Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

martes, 28 de diciembre de 2010

Psicópatas (intoxicadores)

De Juan. Adicto a la gente.

Desde hace algún tiempo, por cuestiones que han afectado profundamente a mi entorno, estoy muy interesado en el tema de los psicópatas.

Desde un punto de vista semántico, las palabras que describen a estos sujetos, psicópata o sociópata, no me terminan de gustar porque incluye el sufijo pathos, que implica de alguna forma “enfermedad”. Y no son enfermos. Mi pareja los llama intoxicadores y creo que, desde este prisma, son más fácilmente reconocibles.

Lo que me motiva a escribir esta entrada es precisamente esto: ayudar a reconocerlos, porque es realmente difícil.

Cuando se habla informalmente de psicópatas, a la mayoría les vienen a la cabeza personas que cometen crímenes atroces, violaciones múltiples, asesinatos en cadena, etc. Y sí, en su mayoría estos sujetos son psicópatas, pero son una ínfima cantidad y muy extrema, de estos intoxicadores.

Para centrar el tema, las estadísticas nos muestran que entre el 2 y el 4 % de los sujetos son psicópatas. Es decir, que uno entre 25-50 personas lo es. Teniendo en cuenta que de media nos relacionamos en un momento concreto de nuestra vida, con unas 200 personas, estamos teniendo contacto directo con 4-8 psicópatas más o menos a diario.

Definición
Vamos a intentar hacer lo que estos sujetos no saben: meternos en su pellejo. Imaginaos que os operan el cerebro y os dejan sin sentimientos de culpa, sin ningún cargo de conciencia por nada malo que hagáis. Que no sintáis ningún tipo de preocupación por los demás, incluyendo a vuestros familiares, ni ningún remordimiento por ningún daño que causéis. Que no os sintáis responsables de nada ni de nadie.

Todos asumimos que la conciencia y la empatía (en mayor o menor medida) es universal entre seres humanos, pero tras esta hipotética intervención quirúrgica de nuestro cerebro, nosotros no las tenemos, no poseemos ese “molesto freno”. Así que podemos ocultar el hecho de que no tenemos conciencia casi sin ningún esfuerzo por nuestra parte.

Estamos libres de restricciones internas, y esta libertad desenfrenada para hacer lo que te apetezca, sin remordimientos de conciencia, es una ventaja para nosotros entre otras cosas porque los demás no se dan cuenta.

Pues una de cada 25 personas es así de nacimiento, tienen un cerebro diferente.

No estamos comúnmente enterados, y por lo general tampoco identificamos a la gran cantidad de sociópatas no violentos que se encuentran entre nosotros, gente que a menudo no son infractores descarados, y contra quienes nuestro sistema jurídico oficial proporciona poca defensa.

La mayoría de nosotros no podría imaginar ninguna correspondencia entre la concepción de un genocidio étnico y, por ejemplo, el hecho de mentirle a su jefe sobre un compañero de trabajo sin sentir culpa alguna. Pero la correspondencia psicológica no sólo está allí; es escalofriante. Sencillamente, la relación está en la ausencia del mecanismo interno que nos tortura emocionalmente cuando elegimos hacer algo que vemos como inmoral, falto de ética, negligente o egoísta.

La mayoría de nosotros se siente ligeramente culpable si se come el último trozo de torta que queda en la cocina, e imagínese pues lo que sentiríamos si nos pusiéramos a lastimar a otra persona a propósito y de manera metódica.

Los que no poseen absolutamente ninguna conciencia constituyen un grupo por sí solos, así sean tiranos homicidas o simplemente francotiradores sociales despiadados.

La presencia o la ausencia de conciencia son una seria división humana, y podría decirse que es más significativa que la inteligencia, la raza, o hasta el género.

Lo que distingue a toda esta gente del resto de nosotros es un agujero completamente vacío en la psique, en donde deberían estar las funciones de humanización más desarrolladas. [Martha Stout, Ph.D., The Sociopath Next Door (El Vecino Psicópata)] (altamente recomendado).

"Agradable," "encantador," "inteligente," "despierto," "impresionante," "inspirador de confianza," y "un gran éxito con las damas": estas son las clases de descripciones usadas en varias ocasiones por Cleckley en su famoso estudio sobre psicópatas. También lo son, por supuesto, "irresponsable," "autodestructivo," y adjetivos semejantes. Estas descripciones destacan la gran frustración y los misterios que rodean el estudio de la psicopatía.
Los psicópatas parecen tener en abundancia aquellos rasgos más deseados por las personas normales. La despreocupada confianza en sí mismo del psicópata parece casi como un sueño imposible, y es generalmente lo que la gente "normal" intenta adquirir cuando asiste a talleres para ganar seguridad en sí mismo. En muchos casos, la atracción magnética del psicópata hacia los miembros del sexo opuesto parece casi sobrenatural.

Suelen ser unos grandes seductores, no sólo con el sexo opuesto, sino también con el propio. Suelen encontrar personas que los encumbran y admiran. Y a la vez escogen víctimas a las que intentan descalificar, humillar y acosar de manera continuada. Suelen hacerlo con un gota a gota, apenas visible para nadie, pero corrosivo a largo plazo para el que sufre este tipo de acoso continuado.

El sarcasmo suele ser una de sus mejores armas. Pequeñas “bromitas” sobre la víctima para ridiculizarla, nada que parezca importante a ojos de los demás, pero que cuando se multiplican en el tiempo (y en el número de compañeros que se suman a las “bromitas”) consiguen que la víctima quede descalificada a los ojos de su entorno y a los propios con el consiguiente daño en la autoestima.

Otras armas son las quejas continuadas sobre la víctima, o el llamar la atención sobre sus defectos (reales o imaginarios), reirse de sus ideas, sentimientos o actos, cualquier cosa que desacredite a su/sus víctimas.

Sus víctimas pueden ser sus hijos (la víctima se convierte en la oveja negra de la familia), sus parejas (buena parte de los maltratadores son psicópatas), amigos, vecinos, compañeros de trabajo, socios, etc.

El narcisismo también es una forma de psicopatía.

Cleckley piensa sobre lo que de verdad “era realmente anormal” en esta gente. Llega a estar muy cerca de sugerir que son humanos en todos sus aspectos – salvo en el hecho de que carecen de alma. Esta carencia de “calidad de alma” hace que sean “máquinas” eficientes. Pueden ser brillantes, escribir obras eruditas, imitar las palabras de la emoción, pero con el tiempo llega a estar claro que sus palabras no corresponden a sus acciones. Son el tipo de persona que pueden quejarse de estar siendo devastadas por la pena y que después van a una fiesta "para olvidar." El problema es que realmente SE OLVIDAN.

En pocas palabras, el psicópata - y el narcisista en un menor grado - es un depredador. Si pensamos en la interacción entre los depredadores y sus presas en el reino animal, podemos llegar a tener una cierta idea de lo que se esconde detrás de la "máscara de la cordura" del psicópata. Del mismo modo que un animal depredador adoptará toda clase de funciones furtivas posibles para acechar a su presa, sacarla fuera de la manada, acercársele y disminuir su resistencia, el psicópata construye todo tipo de camuflaje elaborado compuesto de palabras y apariencias - mentiras y manipulación - para "asimilar" a su presa.

¿Porqué me gusta hablar de intoxicadores?
Por que en donde están consiguen crear un clima tóxico, venenoso. Intoxican todo lo que tocan, crean mal ambiente allá donde van y muchas veces, tras enrarecer el ambiente, casi nadie es capaz de saber quién es el responsable. Saben como enfrentar a las personas y disfrutan con ello.

En el tebeo de Astérix y Obelix, “La cizaña”, caracterizan a un intoxicador a la perfección.

En Internet abundan estos sujetos. Se sienten seguros bajo el anonimato y no tienen nada que perder.

Lo único que les para es el miedo a las consecuencias de sus actos (cárcel, despido, denuncias, etc) no su conciencia, por que no la tienen.

No hay tratamiento. Cuando se consigue desenmascarar a uno lo único que se puede hacer es apartarse de ellos.

Agradezco a la página Psicopatía y ponerología su magnífica labor. Muchas de las ideas que aquí se exponen se las debo a ellos. Algunos párrafos los he copiado literalmente (los mejores sin duda).

Agradezco también a Kaken, que los ha sufrido en sus carnes, y me ha enseñado a verlos y reconocerlos.

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sábado, 11 de diciembre de 2010

El Síndrome del buen hijo. Honrarás a tu padre y a tu madre.

Blog de Juan. Adicto a la gente

Hay pocas cosas que se hayan sacralizado tanto como la familia. Y sacralizar lo que sea tiene mucho de manipulación y poco de razón.

Ha sido considerada la célula básica de la sociedad, la forma natural de acceder al mundo y ello ha llevado implícita la más increíble impunidad a tantas desvergüenzas que se justifican en base a su protección y a su carácter sagrado.

Pues no es necesariamente la célula básica de la sociedad ni la manera natural de acceder al mundo. En la prehistoria no existía esta institución. La célula básica era la tribu y aún, en algunas tribus poco contaminadas, lo sigue siendo.

Sí es en cambio, una manera cómoda de estructurar la convivencia.

Para apuntalar esta institución no pocas veces hemos de tragar sapos y culebras para que no no señalen como malos si rompemos una familia.

A los padres se les asigna un poder casi ilimitado (salvo salvajadas muy evidentes) sobre la vida y obra de sus hijos. Pueden maltratarlos psicológicamente lo que les plazca y, a eso algunos, lo llaman transmisión de valores, incluso educación. Mentes poco sanas psicológicamente pueden tener hijos y transmitirles sus miedos, fobias, odios o dependencias. Y nadie puede meterse. No tienen que dar explicaciones. Gran parte de las taras psicológicas de los adultos provienen de alguna forma de maltrato por parte de sus padres.

Pero ojo, la sociedad te dicta que a los padres hay que respetarlos, amarlos, cuidarlos y adorarlos. El hijo que se aparta de una madre será convenientemente señalado como mal hijo, sinónimo de la mayor perversidad que un humano puede cometer. La sociedad no tolera semejante dislate. “Honrarás a tu padre y a tu madre” nos dice Dios. Y el que no los honre, no sólo arderá en los infiernos cuando muera, hay que quemarlo en vida.

Es hora de crear un nuevo síndrome: el síndrome del buen hijo. Lo definiría como aquella persona que nunca ha sido respetada por sus padres pero que se siente obligado a quererlos, honrarlos, obedecerlos, respetarlos y cuidarlos. Esta persona nunca se desarrollará con buena salud emocional hasta que no medite con serenidad, incluso con frialdad, el papel que sus padres han jugado en sus vidas y no sea capaz de criticar, e incluso alejarse de ellos, si es necesario. La relación con los padres no se puede establecer desde el deber o la responsabilidad (un deber impuesto a fuego en nuestras carnes con el “honrarás”) sino desde el amor y la libertad.

Se ha tenido mucho cuidado en destacar los derechos de los padres y los deberes de los hijos. Se sabe muy bien como “debe” ser un buen hijo. Todos están de acuerdo. ¿Se sabe también como debe ser un buen padre?. Aquí ya hay opiniones para todos los gustos.

