Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

jueves, 29 de octubre de 2009

La Edad de Piedra en gorra y tacones

Lenka
en Esperando a los búhos

Vuelvo el otro día de hacer la compra y me cruzo con una turba de prepavos, o sea, doceañeros. Ellos disfrazados de raperos rudos del Bronx. Ellas disfrazadas de... no sé, una especie de híbrido Britney-Esteban. Veo mucho pantalón caído, calzón al viento y gorra patrás por un lado y mucho taconazo, rimmel, laca y bolso de plástico por el otro. Vale. El griterío es superlativo. Los hombrecitos hablan fuerte y hacen poses de tipos duros. Un taco por cada dos palabras. Mucho "tío", mucho "joder" y mucha amenaza gratuita, de esas de "chaval, no te columpies que te meto", pero de buen rollo, entre colegas. Las mujercitas emiten chilliditos y risas, se tocan el pelo y hacen poses de negrata furibunda, con mucha mano alzada (stop, in the naaaame of loooove) y mucho meneo de cuello en circulitos. Mucho "joder" y mucha "tía", por supuesto. Tope total.

La tienen liada porque los niños quieren que venga no sé qué niña que les mola y ellas la están llamando a ver si baja o qué. Como la "pava" no viene, empieza el cristo. A la que maneja el móvil la llaman gilipollas, mongola, imbécil y subnormal (con todo el cariño) por no saber convencer a la disidente. Cuando las otras intentan meter baza y aconsejar a la telefonista también las increpan con tiernas frases tipo: "tú calla, gorda de mierda", o "no te metas, pija del culo". Por fin, cuando queda claro que la reina de la fiesta no va a acudir, la chavalería se despide de ella con efusividad, usando poéticos adjetivos tales como: "anda, quédate en casa, so puta", "ya vendrás luego, zorra", "que te den por el culo, chula de los cojones" y demás lindezas.

Que nadie piense que tal despliegue de grosería cavernícola indigna a las muchachas. Nop. Para nada. La portavoz del equipo, tras colgar, suelta un lastimero: "joooo, que dice que no os pongáis así, que no la dejan, poooobre". Me puedo imaginar a la chiquilla, prisionera en su casa y sintiéndose culpable a más no poder por el feo imperdonable que les ha hecho a sus amigos, los cuales, con todo derecho, la han puesto a caer de un burro. Terminada la actuación, ambos grupitos, el de mozos y el de mozas, siguen su camino entre más chillidos, zancadillas, golpes, collejas, tirones de pelo, zarandeos e insultos de todo tipo, dirigido todo ello de los machotes a las feminotas. Cada porrazo o improperio es recibido por las niñas con berriditos de supuesta indignación y muchas risitas. Cuando a una le hacen daño (y se ven mamporros bastante serios), la susodicha hace un mohín y se aleja taconeando herida en su orgullo. El responsable del leñazo se disculpa zalamero: "hala, sí, vete, anormal". Las amiguitas chillan un: "tíaaaaaaaaa, quedatéeeee". Y un caballerete andante de metro y medio decide desfacer el entuerto con galantería, adelantándose en pos de la agraviada y consolándola con una palmotada en las nalgas, agarrándola por la muñeca y arrastrándola de vuelta al redil, mansa como una cordera, sonriente y satisfecha.

