menos en su forma actual, que hablar sobre el tema. Como todo el mundo, he crecido con el toreo como una parte más de las cosas que existen ahí fuera, que unos aprecian, otros no. Cuando te va llegando la edad de razonar lo que ocurre, vas viendo que es un asunto donde hay muchas contradicciones con todo lo demás que vives, y que, siendo consecuentes con el resto de la sociedad que nos hemos formado, es algo que debiera dejar de existir, junto con la pena de muerte, la imposibilidad de elegir a tu gobernante o la obligatoriedad hacer un servicio militar. Simplemente, estamos en una sociedad que respeta a los animales por principio, y el toreo no sólo no los respeta, sino que los hace sufrir. Si construimos una sociedad basada en principios, habremos de ir adonde estos nos lleven, y aunque a mí el toreo no me ocupa la mente demasiado, creo que debiera desaparecer, por coherencia. El problema es que solo no va a desaparecer, y que mientras no se prohíba se seguirá haciendo. Así que los gobernantes y legisladores deberán tomar cartas en el asunto.

He oído muchas razones desde siempre en favor del toreo, y por mis circunstancias, he tenido que explicárselas muchas veces a extranjeros, no para defenderlo, sino para que entiendan la complejidad del tema, y los motivos de por qué se empezó a hacer y por qué continúa, que no es porque los españoles seamos unos desalmados, así que estoy muy familiarizado con ellas. Y la reacción final es la misma siempre: todas explican e ilustran, pero ninguna justifica, y todas las repercusiones que podría tener la prohibición del toreo se podrían suavizar con la legislación apropiada. Suavizar, digo, no que el gobierno me arregle la vida porque me cierra el chiringuito. Habrá quien sufra y quien se arruine, pero eso también pasa cuando se cierran minas, desaparecen oficios antiguos o simplemente bajan las ventas del producto que sea.

¿Que el toro vive muy bien hasta que lo lidian? No es razón para matarlo, y además, si se lo pudiera criar bravo teniéndolo enjaulado, estaría enjaulado para bajar costes. ¿Que así se conserva el ecosistema de la dehesa? Ese ecosistema se puede preservar de manera oficial, lo mismo que se hace con Doñana o los Picos de Europa. Hoy en día los ecosistemas no se dejan perderse así como así. ¿Que los toros desaparecerían si no se criaran? Lo mismo que antes, hoy en día no se deja extinguirse a ningún animal, sobre todo grande, y España es pionera en eso, teniendo como tenemos animales únicos en el mundo cuya supervivencia se garantiza con duro trabajo y el espacio natural necesario. ¿Que desaparecerían muchos empleos? Muchos podrían reconvertirse en empleados que cuidaran de los toros que quedan y de las plazas se serían usadas para otras cosas. ¿Que es parte de la cultura española? También lo fue la Inquisición, o el imperio donde no se ponía el sol, la monarquía no parlamentaria, o ir por ahí con navaja. ¿Que otros animales también sufren, por ejemplo, en mataderos? Pues que se humanicen los mataderos, no que se permita el toreo por eso. ¿Que el toro en realidad no sufre? Mentira como un piano, por alta que sea su capacidad de aguante, y además, esa no es razón para lidiarlo, ni siquiera para matarlo. Las únicas razones para matar a un animal son por ahorrarle sufrimientos (por vejez, heridas o lesiones), porque constituya un peligro público que no se pueda resolver apresándolo (que transmita enfermedades, que ataque poblaciones más o menos aisladas, etc) o para comérselo. Ninguna se aplica al toreo. Sí, se come la carne del toro después de la corrida, pero eso justifica matarlos (y a millones, si hace falta, como se hace con otros animales), no torearlos.

Todo este tema del debate y el contradebate hay que pasarlo para llegar a una determinación, y este resumen no es más que la punta del iceberg visto desde lejos. Lo que me interesa de verdad es qué hacer al respecto ahora. Una solución de regateo podría ser torear sin matar al animal e incluso sin clavarle objetos como puyas o banderillas. El espectáculo seguiría existiendo, y al animal se lo respetaría al menos en lo esencial, que es en conservar su vida. Ya existen formas de festejos taurinos que así lo hacen (no todo es una corrida con muerte de seis toros seis), así que esto no es ninguna novedad buenista. Parece ser que esta negociación, que sería lo más civilizado, es la solución que menos visos tiene de aceptarse, porque los partidarios del toreo lo verían como una transgresión intolerable, e incluso una mostruosidad más grande que la práctica como está. Pues lo siento mucho, pero si en mundo del toreo no se aviene a algo así, y sólo acepta el todo o nada, puede llegar el día en que sea nada. Entonces sí que lo habrán perdido todo.