Para mí el buen padre es el que respeta a sus hijos desde que nacen. No me vale sólo con el amor. Un amor que no respeta es de los mayores maltratos que se pueden infligir a una persona, porque la dejas indefensa ante el daño. Demasiadas veces vemos como personas que respetan a los extraños no hacen lo mismo con las personas a las que más dicen querer. Si muchos padres se comportaran con los vecinos, amigos o compañeros de trabajo de la misma forma en que se relacionan con sus hijos, serían considerados psicópatas. Pero con sus hijos sí tienen permiso para faltarles al respeto. Parece que el amor se convierte en la patente de corso para dejar de respetar.

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martes, 17 de agosto de 2010

Libertad moral

Por Juan en Adicto a la gente

Hay cuestiones que deben ser reguladas o incluso prohibidas. Pero hay cuestiones que sólo deberían pertenecer al ámbito personal y las leyes sólo deben asegurar la libertad de cada individuo.

Las leyes no coercitivas, aquellas que no obligan a nadie pero permiten distintas opciones, cuando son posibles, han sido todo un logro en la democracia.

Pero en España sigue habiendo miedo a la libertad individual. Se siguen intentando prohibir cuestiones que sólo deberían pertenecer al mundo individual o incluso moral de cada ciudadano. Permitimos que los políticos escojan por nosotros. Que determinados ideales o morales se impongan y nos coarten nuestra libertad.

La prohibición de los toros en Cataluña, el intento de prohibir el aborto, la oposición a las bodas gay, la imposición del catalán en los colegios públicos, la intención de obligar a estudiar religión católica en las escuelas y otros muchos casos más ejemplarizan lo que quiero decir.

Y los grupos opresores siempre encuentran una magnífica excusa para imponer su ideología en donde caben opciones que no obligan a nadie:

1. Los antitaurinos (los que abogan por la prohibición, no me refiero a los que no les gusta y prefieren que desaparezcan de manera natural) se amparan en el maltrato animal.

2. Los antiabortistas, a que se mata a un ser humano.

3. Los catalanistas a que hay que defender la Lengua.

4. Los católicos que abogan por la religión católica obligatoria, porque España es un país de tradición católica.

5. Los que se oponen a las bodas gay, porque es antinatural o porque etimológicamente matrimonio procede de mater y jurídicamente siempre ha ssido la unión de un hombre y una mujer.

Si nos fijamos en los cinco ejemplos, todos cumplen una misma premisa. Los que intentan imponer en vez de dar opciones, se escudan en principios personales y defienden a algo o a alguién que no tiene entidad para protejerse a sí mismo. Ni los toros, ni los fetos, ni la tradición ni la naturaleza ni la Lengua son personas de carne y hueso con derechos y deberes. Son entes que sólo significan algo para un grupo de personas y no para todas.

La existencia de la ley del aborto a nadie obliga a abortar, a nadie se obliga a acudir a una corrida ni a casarse con alguien del mismo sexo, a nadie se le obliga a asistir a clases de religión ni se le impide a nadie y cualquiera debería ser libre para decidir por sí mismo o por sus hijos, si es mejor para ellos estudiar en catalán o en castellano.

Estos grupos opresores pueden ser de distinto signo y ves, divertido, como el que antes gritaba en nombre de la libertad de elección, al día siguiente justifica una imposición y corta la elección a los contrarios.

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viernes, 16 de julio de 2010

Salvar el Serengeti

Celadus
en Memorial de Isla Negra

A estas alturas del siglo XXI, cuando parece que la concienciación respecto a todo lo relacionado con la protección del medio ambiente alcanza una extensión considerable entre la población mundial, no dejan de sorprenderme –será porque aún soy un iluso- noticias como que el Gobierno de Tanzania planea construir una autopista nada menos que al norte del Serengeti, paralela a la frontera con Kenya, cortando las rutas migratorias de las grandes manadas de ñus que cada año cruzan esa frontera en viaje de ida y vuelta hacia Masai Mara. Se trata de un fenómeno migratorio de dimensiones planetarias (más de dos millones de animales la realizan), ampliamente conocido y difundido en miles de documentales de naturaleza africana desde hace décadas.

La noticia me sorprende no por el hecho de que un gobierno prime más un supuesto desarrollo económico sobre los valores naturales de su territorio –eso es algo bastante habitual, desgraciadamente- sino precisamente porque esos valores naturales constituyen, en el caso concreto de Tanzania, uno de los mayores recursos económicos del país. Me estoy refiriendo, naturalmente, al turismo de Naturaleza, cada vez más extendido y que genera una de las mayores entradas de divisas en este país africano. Que el Gobierno tanzano pretenda cargarse de un plomazo esta gallina de los huevos de oro resulta de todo punto incomprensible. La migración anual de los herbívoros del Serengeti en busca de los pastos frescos que deja la estación de lluvias a una y otra margen del río Mara resulta absolutamente imprescindible para su supervivencia y la desaparición de estos supondría la disminución irremediable de los carnívoros que se alimentan de ellos –leones, guepardos, hienas y toda la cohorte de carroñeros que terminan la faena- y un cambio radical en las relaciones ecológicas entre herbívoros y plantas que podría resultar desastrosa para todo el ecosistema.

Existe, como en casi todos estos casos, una alternativa al trazado de esta autopista por el sur del parque, sin afectar para nada a los animales. Pero probablemente, también como en casi todos estos casos, ese trazado resulta más largo y consecuentemente más caro que el septentrional.

La polémica, pues, está servida. Las organizaciones conservacionistas se echan las manos a la cabeza ante esta insensatez. El Gobierno de Tanzania alega que esta vía es necesaria para el desarrollo económico de la zona occidental del Serengeti. El proyecto está todavía en fase de estudio y se proyecta su comienzo para el 2012.

El problema de esta autopista no reside solo en su impacto sobre las migraciones de los herbívoros sino en lo que implica introducir maquinaria pesada para su construcción dentro de este frágil ecosistema, así como en que facilitaría el acceso a las zonas de reserva, incrementando los problemas de furtivismo que ya en la actualidad constituyen una seria amenaza para la fauna.

¿Tiene derecho Tanzania a desarrollarse económicamente? La respuesta es clara y tajante: por supuesto que sí, como cualquier otro país. ¿Tiene derecho a acabar con la que probablemente es la más rica y mejor conservada reserva de vida salvaje del mundo? ¿Son el Serengeti y sus riquezas naturales propiedad exclusiva del pueblo tanzano o son patrimonio de la humanidad que hay que proteger desde los organismos internacionales? El tema no deja de ser peliagudo y está cargado de consideraciones éticas, además de económicas y políticas.

Personalmente me cuesta creer que el Gobierno de Tanzania esté tan ciego. Me inclino a pensar, más bien, que se trata de un globo sonda para presionar a la comunidad internacional y exigir en su momento compensaciones económicas a cambio de cambiar el trazado de la autopista. Ojalá sea esa la cuestión. Creo firmemente que Tanzania tiene todo el derecho a realizar esa petición. La conservación de ese espacio natural único no puede recaer sólo sobre uno de los países africanos más pobres, a costa de mermar su crecimiento económico y las mejoras en la calidad de vida de sus ciudadanos. Por tanto, los países desarrollados deberíamos contribuir económicamente para salvar el Serengeti, porque es responsabilidad de toda la humanidad la conservación de los pocos espacios vírgenes que nos quedan. No tenemos derecho a exigir a los países del tercer mundo que renuncien a su desarrollo económico para proteger unos ecosistemas de los que todos nos beneficiamos a cambio de nada, cuando en nuestros países hemos arrasado con todo lo arrasable y más aún en aras de un pretendido progreso. Pero tampoco podemos permitirnos el lujo de perder una joya como el Serengeti, porque sería sin duda el mayor desastre ecológico de nuestra historia y una pérdida irremediable para las generaciones futuras y para nosotros mismos.

Existe ya una campaña internacional en marcha para salvar el Serengeti y espero de todo corazón que en este caso se imponga la cordura y los ejércitos viajeros puedan seguir llevando a cabo sus migraciones como vienen haciendo desde hace miles de años.

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lunes, 12 de julio de 2010

Ochenta años no son nada

Rogorn
en Blogorn

Pues sí, oootra entrada más en oootro blog más sobre la victoria de España en el Mundial de fútbol, ¿qué pacha?

Uno de los sentimientos más curiosos que esta victoria ha producido es el de "por fin". El de "ya era hora". El de "nos lo merecíamos después de tanto tiempo". Nótese el "nos", donde nos colamos por el morro y la gramática cuarenta y pico millones de carotas, a pesar de que sólo juegan once cada vez. Me resulta curioso, porque los que se dejan los meniscos y los metatarsos y a veces hasta las meninges en el oficio no son más que unas decenas de veinteañeros. Esos son los que llevan desde pequeñitos luchando por hacer realidad un sueño, y quienes deberían acaparar ese sentimiento de años de meritoriaje recompensado. Los demás sólo vemos cómo lo hacen, o cómo fallan en el intento mientras como recompensa nos ciscamos en sus muertos más frescos. En una de las promociones inglesas de las retransmisiones mundialistas decían, recordando su única victoria, en 1966: "He's only 25, but he's been waiting for this moment for 44 years". Así es. Ese sentimiento de haber llegado al final de un camino de ochenta años ha invadido a los antedichos cuarenta y pico millones, incluidos los que no habíamos nacido cuando se jugó el primer Mundial en Uruguay en 1930.

¿De dónde viene este curioso sentimiento? Los futboleros de la undécima hora quizá lo intuyan en otros más que entenderlo, pero esta victoria significa toda una validación de todo el tiempo, las ganas, las ilusiones y hasta el dinero que un aficionado, incluso de la variedad sillonbólica, ha dedicado al rollo este desde que le picó el virus. Si alguien quiere deprimir a un futbolero, que le proponga el siguiente ejercicio (no físico, tranquilos): calcula el número de partidos que puedes haber visto en tu vida (las ligas tienen 38 jornadas al año, la selección juega unas diez o doce veces por temporada, más champions, etc, pongamos unos 50 de media al año tirando por lo medio-bajo), multiplícalo por dos, y acojonez-vous ante la cantidad de horas que salen de ahí.

Pues desde ayer, son todas para bien. Quedan todas justificadas, y es como si te hubieran convalidado una carrera. Todo lo balompédico que uno ha hecho en su vida, desde dar patadas a pelotas de playa hasta pegarse viajes, madrugones y disgustos, queda de repente reivindicado. ¿Ves cómo esto merece la pena, hombre (o, generalmente, mujer) de poca fe? Ya no es una friquez, ni una gilipollez, ni una absurdez. No es como cuando un hijo tuyo empieza a andar, claro, por supuesto. Es... más importante.

Por supuesto, todo esto sólo funciona así si le das al fútbol una dimensión más allá de un juego. Si lo que te gusta es el fútbol, te debería dar igual que gane el equipo colorao o el otro, y santas pascuas, y tu sentimiento de pérdida o ganancia no debería variar por un quíteme allá un fuera de juego. Pero claro, así la cosa no tiene aquél. A mí el tema me ha pillado en mal momento en este sentido. Cuando yo pegaba berridos de joven y me frustraba cuando nos echaban de las Copas de Europa y los Mundiales, no había manera de ganar nada, y cuando me pasé al rollo zen de que gane el mejor y a quien Dios se la dé, Maradona se la bendiga, está siendo cuando estamos juntando más copas que una baraja de Heraclio Fournier. Cuatro Champions en diez años, más la Eurocopa de 2008 y el Mundialcejo éste. Además, al verlo sin ambiente ni ná, en tierra hereje, parecía un domingo cualquiera. Tras acabar y hablar con mami y oír los cohetes por teléfono y darme una vuelta por el internete a ver quién ponía más signos de exclamación!!!!!!!, me acabé poniendo un par de episodios de 'The big bang theory' antes de irme pal sobre con una simple satisfacción vulgaris. Está uno mayor ya, debe de ser.