Qué coño estamos haciendo? Esto es ahora lo "normal"? Me estaré convirtiendo en una carcamala de 31 tacos cada vez que pienso que "esto en mis tiempos no pasaba"? Esto de hoy es lo bueno, lo modelno, lo chachi? Yo era una estrecha amargada porque si un chaval me arreaba en el culo, me insultaba o me hacía daño con juegos bestias le metía un guantazo o bien pasaba de él y me iba? La peña de nuestros días (ellos y ellas) son más sexistas que nuestros abuelos? Es más, esto es sexismo o simplemente mala educación y violencia gratuita de unos con otros y viceversa? Llegará un día en que hombres y mujeres sean capaces de tratarse con naturalidad? Antes pasaba esto y yo no lo veía? También entonces nos faltábamos al respeto desde pequeños? No es triste que en pleno siglo XXI el "puta" y el "zorra" gocen de tan buena salud y estén tan asumidos que hasta un piojo desnutrido de doce años se crea con derecho a usarlo como sinónimo de "tía"? Qué le ven ellas de gracioso y de aceptable? Y otra duda que me corroe... por qué sigue habiendo tantos seres de sexo masculino que condenan, señalan, desprecian, humillan y pisotean a voces lo que secreta (pero obviamente) les pone cachondos? Soltad a un púber entre chiquillas y sabréis de inmediato cuál de ellas le alegra los bajos. Esa a la que con más saña increpa y patea. Salvo porque no pegaría con la gorra y los pantalones raídos, cualquiera esperaría oír un: "tú, pecadora, súcubo de Satanás, tú eres la culpable de despertar mi lascivia y pagarás por ello!!" Es sólo que la testosterona les confunde y les vuelve agresivos, o de alguna manera se les ha quedado grabada en el coco toda la mierda machista del cosmos, sin ellos mismos saberlo? Y por qué ellas lo aguantan, por todos los Dioses???? Creo que estamos manteniendo ideas y mensajes equivocados. Y me pone un poco los pelos de punta.

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sábado, 24 de octubre de 2009

Monstruos S.A.

Eli
en Acordes y desacuerdos

Siempre he creído en los monstruos.

Casi todos los niños cuentan en alguna etapa de su vida con un amigo o compañero de juegos al que se le da de fábula estremecer de horror a sus oyentes con un repertorio delicioso de historias macabras o de terror. Yo tuve la suerte de que mi amiga Suli fuera una narradora de primera.

La escolarización de entonces nos obligaba a pasar una hora de recreo tras el comedor antes de reanudar las clases de primaria de la tarde, y era en esa hora de semiestupor postpandrial cuando la mente infantil estaba mucho más receptiva al terror comunitario.

Muchas de mis noches insomnes de la primera década de mi vida han estado pobladas por las visiones fantasmagóricas de ¡TACHÁN!: La Mano Negra, La Garra Deforme o Los Zombies Caníbales Desdentados.

Además de los monstruos de coseha propia o los inolvidables icónicos que me quitaron más de una noche de sueño como el Drácula (maravilloso) de Cristopher Lee, el Tiburón de Spielberg o la desasosegadora Cabina de Antonio Mercero teníamos nuestro villano preferido nacional: El Lute, que no tenía punto de comparación con Charles Manson o el Hijo de Sam, pero que fue más impresionante para una niña de 7 años que tuvo la experiencia de verlo en persona durante una persecución a cargo de la Guardia Civil por la Sierra de Aracena.

Pero los terrores prepúberes también crecen y evolucionan.

Todo era mucho más fácil cuando los monstruos tenían una cara identificativa, cuando bastaba con encender una pequeña luz para ahuyentarlos hasta el fondo de la memoria, ganada la batalla al menos hasta la siguiente noche de inquietud.

En estas noches eternas, cuando mi mente acelerada y repleta de ideas que pugnan por abrirse paso hasta la superficie me mantiene en vela, recuerdo con añoranza aquellos días de pesadillas infantiles en los que bastaba permanecer quieta totalmente cubierta por las sábanas para que la posibilidad de salir herida se esfumara.

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sábado, 17 de octubre de 2009

Mujeres que aman demasiado

Juan
en Adicto a la gente

Demasiadas mujeres se obsesionan con hombres adictos al trabajo, al alcohol, a las drogas o a cualquier otra cosa....menos a ella. Se enganchan a sujetos inmaduros y no son capaces de salir de una relación que sólo lleva al sufrimiento.

"A pesar de todo el dolor y la insatisfacción que acarrea, amar demasiado es una experiencia común para muchas mujeres que casi creemos que es así como deben ser las relaciones de pareja", explica la terapeuta estadounidense Robin Norwood, autora del libro “Las mujeres que aman demasiado”.

