Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Matando dragones

Lenka
en Esperando a los búhos

Muchos (ellos y nosotras) nos preguntamos el por qué de esa aparentemente irreconciliable rivalidad entre mujeres. Es curioso, porque tampoco se nos escapa cuando se da entre hombres, pero quizá tendemos a simplificarla. O puede que ella misma sea simple, sin más. Por qué rivalizan los hombres, teóricamente? Por el poder, por las mujeres. Por ser los machos alfa, dirían en un documental, o los gallos de la quintana, diría mi abuelo. Dicha rivalidad puede ser durísima, violenta, brutal. La testosterona y esas cosas. Y, al mismo tiempo, parece que todos (ellos y nosotras) tengamos asumido que, en realidad, los hombres son noblotes por naturaleza y no se toman demasiado en serio ni siquiera a sí mismos. Dos tíos pueden romperse los tobillos a patadas para demostrar cuál de ellos maneja mejor una pelota, pero finalizada la competición, supuestamente, se estrecharán la mano y beberán juntos.

Por qué rivalizan las mujeres? Es también por el poder y por los machos? Realmente somos las mujeres más retorcidas, más envidiosas, más pérfidas y rencorosas que ellos? Y, si es así, por qué se da al mismo tiempo una relación tan mágica, tan brujeril, tan de hermanas, tan inexplicable entre nosotras, o al menos entre aquellas de nosotras que logramos entendernos, que nos empeñamos en tejer lazos secretos no siempre comprensibles desde fuera? Qué hace que tías completamente diferentes entre sí, con edades dispares, con ideas irreconciliables, procedentes de mundos distintos, se reconozcan como iguales y sean amigas?

Parece que los hombres necesiten pocas palabras e incluso pocos gestos para ser amigos. A lo largo de la historia se les ha educado para eludir la ternura, para comportarse de un modo parecido al de los lobos: juntos en manada pero cada cual por libre. Nosotras parloteamos incansablemente, nos tocamos, nos recordamos. Incluso las "poco femeninas", las más alejadas del cliché, las esteparias, erizas y despegadas tenemos nuestros momentos, nuestros rituales, nuestras maneras más o menos convencionales de mantener viva esa llama extraña. Dos hombres pueden ser amigos y definirse como tales sabiendo apenas cuatro detalles de la vida del otro. Callando juntos, sin más. No dudo que eso requiere cierta complicidad. Las mujeres tendemos a compartirnos, y, diré más, a adivinarnos. No sé por qué razón.

Imagino que todo este rollo místico viene de muy atrás, del unirse para compartir secretos y enseñanzas vedadas, del afán por apoyarse y sobrevivir en un mundo que era de ellos, creado por ellos, mandado por ellos, etiquetado por ellos. Toda esa herencia debiera haber originado un compañerismo (un comadreo, quizá) a prueba de cualquier cosa, una solidaridad absoluta. No caeré en la monserga fácil de si el asunto se estropearía cuando la historia se empeñó en hacernos santas o putas, garantes de las honras, moneda de cambio, repudiada o favorita. Quizá empezó por ahí. Divídelas, porque juntas no harán nada bueno. Si fue así, aún no nos hemos apañado para solucionarlo, cayendo en trampas viejas y en otras nuevas que todas conocemos. Pero ponerse a filosofar alargaría demasiado esta reflexión (que ya será demasiado larga, como siempre).

La sabihonda Mafalda adora a su madre (salvo por la sopa) pero no pierde ocasión de soltarle lindezas del tipo: "tranquila, mamá, que yo no voy a ser una mediocre como vos". Es brutal, es espantoso, pero es cierto, maldita sea. Pareciera que desde que el mundo es mundo las mujeres han recorrido inexorablemente esa senda de liberación que implica esfuerzo, lucha... y matar a la madre. Asesinar a sangre fría (y con enormes culpas) lo que la madre significa. La vida que la madre vivió, todo aquello que quiso, que defendió, que atesoró, sus sueños, sus esperanzas, sus códigos. Es una cosa horrenda, dolorosa, extraña. Es amar a la madre enormemente, respetarla, darle las gracias por todo cuanto hizo y lo que no hizo por una. Y es, al mismo tiempo, tener la certeza de que en muchas cosas "no seré como ella". Lo más antinatural convertido en lo más natural. Seguro que todas entendéis de qué estoy hablando.

Es un espanto eso de que el mundo, el cosmos, la vida, la historia, te pongan en el brete de matar a mamá. De amar ciertas de las cosas que representa y demoler otras sin dudarlo ni un momento. Es terrorífica esa frase (expresada con la crudeza y el relajo infantil) del "tranquila, que no seré como tú". Porque resulta que casi toda madre lo aplaudiría. Hija, sé mejor que yo. Más libre que yo. Chilla más de lo que yo chillé. Quizá de ahí venga el misterio. La esencia. Ese amor odio. Ese rencor a la hija, la joven, la nueva, la rival, la que se atreve (que es el rencor del "yo no me atreví, no pude, no supe, no me dejaron") y a la vez esa admiración, ese quitarse el sombrero ante ella. Esa ambivalencia. Ese dejarse matar por la hija. Ese asumir que la hija te ama y te asesina simbólicamente por lo que no ama de ti o no comprende o no está dispuesta a asumir y emular. Es horrible y hermoso, pura mitología. Ellos matan dragones. Nosotros matamos madres. Es sórdido y cruel, pero también encarna el amor más enorme, el que todo lo entiende. Mátame y sé lo que yo no fui. Yo te aplaudo por ello. Por eso no puede haber nada más visceral y complejo que el amor de madre, supongo.