Ahora supongo que habrá gente que en vez de para decir que vaya banda garrulos que somos, empiece a usar el fútbol para usarlo de modelo de convivencia entre las Españas esas desunidas por la misma constitución. Esos catalanes y andaluces y madrileños y vascos y asturianos (bueno, asturiano uno sólo) formando una band of brothers in arms como un solo hombre (y mujer) que van por ahí reconquistando el mundo (Suiza, Honduras, Chile, Portugal, Paraguay, Alemania, Holanda, joé parece esto el siglo XVII otra vez). Ya podían aprender los políticos, y tal.

Ché. Cuidao. No me confundan las cosas. Chutar todos pa la misma portería no es lo mismo que decidir si aborto sí o aborto no, si toros sí o toros no, o en qué idioma van estudiar los guajes del Guaje en el cole cuando se mude a Barcelona el mes que viene. En eso no cabe San Íker ni un cabezazo de Puyol que lo arregle todo antes de las diez y media de la noche. Si al fútbol se lo ha minusvalorado a menudo, ahí se lo sobrevalora, así que definamos los términos. Aparte, permitan que me rechifle un tanto ante ese modelo de integración, donde se considera un triunfo que centre un andaluz y remate un catalán. La Francia del 98 o la Alemania de 2010 son un espejo de integración multiétnica y multinacional, con ghaneses, caribeños, turcos, argelinos, brasileños, polacos (de Polonia) vistiendo la misma camiseta. Alemania hasta tiene un español, Mario Gómez. Nosotros esta vez no hemos ni llevado a Marcos Senna, y lo más exótico que hay es un canario, Pedro Rodríguez. De forma que esa unión de voluntades nuestra queda, la verdad, un poco pueblerina.

En fin, que ya podía ser todo tan fácil como el fútbol. Quien lo ha seguido lo sabe.

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sábado, 8 de mayo de 2010

¿Están locos estos britanos?

Rogorn
en Blogorn

Cuando uno se va lejos de viaje, uno espera que las cosas sean muy diferentes a lo que conoce. Uno viaja a Japón, el Congo Belga o la Chimbamba Citerior y va esperando que las cosas sean distintas y exóticas. Hay veces, sin embargo, en que no hay nada más distinto y exótico que el vecino.

El vecino inglés ya tiene fama de ser distinto y exótico de por sí. Conducen por el lado que no es, tienen enchufes distintos (y están prohibidos en los cuartos de baño), cierran los pubs cuando nosotros los abrimos, tienen los museos o gratis o a trece libras de precio, y montones de etcéteras que uno va descubriendo.

Ahora acaban de hacer elecciones generales. Son cada cinco años, para empezar. Y en jueves, para seguir. Y consideran que el hecho de que no haya salido una mayoría absoluta es una desgracia para el país. Aquí parecen tener la idea de que ganar las elecciones es como ganar la liga, o la fórmula uno o la carrera de remo Oxford-Cambridge. No se comparte el título siete meses Hamilton y cinco Button, o se le dan medallas de campeón a ocho jugadores del Chelsea y tres del Manchester United. Así que eso de que tras los resultados haya que negociar a ver quién manda en qué, quién vota qué y quién se sienta dónde, aquí es una costumbre desacostumbrada. Continental. De allende los mares. O peor aún, escocesa. En las Tierras Altas (punto más alto, el Ben Nevis, 1200 metros sobre el nivel del mar, juas) llevan años jugando no a tres sino a cuatro bandas, y ahora se están descojonando de la risa mientras ven al auld enemy tan desesperaíco que hasta les piden ayuda.

Los tories, laboristas y liberal-demócratas no pueden compararse exactamente a los peperos, psoeros e izquierdaunidos (aunque en el parlamento europeo se dan esas mezclas), pero en varias cosas la situación se parece. El tercero en discordia, los lib-dems, tiene el 23% de los votos pero sólo 57 de 650 escaños. Y claro, llevan pidiendo reforma electoral desde que el mundo es mundo. Los dos partidos mayoritarios no quieren cambiar el sistema porque eso prácticamente garantizaría que tendrían que repartir más pastel con el niño pobre. Pero el asunto es que es ahora el niño pobre quien tiene los cromos que les faltan a los otros dos. Quien se la lleve a la cama, tendrá la mayoría. El problema es que el socio más natural de los lib-dems, los labs, son quien menos votos ha sacado de los dos (29%, 258 escaños) y los cons (36%, 306 escaños) son el típico partido de derecha muy unido pero sin amigos naturales. O sea que o ganan solos o tienen que buscarse la vida. Y a esto no están acostumbrados. La Bolas tampoco está acostumbrada. Como medida excepcional, abrieron el viernes a la una de la madrugada para empezar a gritar socorro, inestabilidad, se nos cae la libra.

Que esa es otra. En medio de la pesadilla económica, lo que más se oye es que esto hay que arreglarlo pronto, "porque el mercado lo demanda". Ché. Quietos paraos. El dinero hace girar al mundo y tal y cual, pero que se esperen un poco, que esto lo tenemos que decidir entre todos.

En fin, que en el Reform Club, Phileas Fogg tiene el bombín un poco ladeado, y puede uno reírse un rato de ellos. Por otro lado, que las cosas sean diferentes en casa del vecino no siempre significa que estén peor hechas. En Birmingham, Salma Yaqoob, una musulmana de pañuelo en la cabeza, como Alá manda, casi le quita el escaño al laborista, tras haber aumentado sus votos en un 14%. Mientras tanto, en Santiago y Cierra España, se prohíben los pañuelos en las escuelas, y encima se los llama velos. Es lo que tiene salir del pueblo y ver mundo, que a veces te avergüenza ver desde fuera algo de lo que dejas detrás.

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viernes, 7 de mayo de 2010

Sinceridad hiriente

Del blog de Juan. Adicto a la gente.

No conozco a nadie que no se considere sincero.

Pero para algunos, ser sincero no es decir la verdad, sino ser desagradable, hiriente, insultante, grosero. Y cuanto más zafio es, más sincero se considera. Disculpan su crueldad por el bien supremo de la verdad.

Pero decir la verdad no tiene nada que ver con la mala educación. La franqueza puede doler, pero nunca molestar ni herir.

Y hay que tener en cuenta que, cuando decimos lo que pensamos, podemos ser sinceros, pero estar equivocados. Confundimos la verdad con nuestra verdad. Por ello debemos ser humildes y, cuando damos una opinión, ser conscientes de que nos podemos equivocar.

Al sincero hiriente le falta humildad. Y se le puede reconocer con una palabra: soberbia.

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jueves, 6 de mayo de 2010

Los pepinos amargos de Marco Aurelio

Del blog de Juan
Adicto a la gente

Cuando se come un pepino amargo, tenemos dos opciones:

1. Quitar lo que es adorno e interpretación y ver la desnudez del hecho: es un pepino amargo, sólo un pepino amargo. Muy bien, recházalo y punto. No te lo comas.

2. Ante el sabor amargo del pepino decidimos juzgarlo. Iniciamos un discurso teñido de pasiones: ¿cómo es posible que haya llegado a mi mesa?. ¿Cómo han podido venderlo?. ¿No debería estar prohibido vender pepinos amargos?.

Una persona que juzga continuamente su experiencia en términos de valor es alguien que busca elementos del mundo que le permitan manifestar su profundo disgusto, tan torpe que no sabe evitar los pepinos amargos, tan pesada que no sabe sino hablar de los dichosos pepinos amargos.

Este pensamiento de Marco Aurelio lo he intentado vivir a lo largo de mi vida (con resultados dispares, todo hay que decirlo).

Demasiadas veces sufrimos, no por lo que nos pasa, sino por como interpretamos lo que nos pasa.

Demasiadas veces rechazamos a otros, no por lo que son ni por sus actos, sino por lo que interpretamos de su persona y actos.

Si interpretamos el mundo, lo desconocemos.

Mirar a los demás desnudos de nuestras interpretaciones, desnudos de ideas. Mirar al mundo como es, abriendo nuestros sentidos a todas las sensaciones sin pasarlas por el filtro de nuestros juicios de valor nos acercará a la realidad, a la felicidad.

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miércoles, 5 de mayo de 2010

Game over

Lenka
en Esperando a los búhos

Dos crías de trece años quedan para pelearse, una le machaca la cabeza a otra con una piedra, la tira a un pozo y se vuelve a casa, dejándola morir desangrada. Cosas que pasan. Igual pasaban antes, no lo sé. Igual ya pasaban antes de que existiera la tele, internet y la información al instante. Ahora lo vemos a todo color horas después de que ocurra. Oímos a los amigos y familiares dar sus opiniones. Podemos colarnos en las redes sociales de la matona y fisgonear su vida. Y, naturalmente, sesudos expertos nos brindan su diagnóstico, explicándonos que la chavala es gótica, o juega al rol, o alucina con Manson, ergo, obviamente, es una psicótica peligrosa obsesionada con la muerte. Cosas que no termino de entender muy bien, porque en este planeta somos varios cientos de miles los que nos divertimos roleando, los que simpatizamos con el rollo siniestro y los que brincamos con música del maligno. Y no tenemos por costumbre ir asesinando a nadie ni nos cuesta distinguir el bien del mal, o lo real de la ficción. Me cabrea esta cantinela, francamente. No recuerdo que se hayan hecho estudios serios sobre si en el perfil de hombre maltratador (por ejemplo) aparece con demasiada frecuencia la devoción por El Fary, la afición futbolera o el pantalón de pana como seña de identidad. Igual habría que mirarlo.

Por qué pasan estas cosas, se pregunta la gente escandalizada y sobrecogida. Supongo que porque es un mundo violento, feo, egoísta, desequilibrado, grosero, hedonista y brutal. Y, que yo sepa, los adolescentes no viven en Venus, sino aquí, con nosotros. En nuestro mismo globo. Nos cansa muchísimo educarles (porque es un soberano peñazo) y andamos enzarzados debatiendo quién debería encargarse de tan engorrosa tarea: padres, maestros, párrocos, la tele, los políticos, el psicólogo, la supernanny... Parece que nadie sabe o a nadie le apetece demasiado. Es curioso, porque les damos todo menos tiempo. Todo menos atención. Todo menos herramientas para salir al mundo, ideas, mensajes. Todo menos lo que importa. No pasa nada, porque siempre hay alguien a quien culpar de los fracasos. La ley del menor, la sociedad (ente intangible) o al pobre Manson. O esa misma tele que usamos como gurú.

Nadie se pregunta por qué nuestros enanos son analfabetos funcionales, tiranos insufribles, sociópatas sin la menor capacidad de empatía. Nadie se pregunta por qué manejan la pasta que manejan, por qué a los trece años nos invaden la calle hasta altas horas de la madrugada cacharro en mano con sus chillidos, sus peleas, sus vomitonas y sus destrozos de plaga bíblica. Nadie quiere saber por qué a los trece años amenazan, humillan, apalizan o violan por aburrimiento y para grabarlo con el móvil. Nadie se extraña de que con la dentadura aún incompleta posen en sus feisbuks y sus tuentis con aires de matones del Bronx ellos y de fulanas de carretera ellas. Ni de que a pocos meses de la primera regla o el primer grano los adultos sesudos llamen "relación" a los morreos que todos nos dábamos a esas edades. El juez está interrogando a Menganita, de doce años, que mantenía una relación con el acusado. Fuentes policiales apuntan a que los menores (de trece y quince años) se apuñalaron porque Zitanita mantenía con ambos una relación. La familia sospecha que Fulanito, ex pareja de la joven de quince años, podría estar involucrado en su desaparición. No os da grima y pavor todo eso?