Desean “salvar” al hombre que aman. Si son capaces de cambiarlo conseguirán el fin último que las impulsa: que la ame. Justifican lo injustificable: la crueldad, la indiferencia, la deshonestidad o la adicción de sus parejas. Soportan y disculpan cualquier maltrato hasta el punto de conseguir “comprender” que ella es la que ha cometido el error por el que el pobre chico la ha molido a palos. Cuanto más humillada es, más le ama y más le consiente, porque sólo con el inmenso amor que le da.....cambiará....y la amará.

En su historial de amoríos, siempre subyace la necesidad de sentirse mejores (siempre es el otro el que tiene que cambiar para ser tan bueno como ellas) y de sufrir por amor. Tal cual nos lo han vendido desde tiempos inmemoriales: el amor, si se sufre, es más romántico, más “verdadero”.

La obsesión por estos tipos es tal que llegan a olvidarse de amigos, familia (que suelen advertirla de lo que ella no quiere oir) o cualquier otro tipo de interés personal. Toda su vida gira en torno a su......adicción. Porque al fin y al cabo se convierte en una adicta a amor.

¿Eres una mujer que ama demasiado?

Según Robin Norwood puedes hacerte las siguientes preguntas:
¿Para usted estar enamorada significa sufrir?, ¿La mayoría de sus conversaciones con amigas o compañeros de trabajo son acerca de él?. ¿Disculpa su mal humor, su mal carácter su indiferencia o sus desaires? ¿Subraya en los libros todos los pasajes que le ayudarían? ¿Soporta conductas que no le agradan pensando que si usted fuera lo suficientemente atractiva, él cambiaría?.

Si su contestación ha sido afirmativa, plantéese que su relación de pareja perjudica su bienestar emocional y que debe buscar ayuda para superar la situación.

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martes, 6 de octubre de 2009

Cocinero, cocinero

Rogorn
en Blogorn

La semana pasada leí una reseña sobre un libro que presenta una teoría sobre la evolución humana poco ortodoxa pero bastante convincente: que no se debe a la caza o al uso de instrumentos, sino a la cocina.

La teoría es de Richard Wrangham, profesor de antropología biológica de Harvard. Según su libro 'Catching fire: How cooking made us human', el ser humano no empezó a cocinar lo que comía hace 200.000 años, como dicen los restos más antiguos de primitivas fogatas encontrados, sino hace 1,9 millones de años. Obviamente, no quedan restos de boy scouts tan antiguos, así que todo el trabajo es más bien deductivo. Cuando el hombre empezó a caminar erguido, a la vez nuestros intestinos, bocas, dientes y mandíbulas se redujeron a un tamaño patéticamente débil en comparación con el resto de primates, mientras que el cerebro creció enormemente. ¿Cómo es que lo uno tiene que ver con lo otro? Según Wrangham, la explicación más sencilla es que aprendimos a cocinar alimentos. Digerir y pensar son dos de las actividades que más energía gastan (se calcula que el 20% de la energía consumida por un adulto se va en mantener el cerebro inactivo), y comer las cosas cocinadas reduce la energía necesaria para digerir. Así que la evolución que hemos seguido indica un camino hacia disminuir el gasto para lo segundo y aumentarlo para lo primero. Cambiamos intestinos por cerebro, simplemente.

Otra deducción proviene de estudiar a gente que sólo come cosas crudas. Hay movimientos que creen que la comida cruda es "más natural" y hasta "más potente". Por ejemplo, los huevos, que muchos culturistas sobre todo en los 70 comían a pelo a docenas, entre ellos Stallone, el Chuache y el que hacía del Increíble Hulk en la teleserie original. Pues resulta que tienen meno contenido calórico crudos que cocinados. Los veganos y naturópatas creen que la comida sin cocinar y sin calentar preserva su "energía vital", pero hay estudios cualificados que dicen que una dieta a base de comida cruda "no puede garantizar un aporte de energía adecuado", y que cerca de la mitad de las mujeres veganas son tan delgadas que dejan de menstruar. Algunos grupos incluso justifican estas posturas diciendo que así se come como debe comer un primate, que es lo que somos.