Por eso, a lo mejor, todas nos amamos y nos odiamos de algún modo. Todas respetamos y alabamos los arrestos de las anteriores, las madres, aspirando al mismo tiempo a superarlos. Todas miramos con recelo a las siguientes, la hijas, sabedoras de que nos ningunearán los principios cualquier día. Y todas contemplamos con curiosidad, temor, envidia, recelo, cariño, admiración, complicidad y desdén a las hermanas, las otras, las rivales, preguntándonos si caminan a nuestro lado o si nos pondrán la zancadilla, si son amigas o enemigas, si pelearán en nuestro bando o tratarán de hacernos polvo, si persiguen lo mismo, si son arietes o piedras en los bolsillos, si nos ayudarán a demoler paredes o nos pondrán rejas en las ventanas. Preguntándonos siempre si la de enfrente es como nosotras o es lo contrario, si nos comprende o no, si compartirá la parcela conquistada o nos disputará el rincón a empujones, si es guerrera o sumisa, si se creyó las normas, si nos colgará las alas o los grilletes.

Un guiño de bruja a todas las brujas. Del clan que sean.

Comentarios aquí

sábado, 13 de febrero de 2010

Frugalidad frente a miseria

Del blog adicto a la gente.

El concepto occidental de riqueza y desarrollo, llevan a una situación de consumo insostenible. El bienestar es un concepto que se mide según unos criterios puramente económicos y de seguridad. Pero este no es mi concepto de bienestar, al menos no el más importante.

Africa es una pulga económica (sólo supone el 2% del PIB mundial) y sin embargo genera una riqueza no tangible ni medible: felicidad, sobre todo en los entornos menos contaminados por los valores económicos occidentales.

Para alcanzar el supuesto bienestar, cada vez exigimos/nos exigimos más posesiones que, sin ser necesarias, las convertimos en imprescindibles. Ya no es suficiente con un plato de lentejas, un techo donde cobijarse y algunas prendas con las que cubrirse. Nuestra sociedad consumista califica de miseria y vida poco digna cuando se tienen cubiertas estas necesidades y no se tiene para nada más.

Parece que no tener coche, vacaciones en la playa, TV, radio, lavadora, secadora, frigorífico, fines de semana en la sierra, Play station, cientos de juguetes para los niños, cocina completa y un larguísimo etc, es ser pobre. El que no los puede tener, efectivamente considera que su vida es mísera y le acarrea infelicidad. Así se llega a la conclusión capitalista que la felicidad está directamente relacionada con las posesiones.

A todos se nos llena la boca diciendo que la felicidad no está en el dinero, pero nuestros hechos nos desmienten. La mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo va dirigido a conseguir dinero para tener posesiones.

Y es una rueda inacabable porque, cuanto más tenemos, más deseamos y más esfuerzo y horas de trabajo tenemos que dedicar para seguir satisfaciendo el hambre consumista.

Todavía existen colectivos que viven frugalmente, cuidando sus cosechas o sus animales, que les dan lo imprescindible para sobrevivir en lo económico, pero vivir, y muy bien, en lo social. Comunidades en que las relaciones interpersonales, las horas de pesca en un río, las charlas nocturnas con la familia, las fiestas pueblerinas, el manejo del tiempo y el trabajo duro son ingredientes que confieren una vida pobre, según cánones occidentales, pero digna, humana y relativamente feliz. Quizás no ideal, pero sí plena. Tienen riqueza relacional.

Cuando a estos colectivos llega el desarrollismo, aumentan en algo las posesiones pero aparece la miseria. ¿Cuantos indígenas que vivían con una aceptable calidad de vida en sus tribus dan el salto a la capital y malviven y desesperan en los suburbios, eso sí, con una radio, una televisión y un coche destartalado?.

Mientras, en Occidente, dependemos de que el PIB crezca año tras año y, con cada crecimiento, insostenible a todas luces, supuestamente mejoramos nuestro nivel de vida tanto como empeoramos nuestra calidad de vida y devastamos el entorno. Y cuando el PIB no crece, es un desastre total y la infelicidad se hace aún mayor de la habitual.

Actualmente algunos economistas abogan por el decrecimiento. No como algo impuesto por una crisis del sistema, sino como algo elegido, un volver atrás en el consumismo, un sistema totalmente diferente al que tenemos. Una manera distinta de relacionarnos con el tiempo, alejándonos de la velocidad y sabiendo apreciar la quietud y la calma. Un volver atrás dejando de lado el productivismo para centrarnos en las relaciones.