Nuestros pequeños monstruos viven en una realidad virtual que no distinguen de la otra, de la auténtica. Son niños haciendo el papel de adultos. Son SIMS. Tienen otras pintas, nicks, amigos imaginarios, mascotas cibernéticas, misiones, pantallas, enemigos, otras casas, otras ciudades, otros mundos. Y cuando pasan un rato en este, olvidan "cerrar sesión". Tampoco es que les hayamos enseñado. Les hemos aparcado en un sitio en el que están callados y no tocan las pelotas. Les hemos disfrazado de adultos, quizá con la esperanza de que crezcan rápido y por su cuenta, porque, francamente, mientras son pequeños dan una brasa que lo flipas. Y educarlos es muy cansado.

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sábado, 27 de marzo de 2010

Darte tu merecido

Lenka
en Esperando a los búhos

Pocas cosas me producen mayor vergüenza ajena que ver a uno de tantos tarados acudir a cualquiera de los shows buscatalentos tan de moda últimamente y hacer el ridículo. Esa clase de peña de la que te preguntas: "pero, no tiene familia o amigos? Nadie que le diga que no vale pa esto?" Es ya un clásico en la tele, esa interminable parada de los monstruos. Se dan varios formatos, del caza estrellas al corrillo maledicente, pero es lo mismo. Unos se dan más pisto que otros. Puedes renunir una banda de aspirantes a ídolos o invitar a plató al patético de turno (cantante, actor, pitonisa, poeta, lo mismo da), y partirte el eje a su costa. No sé por qué, pero eso mola. Lo insólito del asunto es que haya tantas personas (con talento e incluso sin él) que insistan en merecer una oportunidad.

Merecer. Un verbo curioso. En realidad todos creemos merecer algo. Si no todo cuanto deseamos al menos una parte significativa. Lo merecemos, por supuesto. Y se nos tiene que conceder. No hace mucho lo comentaba con una amiga. Nos empeñamos en que merecemos las cosas y nos hundimos cuando no salen bien. Pero qué es lo que nos hace creer que merecemos? Qué tenemos de especial como para merecer cosas? El hecho de poseer una cualidad, un don incluso, ya nos cuelga la etiqueta de "merecedor"? Por qué? En base a qué? Como escribo bien (o eso creo yo) merezco ser una novelista de éxito? Bien, puede que lo merezca así en crudo. Pero por qué yo? No hay otros mejores? No puede ser que no sea en realidad tan buena, o que lo sea pero no guste? Obviamente puedo luchar para conseguir tal meta, pero nada me garantiza alcanzarla. Nada. Puede que verdaderamente tenga talento, pero quizá no tenga suerte. O no encuentre el modo. En fin. Es como para enfadarse con el mundo y con la vida, empecinada en que se me debe algo? No es más sencillo asumirlo, cambiar de esquema (en lugar de permitir que al caerse él se me caiga el mundo entero) y vivir?

Hay variables que controlamos y otras que no, llámense azar, destino, dios, oportunidad o lo que guste. Pasar por alto ese detalle me parece una temeridad. O pura candidez. Por qué a mí, decimos con mucha frecuencia. Anda. Y por qué debiera pasarle a otro? Quién lo merece más o menos que tú? Quién decide tal extremo? No es justo, decimos. Nadie dijo que lo fuera. Merezco esto, no merezco lo otro. Quién merece qué? Qué le debe la vida a cada cuál? Es que no funciona así. Es que la vida no entiende. La vida, ya lo dijo la gran filósofa Marisol, es una tómbola. Básicamente no distingue, y le importa todo un pijo. La vida reparte papeletas y lo mismo te toca el gordo que un cáncer. Qué merecías más y por qué razón? Claro, todos diríamos que merecemos el premio, pero nunca el dolor. Pero es que las reglas no son esas. No hay reglas. Nunca las hubo.

Nos han malcriado mucho y nos han incapacitado para enfrentar la decepción. Nos han vendido que la vida es una madre amorosa incapaz de hacernos pupa, un cuento de Hollywood, todo saldrá de perlas porque yo lo valgo. Nos lo hemos creído. Y aquí estamos, como pollos sin cabeza, tullidos en las barbas de la Gran Putada Cósmica. No hay derecho. Yo lo merecía. Que alguien me compense por esto. Por qué aquella sí y yo no? Yo lo quería! Ahora me enfado, me deprimo y no respiro. Yo no puedo, que alguien tire por mí, que alguien me etiquete, me medique y me dé la fórmula. No hay fórmulas tampoco. Toca vivir y pagar la cuenta. Es así, para bien y para mal. Encájalo con arte.

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martes, 16 de marzo de 2010

Miedo a la libertad

Por Juan en Adictoalagente

La libertad social y la libertad individual, por lógica, tendrían que formar parte del mismo proceso. Pero nada más lejos de la realidad. En una sociedad "aceptablemente" libre hay gente que se esclaviza y en comunidades dictatoriales hay personas libres.

Ser libre es más fácil en una sociedad libre, pero ser libre, al final, depende de una actitud personal ante la vida. Es pensar por tí mismo y actuar según tu propio pensamiento crítico y autocrítico, aún asumiendo, en regímenes dictatoriales, rechazo o castigo.

Hay sujetos que son libres y respetan la libertad de los demás.

Los hay que son esclavos y transmiten miedo a la libertad.

Pero los hay que son libres y tienen miedo a la libertad de los demás.

Y a estos últimos me quiero referir en esta entrada.

Hay personas que tienen muy claros sus valores y creencias. Y viven según sus ideales. Son libres. Hasta aquí me parece fenomenal. El problema surge cuando pretenden imponer estos valores a los demás, y no necesariamente por ley, sino en ocasiones de una forma más sibilina, incluso más peligrosa: influyendo. Creando un estado de opinión tal que, quién no siga sus cánones, son señalados de forma despreciativa.

Influir es positivo en cuestiones sociales para hacer más fácil la convivencia y mejorar la calidad de vida de todos. Potenciar el uso de transportes públicos, la bicicleta o andar en vez del uso del coche, siendo una elección personal, beneficia al colectivo.

Pero en cuestiones puramente individuales, donde la elección que se haga sólo beneficia o perjudica a la persona, la influencia es propia de un sistema de pensamiento único, una manera de imponer una dignidad universal.

Ser ama de casa (o amo de casa) tiene sus ventajas e inconvenientes. Fomentar que las mujeres sean amas de casa (como hace 50 años) o fomentar que trabajen fuera, como ahora es el paradigma de lo que estoy hablando. Las consecuencias de fomentar una determinada opción lleva, casi ineludiblemente, al prejuicio, al desprecio de la que no hace lo que "está bien visto". En sólo 30 años hemos pasado de denostar a la mujer trabajadora y aplaudir al ama de casa a todo lo contrario.

Y ambos casos esconden el miedo a la libertad.....de los demás. Como no confiamos en que los demás hagan "lo correcto", hay que impulsarlo, fomentarlo. Y no es necesario ni conveniente. No hay casi nada en esta vida que sirva y sea bueno para todos. Se puede tener muy claro que ser amo de casa no va conmigo, pero no significa que no pueda venir bien a otras personas.

Pero no es más que un ejemplo. Hoy en día están muy mal vistas formas de ser que antes eran ensalzadas. Las religiones son otro ejemplo. El que no era cristiano hace 100 años, era mala persona. Hoy ser católico practicante es llevar una marca indeleble de rancio y derechón.

Se vuelven las tornas. Siempre se vuelven las tornas, porque siempre perseguimos la dignidad colectiva. Pero la ley del péndulo es implacable. Lo que hoy es maravilloso, mañana es pésimo y quiénes sufren son los seres que se niegan a ser como dicta la mayoría. Hoy en día ser transigente es políticamente correcto, pero se queda en palabras porque, a la hora de la verdad, la mayoría sólo son transigentes con los que piensan como él. ¿Hasta cuándo los de derechas serán denostados por los de izquierdas y viceversa?.

No estamos acostumbrados a algo tan simple como una información veraz y objetiva, con pros y contras para que, con esa información, cada cual haga lo que crea más conveniente. Es mucho más fácil fomentar e influir y, de esta manera, manejar a los demás y dificultar la libertad de elección. Yo soy libre, porque vivo como quiero y los demás son menos libres porque si no viven según mis cánones, serán despreciados.

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lunes, 8 de marzo de 2010

Renta básica universal

Por Juan en el blog Adictoalagente

La renta básica universal (RBU) es un ingreso pagado por el Estado, como derecho de ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quien conviva. Consiste en que el Estado dé una paga a todas las personas, independientemente de donde viva, de su raza o sexo, de que trabajen o no, e igual para todos.

La idea partió de Philippe Van Parijs y colaboradores, economistas de la Universidad católica de Lovaina, y ha sido apoyada por muchos otros economistas y sociólogos. En España, Daniel Raventós creó la Red Renta básica, que apoya este concepto.

Aceptar una idea así tiene dos condicionantes básicos: éticos y de viabilidad económica.

Condicionantes éticos
¿Tiene una persona derecho a recibir dinero del trabajo y del esfuerzo de los demás, sin dar nada a cambio?.

Esto ya existe. Hay personas que, por herencia, y sin haber trabajado en su vida, no van a trabajar jamás y, sin embargo, viven con un altísimo nivel de vida.

También hay subsidiados eternos que siempre reciben y nunca cotizan. Pues con la RBU, esto se generalizaría para toda la sociedad. No existiría ese gueto de privilegiados subsidiados. Todos seríamos igual de privilegiados.

Si entendemos que por el simple hecho de nacer ya tenemos derechos, no sería un disparate plasmarlo en la realidad consiguiendo que todos los ciudadanos tuvieran sus necesidades cubiertas.

Pero hay un argumento con mayor peso. La justificación de la libertad real distingue entre las sociedades formalmente libres y las realmente libres. Según Van Parijs, una sociedad realmente libre es aquella que satisface las tres condiciones siguientes, en este orden de prioridad:
1) seguridad –existe una estructura de derechos y libertades básicas bien articulada-;

2) propiedad de uno mismo –en esa estructura, cada persona es propietaria de las decisiones sobre su vida-;

y 3) ordenamiento de la oportunidad –si, en esa estructura, cada persona cuenta con la mayor oportunidad posible para hacer cualquier cosa que pudiera querer hacer; en una sociedad realmente libre, quienes tengan menos oportunidades tendrán las máximas que podrían tener en cualquier otro ordenamiento que podamos llevar a cabo-.

Todo ello define una sociedad realmente libre, puesto que formalmente libre lo es una sociedad que cumpla sólo las dos primeras condiciones. Van Parijs justifica la RBU argumentando que sin duda en una sociedad con una RBU los que tuviesen menos oportunidades tendrían más que en cualquier otra sociedad.

En otras palabras, no hay libertad real si no hay auténtica posiblidad de hacer lo que uno realmente quiere hacer. Si una persona ya tiene sus necesidades básicas cubiertas, no se verá obligado, por las circunstancias, a realizar trabajos que no quiere ni desea o a tener que acudir a la economía sumergida y a la explotación de un empresario sin escrúpulos.