Gran error, según Wrangham, y no lo dice por nada: el colega lleva 30 años estudiando chimpancés en libertad, e incluso ha llegado a probar él mismo lo que comen. "Hay cosas que para ellos son delicatessen y que una persona las encuentra tan vomitivas que no puede ni tragarlas". Y es que el sistema digestivo actual de un ser humano es tan delicado que cualquier toxina que un animal se mete entre pecho y espalda sin problemas a nosotros nos deja con unos retortijones de padre y muy señor mío. Observando que los chimpancés añaden hojas de plantas a los trozos de carne cruda que comen, Wrangham lo probó tambien a ver por qué podía ser, y resulta que ayuda a la masticación. Lo cual no es cosa baladí, ya que aún con eso, los chimpancés dedican seis horas al día a masticar lo que comen, tiempo (y energía) que no pueden gastar cazando, por ejemplo.

Cuanto más tiempo ha ido pasando, menos nos gusta masticar, y muchas de las comidas más populares hoy son extremadamente blandas, requiriendo una masticación minima, más para reducir el tamaño del bolo alimenticio (libro de Naturales de 5º de EGB) y así poder tragarlo que porque se necesite ahorrar trabajo al estómago. Según Marco Polo, los jinetes mongoles, cuando no tenían tiempo de pararse a hacer fogatas, metían los filetes de carne bajo sus sillas de montar para que se fueran ablandando durante la cabalgada. Cualquier tribu, por primitiva que sea, hasta el punto de carecer del equivalente de potes o sartenes, se las apaña para cocinar sus alimentos, usando piedras, bambú y hasta conchas de tortuga. Los aborígenes australianos calientan los huevos de emu directamente sobre arena caliente. Y hasta los inuit del polo, que lo tienen jodidillo para andar calentando las cosas, y que por lo tanto tienen fama de comerse las cosas crudas y hasta congeladas, de hecho prefieren cocer la comida sobre fogatas de grasa de foca, por lentas que sean.

Eso por lo que respecta a lo puramente biológico. En el último capítulo Wrangham da un paso más allá y dice que el cocinar definió nuestra cultura social: la necesidad de fuego y lo lógico que resultaba aprovechar el mismo fuego para varios individuos llevó a la costumbre de juntarse para comer, no sólo en el mismo sitio por temas de protección y acceso a los propios alimentos, sino a la misma hora para aprovechar el fuego y la labor del cocinero. Mientras que una cosa cruda se coge y come sin más, la cocina hay que planificarla, y no se puede andar parando cada vez que a alguien se le antoja un jabalí asado, por Tutatis. El problema del fuego es que a la vez que daba luz, calor y posibilidad de cocinar, revelaba la posición de un grupo humano tanto visual como olfativamente, así que eso llevó a organizarse: el macho cazaba sabiendo que la hembra luego cocinaría de forma que a todos les resultara más fácil alimentarse.

Sin embargo, llegamos a una conclusión curiosa: el ser humano últimamente ha pasado del punto en el que procesar sus alimentos le resulta útil nutritivamente. El pan de toda la vida es adecuado, pero el de molde engorda más. Hay zumos de manzana que engordan más que las propias manzanas, crudas o asadas. Y el microondas ha llevado a la posibilidad de que cada uno se caliente lo que quiera en un pispas sin esperar a nadie, y aunque los platos 'microondables' son menos sanos que recien hechos, cada vez se venden en mayor cantidad. Hoy en día gran parte de la crisis de obesidad no es tanto por comer mucho, sino por comer porquerías excesivamente procesadas.

Toda la vida se dijo que de lo que se come se cría, y que uno es lo que come. Se ve que más de lo que pensamos.

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