Como dice Serge Latouche “el proyecto de una sociedad del decrecimiento es radicalmente diferente del crecimiento negativo, es decir, al que conocemos en la actualidad. El primero es comparable a una cura de adelgazamiento realizada voluntariamente para mejorar nuestro bienestar personal cuando el hiperconsumismo nos amenaza con la obesidad. El segundo es más parecido a que nos pongan a régimen forzado, hasta el punto de matarnos de hambre: no hay nada peor que una sociedad del crecimiento sin crecimiento. Se sabe perfectamente que una simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en el desconcierto, el paro, la ampliación de las diferencias entre ricos y pobres, la reducción de la capacidad de compra de los más necesitados y el abandono de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y ambientales que aseguran un mínimo de calidad de vida.”

Pero cada individuo está muy ligado a los engranajes del sistema. Retirarse del mismo es casi imposible.

No tengo respuestas. Os dejo estas consideraciones que me plantean dudas. No sé qué pasaría si empezáramos a romper círculos y cadenas y optáramos por esta sociedad del decrecimiento. La frugalidad puede no ser miseria sino una de nuestras mayores riquezas. Es más rico el que menos necesita. Quizás, más tarde o temprano, no tengamos más remedio que hacerlo. De momento, vivimos muy cómodos pero ¿por cuánto tiempo más?.

Comentarios aquí

domingo, 7 de febrero de 2010

Madurez

Del blog de Juan: Adicto a la gente.

¿Qué es la madurez?. ¿Para qué sirve?. ¿Se puede ser maduro e inocente?. ¿La madurez procura felicidad?. ¿Como sé que estoy maduro?.

Definición

Como me pasa tantas veces, la definición de la RAE, siendo exacta, me deja frío. "Buen juicio o prudencia, sensatez."

Pues sí. Son características de una persona madura. Pero hay muchas más características que considero necesarias.

La madurez, más que un momento cronológico, es un estado mental, en el que se acepta como un todo nuestro lado más emocional y nuestro ser racional, conjugándose ambos, para dotar nuestra personalidad de una coherencia interna, es decir pensamos, decimos y hacemos lo mismo, sin contradiciones. Esta coherencia interna no implica inmovilismo. La persona madura cambia y sigue creciendo.

¿Para qué sirve?

Para saber cuidarnos. Para hacernos independientes. Para no ser esclavos de dependencias, miedos o lazos afectivos que asfixian.

Sirve para situarnos en el mundo y aceptar el entorno aceptándonos. Ocupando nuestro lugar en el mundo de una manera realista, dando lo que podemos dar y sabiendo recibir. Comprometiéndonos con lo que nos podemos comprometer, respetando nuestras posibilidades.

¿Se puede ser maduro e inocente?

Hay una tendencia a considerar madurez e inocencia como antónimos. Y es cierto que en muchas personas es así.

Las experiencias hostiles nos pueden hacer incrédulos y muy críticos con el ser humano. A no creer en nadie. A considerar al vecino como un posible lobo más. A tratar al de enfrente con ironía y sarcasmo en vez de con la humildad necesaria del que sabe que puede aprender del más lerdo. Y nos convertimos en erizos.

En estos casos se puede hablar de madurez emocional, pero no de madurez social.
Cuando se consigue ser maduro y a la vez inocente, se alcanza el grado de madurez máxima: emocional y social. La inocencia no es sólo no ser culpable. También supone no buscar culpables en los demás.

Pero ser inocente no significa ser lelo. Una persona inocente y madura se integra perfectamente en su entorno, crea buen ambiente a su alrededor, saca lo mejor de los demás, pero no se engaña con respecto a las debilidades propias y ajenas ni las maneja a su favor. Sólo le sirven para comprender. Y de esta comprensión surge la lucidez.

¿La madurez procura felicidad?

Ni la madurez e inocencia son antónimos ni la madurez es sinónimo de felicidad.

Pero siguiendo la idea anterior, la persona madura emocional y social, tiene mucho recorrido hecho para un estado de felicidad.

Pero también se puede ser feliz siendo inmaduro.

¿Como sé que estoy maduro emocional y socialmente?

Cuando estás dispuesto a cambiar, si es necesario.

Te autocriticas, no para machacarte, sino para mejorar. Aceptas de la misma manera la crítica ajena.

No te entregas al victimismo y a la autocompasión.

Te ríes de tí mismo y no pasa nada.

Eres libre pero te responsabilizas de tus actos sin excusas ni justificaciones.

Sabes pedir perdón y rectificar.

No esperas ser especialmente considerado por los demás.

Sabes controlar tu ira y rabia.

Huyes de reaccionar. Prefieres la acción y la anticipación.

Sabes que la vida no se rueda en blanco y negro. Hay un amplio abanico de colores. No hay buenos ni malos.

Consigues el equilibrio en tus ideas. No hay extremismo, ni el todo o nada. "En el centro suele estar la virtud".

Huyes de prejuzgar y juzgar. Prefieres comprender y saber.

Aceptas perder y sabes ganar.

Te alegras con los éxitos de otros. No sabes de celos ni de envidias.

Apenas te preocupas. Prefieres ocuparte.

Sabes que el universo no gira alrededor tuyo.

Comentarios aquí