La RBA podría, en algunos casos, fomentar el parasitismo. Pero, probablemente, ni más ni menos que lo fomentan los actuales subsidios, con la salvedad que ya no habría que investigar posibles fraudes.

Condicionantes económicos
La primera consecuencia positiva es la erradicación total de la pobreza.

La segunda, la posición actual del empleo para sobrevivir en vez de trabajo para crecer. El trabajo por encima de la persona. La despersonalización del parado y las consecuencias psicológicas negativas que sufre el parado, que vive en un mundo en que sin trabajo no hay derecho a vivir.

La tercera es que se abrirían puertas a que mucha gente no trabajara en puestos remunerados sino en asociaciones sin ánimo de lucro para mejorar todas las condiciones sociales tanto en nuestro pais como en cualquier otro.

¿De cuanto estaríamos hablando?
La RBU debería estar por encima del índice de pobreza de un país. En España rondaría los 500 euros al mes por persona mayor de 18 años y 250 euros para cada menor de 18.

¿Es factible?
Según los expertos, sí. Hay que tener en cuenta que desaparecerían otros gastos del Estado, como las inspecciones para ver si los parados o los que está supuestamente enfermos, es cierto que lo están, desaparecerían las pensiones de jubilación, los subsidios de paro, comedores sociales, la burocracia del Estado, etc.

Según los estudiosos se piensa que habría mucha gente que seguiría trabajando, pero se cambiarían muchas pautas actuales, a saber:

1. Habría mucho más autoempleo y autónomos, pues ya no existiría el miedo a montar un negocio y que fracase, porque siempre tendremos el mínimo cubierto.

2. Los trabajos más desagradables se tendrían que pagar más, porque poca gente estaría dispuesta a hacerlos si no hay una compensación suficiente.

3. Los trabajos más agradables, por contra, se pagarían menos, pues habrían muchas más personas dispuestas a hacerlos.

4. Prácticamente desaparecería la economía sumergida, pues casi a nadie le interesaría trabajar en negro, pues la RBU no es incompatible con el trabajo remunerado, al contrario que los distintos subsidios actuales, el paro o la incapacidad absoluta.

Pero los impuestos sí tendrían que subir. El IVA sería el impuesto que, en justicia, más debería subir. Que pague más, no el que más gane (que también), si no sobre todo el que más consume. Penalizar el consumo es una manera de hacer una sociedad más sostenible.

Uno de los problemas con los que se enfrenta esta concepcion económica es la inmigración. Habría un efecto llamada brutal de inmigrantes hacia los países que lo pusieran en marcha. Pero posiblemente, la mayoría de inmigrantes hicieran lo mismo que los nativos del país: trabajar y generar a su vez ingresos.

Otro de los problemas que se plantean es que muchas mujeres podrían optar por trabajar sólo en casa y volver al antiguo sistema de hombre fuera/mujer en casa. Pero no veo ningún problema en que la gente decida lo que quiere hacer sin condicionantes económicos de por medio.

Partes de esta entrada han sido copiadas y pegadas de distintas fuentes. A mí me ha parecido muy interesante el tema, como mínimo para discutirlo y pensarlo. No sé que pasaría si se implantara. Posiblemente surgirían problemas al principio, pero se podrían superar e ir cambiando lo que estuviera funcionando mal.

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lunes, 1 de marzo de 2010

Liberación masculina

En Adicto a la gente. Por Juan.

Los roles masculinos y femeninos han estado muy presentes en la vida de la gente durante siglos o milenios. Probablemente han sido necesarios, y hasta cómodos, en una situación en que la supervivencia pendía de un hilo y las necesidades básicas no estaban aseguradas. Cada uno sabía lo que se esperaba de él y lo que debía hacer.

En este reparto de tareas, la mujer se llevó la peor parte, pero el hombre tampoco se libraba de la falta de libertad que supone ser etiquetado. No llorar, falta de empatía con los hijos, ser siempre fuerte y en cualquier circunstancia y, en resumen, negar las propias emociones.

Cuando las necesidades básicas son fácilmente cubiertas y hay tiempo y lugar para dedicarnos a otras tareas más intelectuales, a profundizar más en nuestro ser, la palabra libertad comienza a tomar fuerza. Se comienza liberando a la sociedad en general de las dictaduras externas y, más tarde o temprano, comenzamos a liberarnos de las cadenas internas. Los roles y etiquetas son las ataduras que más nos esclavizan porque son las más difíciles de romper.

Han sido las mujeres las que más han luchado para la liberación y la superación de unos papeles que ya no tienen sentido. Pero creo que han sido los hombres los que más se han beneficiado de este proceso emancipador, al que tantas trabas se han y siguen poniendo.

El hombre vive su recien estrenada libertad con naturalidad y hasta con alegría. Nos hemos ido dando cuenta (no todos) de las enormes ventajas que suponen no ser el macho eterno, el personaje impasible, el padre rígido, el ser insensible, el "cabeza de familia".

Nuestro "honor" y "buen nombre" ya no depende de lo que haga una persona (generalmente mujer), sino de lo que hagamos nosotros mismos. Nuestra familia no depende en exclusiva de lo que nosotros busquemos fuera. Hemos descubierto lo maravilloso que es ser padre. Tenemos más sexo que nunca, y no hay que casarse con la primera que te acuestas. Encontramos placer compartido en casa con una mujer que nos desea en vez de una santa que no tiene más remedio que poner un agujero a nuestra disposición.

En una sociedad en que las prisas y el stress son santo y seña, los hombres hemos sabido adaptarnos muy bien a la nueva situación. Casi siempre tenemos tiempo para nosotros. La ansiedad y la depresión, sin ser exclusivas de las mujeres, son a ellas a quién más ataca.

¿Y porqué?

Porque nadie espera demasiado de nosotros. Nadie nos exige demasiado y nosotros tampoco nos exigimos en exceso. Y esto es bueno. Muy bueno.

La liberación femenina ha tenido muchas consecuencias positivas para las mujeres. Pero la liberación ha llegado más por la vía legal que por la vía social y personal. Algunas lo han aprovechado y viven su libertad con naturalidad, sin complejos. Pero no es así en muchos casos. Se ha impuesto una nueva etiqueta, una nueva imagen de mujer maravillosa digna de todos los elogios de la sociedad: la super woman. Trabaja, estudia, se prepara, es madre amante y maravillosa, esposa perfecta, su hogar está impoluto, tiene un aspecto exterior impecable, una figura perfecta, un peinado divino. He visto algunos correos ensalzando a este tipo de mujer, que es la última que se acuesta dejando todo preparado para que su familia sea feliz.

Pido perdón por lo que voy a decir, pero esta mujer no me parece maravillosa, sino gilipollas. Una persona que se autoesclaviza no me parece digna de elogio sino de pena.

Demasiadas mujeres se han incorporado al mundo del trabajo sin dejar atrás su antiguo "rol femenino". Se sienten culpables si no son las perfectas amas de casa y madres que se espera de ellas. En realidad no se han liberado, sino que se han echado más responsabilidades.

En general, los hombres se han adaptado a las nuevas circunstancias, pero muchas mujeres no, y lo están pagando yendo por la vida como pollos descabezados, con toda la ansiedad e infelicidad que ello conlleva.

No tengo recetas mágicas, pero en el egoísmo sano puede estar la clave. En decidir que nosostros tenemos que vivir nuestra vida y no dejar que los demás decidan como la debemos vivir. No sólo hay que ser libre. Hay que saber serlo.

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miércoles, 17 de febrero de 2010

Matando dragones

Lenka
en Esperando a los búhos

Muchos (ellos y nosotras) nos preguntamos el por qué de esa aparentemente irreconciliable rivalidad entre mujeres. Es curioso, porque tampoco se nos escapa cuando se da entre hombres, pero quizá tendemos a simplificarla. O puede que ella misma sea simple, sin más. Por qué rivalizan los hombres, teóricamente? Por el poder, por las mujeres. Por ser los machos alfa, dirían en un documental, o los gallos de la quintana, diría mi abuelo. Dicha rivalidad puede ser durísima, violenta, brutal. La testosterona y esas cosas. Y, al mismo tiempo, parece que todos (ellos y nosotras) tengamos asumido que, en realidad, los hombres son noblotes por naturaleza y no se toman demasiado en serio ni siquiera a sí mismos. Dos tíos pueden romperse los tobillos a patadas para demostrar cuál de ellos maneja mejor una pelota, pero finalizada la competición, supuestamente, se estrecharán la mano y beberán juntos.

Por qué rivalizan las mujeres? Es también por el poder y por los machos? Realmente somos las mujeres más retorcidas, más envidiosas, más pérfidas y rencorosas que ellos? Y, si es así, por qué se da al mismo tiempo una relación tan mágica, tan brujeril, tan de hermanas, tan inexplicable entre nosotras, o al menos entre aquellas de nosotras que logramos entendernos, que nos empeñamos en tejer lazos secretos no siempre comprensibles desde fuera? Qué hace que tías completamente diferentes entre sí, con edades dispares, con ideas irreconciliables, procedentes de mundos distintos, se reconozcan como iguales y sean amigas?

Parece que los hombres necesiten pocas palabras e incluso pocos gestos para ser amigos. A lo largo de la historia se les ha educado para eludir la ternura, para comportarse de un modo parecido al de los lobos: juntos en manada pero cada cual por libre. Nosotras parloteamos incansablemente, nos tocamos, nos recordamos. Incluso las "poco femeninas", las más alejadas del cliché, las esteparias, erizas y despegadas tenemos nuestros momentos, nuestros rituales, nuestras maneras más o menos convencionales de mantener viva esa llama extraña. Dos hombres pueden ser amigos y definirse como tales sabiendo apenas cuatro detalles de la vida del otro. Callando juntos, sin más. No dudo que eso requiere cierta complicidad. Las mujeres tendemos a compartirnos, y, diré más, a adivinarnos. No sé por qué razón.

Imagino que todo este rollo místico viene de muy atrás, del unirse para compartir secretos y enseñanzas vedadas, del afán por apoyarse y sobrevivir en un mundo que era de ellos, creado por ellos, mandado por ellos, etiquetado por ellos. Toda esa herencia debiera haber originado un compañerismo (un comadreo, quizá) a prueba de cualquier cosa, una solidaridad absoluta. No caeré en la monserga fácil de si el asunto se estropearía cuando la historia se empeñó en hacernos santas o putas, garantes de las honras, moneda de cambio, repudiada o favorita. Quizá empezó por ahí. Divídelas, porque juntas no harán nada bueno. Si fue así, aún no nos hemos apañado para solucionarlo, cayendo en trampas viejas y en otras nuevas que todas conocemos. Pero ponerse a filosofar alargaría demasiado esta reflexión (que ya será demasiado larga, como siempre).

La sabihonda Mafalda adora a su madre (salvo por la sopa) pero no pierde ocasión de soltarle lindezas del tipo: "tranquila, mamá, que yo no voy a ser una mediocre como vos". Es brutal, es espantoso, pero es cierto, maldita sea. Pareciera que desde que el mundo es mundo las mujeres han recorrido inexorablemente esa senda de liberación que implica esfuerzo, lucha... y matar a la madre. Asesinar a sangre fría (y con enormes culpas) lo que la madre significa. La vida que la madre vivió, todo aquello que quiso, que defendió, que atesoró, sus sueños, sus esperanzas, sus códigos. Es una cosa horrenda, dolorosa, extraña. Es amar a la madre enormemente, respetarla, darle las gracias por todo cuanto hizo y lo que no hizo por una. Y es, al mismo tiempo, tener la certeza de que en muchas cosas "no seré como ella". Lo más antinatural convertido en lo más natural. Seguro que todas entendéis de qué estoy hablando.