Hay una postura que no parece abundar, o que por lo menos no he encontrado por ahí, y es la de reconocer con humildad que el toreo es un anacronismo que no debiera existir en estos tiempos, que el día que se prohíba será justo, y que el disfrute -y el sufrimiento- que haya causado hasta entonces habrá desaparecido. Y tras haber reconocido todo eso, pedir un indulto, valga la expresión, a la clemencia de la sociedad, y si ésta lo rechaza, desmontar definitivamente el espectáculo. Un ejemplo para ilustrar -y remarco lo de 'ilustrar', que odio mezclar temas- es el fumar en espacios públicos. El tabaco perjudica a otros, siempre ha sido así, y el hecho de que siempre se haya permitido fumar donde se quiera se va a ir acabando. Y los fumadores acabarán aceptando, de grado o por fuerza de la ley, que la situación anterior era injusta, y que quien tiene que fastidiarse e irse a otro sitio a fumar son ellos. Que ojalá, egoístamente, que tarden mucho en prohibirlo, pero que el día que lo hagan, será justo. O las descargas ilegales: ahora está colando y me beneficio, pero no deja de ser robar, y el día que se cierre el grifo, ajo y agua, porque es justo.

Repito que no comparo temas (el toreo no roba a nadie, ni perjudica la salud de quien no va, por eso insisto en no comparar), pero espero que se entienda el tipo de sentimiento a que me refiero, y que espero encontrar más a menudo. Que por muy cabrón que sea el violador o el terrorista y por mucho que apetezca matarlo, no podemos volver a la pena de muerte, por mucho que la hubiera antes, porque son otros tiempos. Que el momento de abandonar esta práctica ha llegado, como llegó elde muchas otras, y que esto se puede hacer con una despedida digna y consensuada, o por las bravas y malamente.

Puede resultar paradójico, pero las razones sentimentales las veo como las únicas que podrían seguir manteniendo el toreo vivo. En plan: "Pues miren, sí, está mal, es innegable y visible, pero lo llevamos haciendo toda la vida, y es parte de mis reglas retorcidas que siga existiendo esto que no debiera". Ojo, que para quien me conozca, no digo esto por admiración del espíritu alatristesco. Convertir cualquier cosa en una regla personal no lo hace admirable de por sí, ni siquiera en el propio Alatriste. Lo digo porque eso es algo que al menos se puede entender. Defenderse con monsergas como que el toro no sufre, o que desaparecería no va a llevar a sus partidarios a ninguna parte más que a perder apoyos de gente indecisa. Exponer humildemente que no está bien, pero que ojalá se siga permitiendo, con la venia de 46 millones de personas, es algo que, al menos, se puede respetar. Además, yo, personalmente, recomendaría no usar la españolidad del toreo como argumento, tampoco. Ya sé que yo no tengo poder para decidir qué es español o no, pero tampoco se puede imponer desde fuera. Hay millones de personas que no sienten el toreo para nada y ven como una lacra a su españolidad que siga existiendo. Así que por ahí también perderían la batalla. O la guetizarían, dividiendo España en sitios donde se torea y sitios donde no. Que igual es otra solución, y la más probable, visto nuestro actual estado de las autonomías, las diputaciones provinciales y los términos municipales.

Otra cosa que he visto leyendo sobre el tema últimamente es que parece haber una tendencia de defender el toreo menospreciando y equivocando algunas razones alegadas en contra. Que los defensores de los toros no entienden a esos animales, porque creen que son peluches de Disney (y no exagero: las referencias a Disney han aparecido en al menos tres textos que he leído recientemente) en vez de bestias peligrosas. Que como no apoyan el toreo es que no lo entienden. Que oponerse es una moda 'buenista' (palabro que de repente se ha empezado a usar un montón, quizá Pérez-Reverte tenga algo que ver con ello), y de gente sin sangre en las venas y sin nada más que hacer que dar por el saco. Esto sí que es peligroso si de verdad que quieren defender el toreo: si tratas al contrario como si fuera gilipollas, te puede tirar alguna cornada. Espero que no hablen así porque piensen que pueden permitirse ser tan bordes ya que tienen la sartén por el mango: el toreo no es algo prohibido que estén intentando que sea aceptado, sino al revés: está permitido y es el otro bando quien quiere hacer que se prohíba. Pues ojo con la actitud, que como pasa con los toreros, hay una línea muy fina entre valiente y arrogante. Y esta es una lucha que tal como está las cosas, pueden perder.