Es un espanto eso de que el mundo, el cosmos, la vida, la historia, te pongan en el brete de matar a mamá. De amar ciertas de las cosas que representa y demoler otras sin dudarlo ni un momento. Es terrorífica esa frase (expresada con la crudeza y el relajo infantil) del "tranquila, que no seré como tú". Porque resulta que casi toda madre lo aplaudiría. Hija, sé mejor que yo. Más libre que yo. Chilla más de lo que yo chillé. Quizá de ahí venga el misterio. La esencia. Ese amor odio. Ese rencor a la hija, la joven, la nueva, la rival, la que se atreve (que es el rencor del "yo no me atreví, no pude, no supe, no me dejaron") y a la vez esa admiración, ese quitarse el sombrero ante ella. Esa ambivalencia. Ese dejarse matar por la hija. Ese asumir que la hija te ama y te asesina simbólicamente por lo que no ama de ti o no comprende o no está dispuesta a asumir y emular. Es horrible y hermoso, pura mitología. Ellos matan dragones. Nosotros matamos madres. Es sórdido y cruel, pero también encarna el amor más enorme, el que todo lo entiende. Mátame y sé lo que yo no fui. Yo te aplaudo por ello. Por eso no puede haber nada más visceral y complejo que el amor de madre, supongo.

Por eso, a lo mejor, todas nos amamos y nos odiamos de algún modo. Todas respetamos y alabamos los arrestos de las anteriores, las madres, aspirando al mismo tiempo a superarlos. Todas miramos con recelo a las siguientes, la hijas, sabedoras de que nos ningunearán los principios cualquier día. Y todas contemplamos con curiosidad, temor, envidia, recelo, cariño, admiración, complicidad y desdén a las hermanas, las otras, las rivales, preguntándonos si caminan a nuestro lado o si nos pondrán la zancadilla, si son amigas o enemigas, si pelearán en nuestro bando o tratarán de hacernos polvo, si persiguen lo mismo, si son arietes o piedras en los bolsillos, si nos ayudarán a demoler paredes o nos pondrán rejas en las ventanas. Preguntándonos siempre si la de enfrente es como nosotras o es lo contrario, si nos comprende o no, si compartirá la parcela conquistada o nos disputará el rincón a empujones, si es guerrera o sumisa, si se creyó las normas, si nos colgará las alas o los grilletes.

Un guiño de bruja a todas las brujas. Del clan que sean.

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sábado, 13 de febrero de 2010

Frugalidad frente a miseria

Del blog adicto a la gente.

El concepto occidental de riqueza y desarrollo, llevan a una situación de consumo insostenible. El bienestar es un concepto que se mide según unos criterios puramente económicos y de seguridad. Pero este no es mi concepto de bienestar, al menos no el más importante.

Africa es una pulga económica (sólo supone el 2% del PIB mundial) y sin embargo genera una riqueza no tangible ni medible: felicidad, sobre todo en los entornos menos contaminados por los valores económicos occidentales.

Para alcanzar el supuesto bienestar, cada vez exigimos/nos exigimos más posesiones que, sin ser necesarias, las convertimos en imprescindibles. Ya no es suficiente con un plato de lentejas, un techo donde cobijarse y algunas prendas con las que cubrirse. Nuestra sociedad consumista califica de miseria y vida poco digna cuando se tienen cubiertas estas necesidades y no se tiene para nada más.

Parece que no tener coche, vacaciones en la playa, TV, radio, lavadora, secadora, frigorífico, fines de semana en la sierra, Play station, cientos de juguetes para los niños, cocina completa y un larguísimo etc, es ser pobre. El que no los puede tener, efectivamente considera que su vida es mísera y le acarrea infelicidad. Así se llega a la conclusión capitalista que la felicidad está directamente relacionada con las posesiones.

A todos se nos llena la boca diciendo que la felicidad no está en el dinero, pero nuestros hechos nos desmienten. La mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo va dirigido a conseguir dinero para tener posesiones.

Y es una rueda inacabable porque, cuanto más tenemos, más deseamos y más esfuerzo y horas de trabajo tenemos que dedicar para seguir satisfaciendo el hambre consumista.

Todavía existen colectivos que viven frugalmente, cuidando sus cosechas o sus animales, que les dan lo imprescindible para sobrevivir en lo económico, pero vivir, y muy bien, en lo social. Comunidades en que las relaciones interpersonales, las horas de pesca en un río, las charlas nocturnas con la familia, las fiestas pueblerinas, el manejo del tiempo y el trabajo duro son ingredientes que confieren una vida pobre, según cánones occidentales, pero digna, humana y relativamente feliz. Quizás no ideal, pero sí plena. Tienen riqueza relacional.

Cuando a estos colectivos llega el desarrollismo, aumentan en algo las posesiones pero aparece la miseria. ¿Cuantos indígenas que vivían con una aceptable calidad de vida en sus tribus dan el salto a la capital y malviven y desesperan en los suburbios, eso sí, con una radio, una televisión y un coche destartalado?.

Mientras, en Occidente, dependemos de que el PIB crezca año tras año y, con cada crecimiento, insostenible a todas luces, supuestamente mejoramos nuestro nivel de vida tanto como empeoramos nuestra calidad de vida y devastamos el entorno. Y cuando el PIB no crece, es un desastre total y la infelicidad se hace aún mayor de la habitual.

Actualmente algunos economistas abogan por el decrecimiento. No como algo impuesto por una crisis del sistema, sino como algo elegido, un volver atrás en el consumismo, un sistema totalmente diferente al que tenemos. Una manera distinta de relacionarnos con el tiempo, alejándonos de la velocidad y sabiendo apreciar la quietud y la calma. Un volver atrás dejando de lado el productivismo para centrarnos en las relaciones.

Como dice Serge Latouche “el proyecto de una sociedad del decrecimiento es radicalmente diferente del crecimiento negativo, es decir, al que conocemos en la actualidad. El primero es comparable a una cura de adelgazamiento realizada voluntariamente para mejorar nuestro bienestar personal cuando el hiperconsumismo nos amenaza con la obesidad. El segundo es más parecido a que nos pongan a régimen forzado, hasta el punto de matarnos de hambre: no hay nada peor que una sociedad del crecimiento sin crecimiento. Se sabe perfectamente que una simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en el desconcierto, el paro, la ampliación de las diferencias entre ricos y pobres, la reducción de la capacidad de compra de los más necesitados y el abandono de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y ambientales que aseguran un mínimo de calidad de vida.”

Pero cada individuo está muy ligado a los engranajes del sistema. Retirarse del mismo es casi imposible.

No tengo respuestas. Os dejo estas consideraciones que me plantean dudas. No sé qué pasaría si empezáramos a romper círculos y cadenas y optáramos por esta sociedad del decrecimiento. La frugalidad puede no ser miseria sino una de nuestras mayores riquezas. Es más rico el que menos necesita. Quizás, más tarde o temprano, no tengamos más remedio que hacerlo. De momento, vivimos muy cómodos pero ¿por cuánto tiempo más?.

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domingo, 7 de febrero de 2010

Madurez

Del blog de Juan: Adicto a la gente.

¿Qué es la madurez?. ¿Para qué sirve?. ¿Se puede ser maduro e inocente?. ¿La madurez procura felicidad?. ¿Como sé que estoy maduro?.

Definición

Como me pasa tantas veces, la definición de la RAE, siendo exacta, me deja frío. "Buen juicio o prudencia, sensatez."

Pues sí. Son características de una persona madura. Pero hay muchas más características que considero necesarias.

La madurez, más que un momento cronológico, es un estado mental, en el que se acepta como un todo nuestro lado más emocional y nuestro ser racional, conjugándose ambos, para dotar nuestra personalidad de una coherencia interna, es decir pensamos, decimos y hacemos lo mismo, sin contradiciones. Esta coherencia interna no implica inmovilismo. La persona madura cambia y sigue creciendo.

¿Para qué sirve?

Para saber cuidarnos. Para hacernos independientes. Para no ser esclavos de dependencias, miedos o lazos afectivos que asfixian.

Sirve para situarnos en el mundo y aceptar el entorno aceptándonos. Ocupando nuestro lugar en el mundo de una manera realista, dando lo que podemos dar y sabiendo recibir. Comprometiéndonos con lo que nos podemos comprometer, respetando nuestras posibilidades.

¿Se puede ser maduro e inocente?

Hay una tendencia a considerar madurez e inocencia como antónimos. Y es cierto que en muchas personas es así.

Las experiencias hostiles nos pueden hacer incrédulos y muy críticos con el ser humano. A no creer en nadie. A considerar al vecino como un posible lobo más. A tratar al de enfrente con ironía y sarcasmo en vez de con la humildad necesaria del que sabe que puede aprender del más lerdo. Y nos convertimos en erizos.

En estos casos se puede hablar de madurez emocional, pero no de madurez social.
Cuando se consigue ser maduro y a la vez inocente, se alcanza el grado de madurez máxima: emocional y social. La inocencia no es sólo no ser culpable. También supone no buscar culpables en los demás.

Pero ser inocente no significa ser lelo. Una persona inocente y madura se integra perfectamente en su entorno, crea buen ambiente a su alrededor, saca lo mejor de los demás, pero no se engaña con respecto a las debilidades propias y ajenas ni las maneja a su favor. Sólo le sirven para comprender. Y de esta comprensión surge la lucidez.

¿La madurez procura felicidad?

Ni la madurez e inocencia son antónimos ni la madurez es sinónimo de felicidad.

Pero siguiendo la idea anterior, la persona madura emocional y social, tiene mucho recorrido hecho para un estado de felicidad.

Pero también se puede ser feliz siendo inmaduro.

¿Como sé que estoy maduro emocional y socialmente?

Cuando estás dispuesto a cambiar, si es necesario.

Te autocriticas, no para machacarte, sino para mejorar. Aceptas de la misma manera la crítica ajena.

No te entregas al victimismo y a la autocompasión.

Te ríes de tí mismo y no pasa nada.

Eres libre pero te responsabilizas de tus actos sin excusas ni justificaciones.

Sabes pedir perdón y rectificar.

No esperas ser especialmente considerado por los demás.

Sabes controlar tu ira y rabia.

Huyes de reaccionar. Prefieres la acción y la anticipación.

Sabes que la vida no se rueda en blanco y negro. Hay un amplio abanico de colores. No hay buenos ni malos.

Consigues el equilibrio en tus ideas. No hay extremismo, ni el todo o nada. "En el centro suele estar la virtud".

Huyes de prejuzgar y juzgar. Prefieres comprender y saber.

Aceptas perder y sabes ganar.

Te alegras con los éxitos de otros. No sabes de celos ni de envidias.

Apenas te preocupas. Prefieres ocuparte.

Sabes que el universo no gira alrededor tuyo.

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jueves, 14 de enero de 2010

Los Toros, 5

MacVamp

No pude evitar ser parte de la cofradía tan particular que formaba mi familia. Los santos patronos tenían nombres como San José Belmonte, San Alberto Balderas (el Torero de México, como lo llamaban allá por la década de los '30), San Manolete, San Paco Camino y San Manolo Martínez (uno de los 'mandones' de la Tauromaquia de mi tierra). Yo no preguntaba, sólo observaba, con los ojos muy atentos y los oídos prestos. Hasta el mínimo detalle tiene una explicación: para nosotros lógica, para otros, inverosímil, inexistente. Pero si eres de sangre tibia, si eres incapaz de sentir pasión por algo o por alguien, miras al mundo con afán desabrido.

No reniego de mis raíces, ni de lo que puso el pan en mi mesa cada día sin falta y con sacrificio: subalternos, matadores, artesanos, aficionados prácticos y ganaderos conforman la mayor parte de mi familia. Demasiado pronto aprendí a respetar a todos y cada uno de los que, con valor ante todo, pisan un ruedo manteniendo a rajatabla viejos códigos, para algunos anticuados o dignos de ser erradicados porque no tienen cabida en un mundo moderno y muy civilizado.

No puedo mentir, lo llevo en la sangre y es mi corazón el que lo refuerza hasta que deje de latir. Me emociona, me sublima, me asusta y también me enardece. Y vivo, y siento, y me exalto y disfruto. Tragedia y gloria al mismo tiempo., una al acecho de la otra en cada segundo que transcurre el legendario enfrentamiento de hombre y bestia. No soy capaz de apreciar el arte de un Miró, pero cuántas fibras me remueve un pase de muleta estético y bien ejecutado. La taquicardia se dispara cuando percibo la entrega de aquel que busca crear arte donde otros buscarían huir.

No tuve el valor suficiente. Me faltaron cojones, lo siento. Sin embargo, he podido estar muy cerca en algún tentadero delante de una becerra. Me faltó vocación para encarar a la muerte cada tarde por mero gusto, jamás por imposición, porque el cuerpo y el alma piden crear arte en apenas quince minutos de lidia. Pero cómo disfruto y paladeo la belleza trágica que habita en el albero. La captura de un momento efímero que podría pasar desapercibido si no se mira apasionadamente.

No quiero convencer a nadie. No pretendo hacer proselitismo de una parte tan importante de mi vida, porque, a fin de cuentas, ¿cómo logras hacer entender que lo que para ti es vida, es belleza, entrega, valor, honestidad, valentía para otros sólo es masacre y tortura? Quizá todo radique en que este mundo moderno en su intento por esterilizar y sobreproteger, también busque arrebatarnos los instintos y las pasiones. Tal vez intente convencernos de que no hay muerte, de que el valor está en desuso. De que debemos sentir vergüenza por brindar admiración y respeto a aquellos que con una bestia puede crear filigranas de arte.

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martes, 12 de enero de 2010

Los Toros, 4: Lo inexplicable

Lenka
en Esperando a los buhos

Cuando me preguntó por qué, intenté explicarle que aquello era un arte, una sublime y hermosa manifestación de valor y bravura, un baile cara a cara con la muerte, la lucha ancestral entre el hombre y la bestia. Le hablé de tradición, de ritual, de sentimiento, de emoción, de algo inexplicable y hondo que navegaba por las venas de todo un pueblo, de una identidad común, de mil historias que habían ido tejiendo esa otra Historia con mayúsculas, de mil recuerdos y nostalgias de tardes de sol y nervios, de la insostenible excitación de la vez primera, de rito iniciático, de hombres corajudos y arrogantes, de asombrados ojos de niño, de sangre y arena. Le hablé de magias que no debían perderse por la ceguera cándida de unos pocos (ni siquiera de muchos), de cómo injustamente esos otros se apropiaban del amor y el respeto al noble animal, cuando qué sabrán ellos, qué sabrán de criarlos con mimo y esmero, de pasmarse ante su brío indomable, de llenarse de orgullo contemplando con qué arrestos y dignidad se baten hasta el último aliento. Qué sabrán ellos, claro, que ni comprenden ni maldito intento que hacen en comprender la verdadera naturaleza de un ser tan poderoso que jamás ha pedido ser salvado y que, sin duda alguna, sería condenado a una suerte peor si la fiesta desapareciera.

Y me salió con los derechos, claro. Como si un animal, por bello y noble que sea, tuviera derechos. Cómo puede tener derechos quien no tiene deberes ni puede reclamarlos ante un tribunal? Qué majadería. Parecía no entender que se pudiera amar de corazón a un ser vivo mientras se le negaba el derecho más fundamental y se gozaba viéndole morir. Se empeñaba en tergiversarlo todo, señalando con tozudez el desatino de, en nombre del amor, mantener porfiadamente la muerte como único destino posible. "Pero no dices que amas al toro? Cómo es que por amor y respeto disfrutas viéndole torturado? Cómo puedes amarle y afirmar que su única utilidad es esa, sangrar para elevar tus sentidos? Cómo puede ser eso amor y necedad lo que mueve a otros a desearle otra suerte? Te mato porque te amo? No lo entiendo". Claro que no lo entendía. No todos entienden el arte. Es inútil intentar explicarlo. Lo sientes o no lo sientes.

Y si no lo sientes, demonios, no te aferres a estúpidas ideas. No humanices a un animal ni le otorgues sufrimientos que no padece, ni derechos que no le pertenecen, ni te empecines en defenderlo cuando no se te ha pedido. Son excusas, meras excusas tuyas para justificar tu sensiblería. El toro es bravo y noble, nació para ser lidiado y para danzar en la plaza en ese sublime banquete de la parca. Y el hombre que se planta delante y lo desafía encarna lo más grandioso que imaginarte puedas. Es soldado, es poeta, es matador. "Pero no me echas en cara que humanizo al toro? Por qué hablas tú de nobleza entonces? Es un animal, qué pinta la nobleza en todo esto? Toda esa palabrería tuya no serán excusas para justificar un vulgar acto de sadismo?" No entiende nada. Esto es una pérdida de tiempo.

Ya que te obstinas en tus sandeces ñoñas, y eso es lo que suelen hacer los ignorantes, querido amigo, intenta al menos respetar mi libertad. Yo veo arte, nobleza, tradición, valor, una hermosura rotunda y grandiosa que tú no alcanzas a distinguir. Bien, nadie te obliga a asistir a este espectáculo. Mira a otro lado y no trates de imponer tu moral a quienes saben ver con otros ojos. Nada hay peor que la imposición de la moral. Es de dictadores. Imagina que yo intentara imponerte mis principios por la fuerza. Imagina, por ejemplo, que te prohibiera ir al cine. Qué pensarías? "No veo a quién se hace daño yendo al cine. Para mantener la fiesta debes torturar y matar a un animal". Anda, claro, ya salió el paladín del buen rollo, el amante de los bichitos. Acaso no comes filetes, tú? "Digamos que alimentarse me parece más importante que recrearse la vista". Míralo, qué listo. También puedes pasar sin carne. "Y tú puedes pasar sin toros, imagino". No hay manera, desde luego. Cuando la gente no quiere entender, qué puedes argumentar? Animales con derechos, sadismo y hasta machismo te sacan a relucir. Lo que sea con tal de no reconocer que, sencillamente, no les gusta la fiesta porque no la entienden. Porque se dejan llevar por la blandura más cursi y mojigata. Porque, en el fondo, son unos fascistas morales y sólo sus valores merecen ser respetados. El mundo va irremediablemente camino de la imbecilidad más absoluta. Ahora hay que sentir pena por un pedazo de bicho de seiscientos kilos, inocente criaturita, porque resulta que sus "derechos" están por encima de los míos. Venga ya.

En fin. Cómo alguien puede ser tan cerril de no ver la belleza, el arte, el valor, la nobleza, la extraordinaria prueba de amor y respeto a la dignidad del toro que hay en esto?

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domingo, 10 de enero de 2010

Los Toros, 3

Juan
en Adicto a la gente

No soy un entendido en la fiesta de los toros, pero me gusta. Veo arte, emoción, aventura, sorpresa, bravura, fuerza y un cara a cara con la muerte en cada lance.

Pero no todos lo ven de esta forma. Donde yo veo belleza otros ven tortura y muerte.

El único argumento que tienen los antitaurinos para prohibir la Fiesta es el sufrimiento del animal. Unico y devastador, por otra parte. Debo reconocer que es un alegato de primera magnitud.

Sin embargo, creo que hay suficientes razones para seguir permitiendo este festejo.

1. Sensibilidad

Alguna vez he leído que los taurinos somos insensibles y que las corridas de toros no son arte sino salvajismo.
Pero definir el arte es tan difícil como definir la vida. Posiblemente porque cada uno tiene su propio concepto.

Para mí el arte es cualquier obra humana que emocione a un espectador. Así pues, es realizado por un emisor y conceptualizado como tal por un receptor. Pongo especial énfasis en la emoción. Al ser meramente subjetivo, lo que para algunos es arte para otros puede ser un esperpento.

El arte y la belleza son captados por los órganos de los sentidos, pero son procesados por el cerebro que es quién moldea los sentimientos que nos produce lo aprehendido por los sentidos. Por eso, donde una persona ve objetivamente crueldad, sangre y muerte, otra, que está contemplando lo mismo, sólo ve belleza. Sucede lo mismo cuando se está ante el "Fusilamiento del dos de mayo" de Goya. Objetivamente nuestros ojos ven sangre, muerte y sufrimiento, pero nuestro cerebro ve belleza, emoción, ansia de libertad, heroismo. Algo muy similar nos pasa a los taurinos con los toros, sabemos que hay sangre y dolor, pero no es eso lo que nos fascina ni lo que nos mueve a disfrutar de este espectáculo. No somos insensibles. Simplemente tenemos una sensibilidad diferente.

2. Derechos de los animales.

¿Se pueden tener derechos sin tener deberes?. Yo creo que no. Lo considero injusto.

En mi opinión, los derechos van intimamente unidos a los deberes y, sólo existen en la realidad y no son simple papel mojado, si el sujeto de derecho los puede exigir. Dar derechos a los toros, cuando estos no tienen la más mínima capacidad para defenderlos, no sirve de nada. Sin embargo, sí que tenemos deberes hacia ellos que estarán en función de lo que cada sociedad elija, dependiendo de sus necesidades, tradiciones, costumbres o sensibilidades.

En España está permitido el sacrificio de animales destinados a la alimentación y al arte, como las corridas de toros. También se permiten criar determinadas especies para pieles. No se permiten sin embargo, el maltrato gratuito ni la muerte de animales sin una utilidad general, salvo para el que las comete. Y estoy de acuerdo con esta regulación. ¿Porqué?.

3. Libertad moral.

Por que creo en una sociedad en que la moral es una cuestión puramente individual y se deben respetar las distintas sensibilidades. La libertad moral está incluso por encima de la democracia y de los animales por que, cuando hablamos de asuntos de moral, no deben valer las mayorías. Una mayoría no puede imponer a la minoría su concepto del bien y del mal por que, en este caso, entraríamos en la peor de las dictaduras, la dictadura de la moral. Sólo hay que recordar los regímenes islámicos o, el tan cercano para nosotros, régimen franquista. Si yo estimo que ser gay es inmoral, está prohibido serlo y, al que le caze, va a la cárcel.

La existencia de la fiesta no obliga a nadie a acudir a ellas. Que se pueda comer carne no obliga a los vegetarianos. Sin embargo, la prohibición de la fiesta o la prohibición de comer carne, en base a una moral en que el bien consiste en no hacerle daño a los animales, sí impide a los que no tienen esa moral desarrollar su libertad.