Y ya por último, lo de que el que no le guste que no mire y me deje matar toros si yo quiero, que esto es un país libre, es quizá la que menos se sostiene de todas. Los límites de lo que se puede hacer y no los ponemos entre todos, y algunas decisiones gustarán y otras no. Quien quiera cambiar la legalidad vigente, sobre este tema o cualquier otro, tiene mecanismos para hacerlo que puede usar echando tiempo y ganas tanto o más que los que piensen lo contrario.

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viernes, 8 de enero de 2010

Derechos y deberes

Juan
en Adicto a la gente

Un mismo asunto puede ser visto por distintas personas desde diversas perspectivas. Y, dependiendo de la perspectiva, se pueden tomar conclusiones distintas y esto haga que actuemos de manera diferente.

A los derechos y deberes se les puede aplicar perfectamente este razonamiento.

Las reflexiones que vienen a continuación no tienen ninguna base jurídica ni lo pretenden ser. Son una manera personal de enfrentarme y comprender lo que me rodea.

Todos damos por entendido que tenemos derechos y deberes. Es más, aún contemplando los derechos como algo deseable y los deberes como algo no apetecible, ambos van indisolublemente unidos. No hay derecho que no implique, necesariamente, un deber.

Pero nuestra sociedad en general y los políticos en particular, han hecho del derecho el adalid de la justicia y han ocultado deliberadamente el deber. Los derechos se anuncian a bombo y platillo, todos nos regocijamos y los políticos son mucho mejor valorados. Tienen buen cuidado en encubrir los deberes.

Y de tantos y tantos derechos que nos van dando y de tantos deberes que nos van ocultando, se está formando una idea en el colectivo de que tenemos derechos, exigimos nuestros derechos, defendemos nuestros derechos, pero demasiadas veces nos olvidamos de los deberes. Y, sin deberes, no hay derecho que valga.

Aunque parezca una tontería y se sobreentienda que detrás de los derechos hay deberes, prefiero llamar a cada cosa por su nombre. Y lo que es un derecho, llamarlo realmente derecho y lo que es un deber, llamarlo por su nombre y no confundir una cosa con la otra. Dejar la hipocresía y ser realista con lo que realmente sucede en nuestras vidas.

Para mí, quién no tiene deberes, no puede tener derechos.

Me diréis: un niño recién nacido, un animal, un enfermo en coma profundo, un autista profundo o una persona con demencia senil ¿no tienen derechos?. Bajo mi punto de vista, no. Y tampoco deberes.

Dar derechos a los que no los pueden defender o exigir no tiene sentido. Lo mismo que imponer deberes al que no los puede cumplir. Dar el derecho a un recién nacido a alimentarse, o a un lince a que no lo maten o maltraten, o a un enfermo en coma cuidados médicos, no es nada realista sencillamente porque ninguno puede exigir el cumplimiento de esos derechos. No me imagino a un pollo denunciando a un matadero que lo está haciendo mal o a un recién nacido poner una denuncia a sus padres porque le están golpeando.

Los derechos sólo se otorgan al que los puede hacer efectivos. Dárselos al que no tiene la más mínima posibilidad de reclamarlos es papel mojado. Es una manera de disfrazar un deber de derecho. Es obviar la maldita palabra "deber". Es la manera que tiene el político de dulcificar una imposición, generalmente necesaria.

Entonces, ¿cómo defender a los desvalidos?.

Imponiendo deberes a los demás. Por eso, si el bebé no tiene derechos, los padres sí tienen deberes respecto a él. Los animales no tienen derechos, pero los humanos nos imponemos deberes, los que cada sociedad elija, con respecto a ellos. Los autistas o los pacientes en coma, no tienen derechos, pero sí tenemos los demás el deber de cuidarlos, darles asistencia médica y preservar sus posesiones.

Si un padre maltrata a un bebé, se le condenaría, no por atacar los derechos del niño, sino por faltar a su deber de protección.

Puede parecer lo mismo dar derechos que imponer deberes. Se defiende de la misma forma al niño dándole derechos o imponiendo deberes a los padres o a la sociedad.

Puede ser lo mismo, pero no es igual, por que:

1. Somos sinceros con la realidad. Llámamos a cada cosa por su nombre y descartamos el buenismo del "derecho" por la realidad del "deber".

2. Se va fomentando en todos la conciencia del deber, de la responsabilidad, de las consecuencias. Algo que nos está haciendo mucha falta.

3. La libertad está emparentada con los derechos. La responsabilidad con los deberes. Pero de la misma forma que no debe existir la libertad sin responsabilidad no pueden existir los derechos sin los deberes.

4. Creo que sería una forma de seguir exigiendo derechos pero también de aprender a aceptar nuestros deberes.


"No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país."

JF Kennedy

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