Todo tiene sus límites. Hasta la libertad moral los tiene. Si una inmensa mayoría del colectivo, pongamos por ejemplo un 90-95 %, quiere prohibir algo en base a su moral, lo puede hacer. Con esto se conseguirían evitar los abusos de las minorías. No sería de recibo que en Noruega se pudieran celebrar corridas de toros o en Arabia Saudí poner granjas de cerdos en base a a libertad moral de unos pocos, como no sería de recibo que por que algunos disfruten ahorcando galgos lo puedan hacer, aunque la inmensa mayoría de la sociedad está en contra.

4. Cosas positivas de la fiesta de los toros.

1. Veo arte, belleza, valor, nobleza, entrega, emoción, lucha. Una forma de entender la vida.

2. Creo sinceramente que, sin la fiesta de los toros, estos no desaparecerían, estoy seguro que el Estado ni nadie lo permitiría, pero no serían ni el mismo número ni con la misma calidad de vida de la que gozan en la actualidad.

3. Todas esas dehesas que ahora ocupan, no se seguirían ocupando por los toros, son demasiado extensas y sería demasiado costoso y, si en un principio se intentaría, poco a poco, un alcalde por aquí y un concejal por allá, un gobierno de aquí y un ministro de allá, tendrían la magnífica ocurrencia de hacer campos de golf, urbanizaciones, etc. No en todas, pero sí en algunas y con que sólo una de esas dehesas se convirtiera en campo de golf, ya veo positivo el toreo.

4. Después de la corrida, el toro no se tira a la basura. Se come....y está buenísimo, sensacional.

5. 1.5 % del PIB nacional. 200.000 puestos de trabajo. Con los tiempos que corren, esto ya lo veo muy positivo. No es un argumento a favor de los toros. Pero es muy psitivo que la fiesta dé, aquí y ahora, 200.000 puestos de trabajo.

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Los Toros, 2: Lo que le hubiera contado a Hélène bajo los tejados de París (si hubiera sabido...)

Bowman
en El espacio de David Bowman

Las corridas de toros ya no tienen sentido, Elenita.

Lo tuvieron. Hace mucho.

Hoy están fuera de sitio, ya lo sé. Son un anacronismo y desaparecerán en nada: en pocos años, como yo mismo.

Tan cierto (salvo milagro, pero no soi experto en milagros) como que estoi escribiendo esto.

Añadiré que, aún así, nadie tiene un motivo serio, sólido y suficiente para prohibirlas AHORA. El más socorrido -el sufrimiento y los derechos de los animales- se basa en una moralidad tan fantasiosa y acomodaticia que se queda en moralina pudibunda. Los bichos NO tienen derechos. Por definición. Porque NO son personas (por más que dé una pena horrible verlos sufrir). La Fiesta es cruel, pero compararla con la ablación (que es una violencia contra las personas) es una ofensa (más) a las personas violentadas.

Un animal no es ÚNICO, no tiene conciencia, no sabe qué es la muerte, no distingue entre él y el resto del mundo (ni siquiera sabe que hay un 'él' y un 'resto del mundo'), y no tiene afectos ni amores.

Si el dolor humano es insoportable para quién lo padece no es por físico: es por conciencia de finitud, de soledad y de desamparo, es por añoranza, inquietud, desazón y desarraigo, es por el miedo a la suerte de los que ama. Un animal, jamía, no experimenta semejantes sensaciones, seamos serios. Un animal no es libre: está limitado y condicionado por respuestas 'estandard' a los estímulos. No 'crea' el mundo. No reflexiona ni abstrae y sus posibilidades de aprendizaje, por tanto, son muy limitadas.

Un animal es uno más, otro más, y no es una persona concreta y determinada con nombres, con apellidos y con una concepción del mundo. ESA persona y no otra diferente.

Por eso infligir dolor a otro ser humano es insoportable e inaceptable. La lapidación de las adúlteras, la extirpación del clitoris o las ostias en comisaría son hechos, sencillamente, injustos. Carentes de derecho. Y hay un buen motivo: cada ser humano es único e irrepetible, tiene reconocido derecho a seguir siéndolo y NADIE a negarle ese derecho. NADIE.

El sufrimiento de los animales, en cambio, podrá ser más o menos desagradable (la lenta agonía de los peces, el degollamiento del cerdo, la cría de bichos para aprovechar la piel o la muerte en masa de miles de corderos) pero no es inaceptable ni injusto. La Justicia es otra cosa. Fría, ciega y nada proclive al sentimentalismo buenista. Ni a dar pábulo a una concepción del mundo que parece extraída del catálogo ideológico de Disney (ay, no, que no tenemos ideología -¡qué ordinariez!- somos apolíticos y hacemos el bien por definición: sí o sí).

Y si se diera el caso de que los animales tuvieran derechos y fuera intolerable su sufrimiento (como se pretende) no se comprende bien por qué se han de prohibir sólo las corridas de toros y no la matanza del cerdo, la caza, enjaular canarios, usar cobayas y toda una porción de bestialidades tenidas por normales. Hasta hoy.

¿O no?

Fíjate, querida Hélène, que al llegar a este punto suele argumentarse la utilidad de la matanza (del cerdo, digo) o de la experimentación (con cobayas), lo cual es de un cinismo enternecedor. O semos o no semos: si maltratar y hacer sufrir a un bicho es malo, es malo.

Y ya está.

Sea para dar espectáculo, sea para dar proteínas.

Pues no, ya ves tú: resulta que SÓLO es crimen hacerlo ‘GRATUITAMENTE’, ‘por placer’ y sin más objeto que ‘dar espectáculo público’. Encima son los ignaros de los animalistas los que deciden el verdadero objeto -la finalidad- que tienen las cosas. Y la moralidad de ese objeto (o su carencia). ¡Como los obispos, nena! ¿Eh? ¿Qué te parece? Criar visones para hacer abrigos, por ejemplo, no tiene objeto (moralmente aceptable, al menos). Criar toros para lidiarlos en público, tampoco. Criar cerdos para hacer jamones, en cambio, sí y es, por tanto, lícito.

Curiosa moral la de estos amantes de la ‘felicidad’ animal dispuestos a identificar 'el Mal' (que ya lo han ‘identificado’: el sufrimiento’ de los bichos) a extirparlo y a construir sobre sus ruinas el reino de dios en la tierra.

El de los buenos.

Así empiezan los fundamentalismos puritanos: imponiendo certezas y prohibiendo ‘El Mal’.

El Poder es la clave. Prohibir falsedades e imponer certezas (y mira que yo tengo unas cuantas) está chupado (si tienes Poder para ello, claro). No sé si sabes quién fue Savonarola. Sí, vale: un chulillo imbécil, sobrado y con mucho apoyo popular, para resumir. Con Poder, vamos. Con mucho Poder, como tío Adolfo H, que tampoco tuvo poco y aún con todo ese apoyo metió la gamba hasta la ingle. Hasta aquí, vida mía.

Bueno, que te voi a contar que no sepas.

Ya lo dijo Salomón: ‘coma mierda, cien mil moscas no pueden equivocarse’.

Si el gran argumento ‘científico’ para acabar con La Fiesta -ese milagro- es el de que treinta millones de ciegos niegan el sol porque no pueden verlo, hacemos un pan como unas obleas.

Por éstas.

Derecho tendrán a acabar con la Fiesta de los Toros (y hasta con el turrón de jijona, si les da por ahí), pero mi visión es que se equivocan de medio a medio como se equivocaron los talibanes dinamitando los Budas gigantes de Bamiyán. No porque la Fiesta de los Toros sea una obra de arte (polémica en la que no entro) sino porq es, sencilamente, un legado del tiempo, un patrimonio inmaterial y, desde luego, un auténtico milagro.

Sí, la Fiesta es un milagro, no te rías: que en el siglo XXI se sigan ‘corriendo los toros’ más o menos como en el siglo XV es, antes que ninguna otra cosa, un milagro. Una rareza. Una reliquia del pasado, para que lo entiendas. No, no: no exagero. Para nada. Una ceremonia ritual. Un residuo. Un regalo del azar. Una cápsula de tiempo. Una celebración -fosilizada, eso sí- más complicada que un espectáculo (deportivo, circense o, simplemente, mediático).

Arqueología inmaterial.


Lo esencial es invisible a los ojos

Yo no sé si hace falta estómago -o qué hace falta- para ver la ‘tortura’ de un bicho. Para empezar, supongo que talento para ver más allá y atisbar lo que hay detrás de todo ese espanto objetivo (pero nunca caprichoso ni gratuto ni sin sentido, ojo).

Claro que el talento, por lo que parece, está poco repartido.

Lo esencial es invisible a los ojos -ya sabes, Hélène- así que para verlo hay que usar las orejas, las uñas o el corazón. Y, desde luego, el talento, que se le va a hacer, ma belle. Sin talento, te recuerdo, empiezas confundiendo un bicho con una persona y acabas en cueros, pintado de rojo y tirado en una acera participando en un happening gore. Walt Disney hizo -y hace aún- mucho daño con su simplicadora y pornográfica moralina ‘middle class’ (que no deja de ser también tribal, si a ello vamos).

La Fiesta de los Toros es una barbaridad, sí. Y más cosas, también.

Un capricho, jamás.

Nadie dijo un día, 'esta tarde pa entretenernos metemos un torete en la plaza del pueblo, le damos unos capotazos, le hacemos putaditas y pasamos el rato. Y, de paso, lo mismo sacamos unas pesetas'.

La Fiesta es un rito (no hagan risas, gracias ¿alguien sabe lo que es un rito?) y no un simple espectáculo, más o menos entretenido, aunque haya adoptado esa fórmula ‘legal’.

Un rito -tal vez salvaje- llegado directamente de tiempos más recios y duros que estos. Tal vez del mismo Neolítico, así, tal cual. Y en todo caso -honestamente te lo digo, ma petite- un rito llegado de tiempos más francos (que no franceses). Entonces la Naturaleza era una amenaza (y no un parque natural) y la vida, una condena (y no un parque temático).

La Fiesta de los Toros testimonia fehacientemente esa visión. Lo que hoy podemos ver en una corrida es la decantación en unas dos horas de una serie de delicadas y peligrosas labores de trasteo con los toros que, sin nadie proponérselo, han terminado representando la rueda de la vida y de la muerte.

Y ese es la clave, Princesita del Olimpo Parisino. Representación.
Métetela en la cabeza y no la olvides.

Ahora ¿por qué -o cómo- la corrida terminó representando la rueda de la vida y de la muerte?

La única explicación que se me ocurre es la pura 'aclamación popular', la identificación de la gente, no sé bien en qué momento (ni siquiera si hubo un momento y no una sucesión de ellos).

No, no, mujer: nadie con nombre y apellidos lo decidió, hazte cuenta. En todo caso, lo decidieron la gente y el tiempo entremezclados, poco a poco. Es decir, fue la gente quien, espontáneamente, identificó ese trasteo (el que, para defenderse, efectuaban los peones de brega, los subalternos de los caballeritos que alanceaban toros) con la rueda espeluznante en la que todos laboramos (y nos la jugamos) cada día de nuestra vida más allá del círculo de albero.

Todos, de algún modo, somos toreros.

Y cuando el matador triunfa de verdad sobre el bicho, somos todos los que triunfamos con él haciéndonos la ilusión de que lo incontrolable se puede controlar y conjurar.

El peligro, la aleatoriedad, la enfermedad, las acechanzas y, en fin, la muerte son dominados, siquiera sea una vez, por el oficiante. Y vencidos.

Esto es así, no porque lo diga Bowman, sino porque se experimenta en las propias carnes con las dudas y aciertos que experimenta allí abajo, en el redondel, el matador jugándosela a lo largo de su faena, desafío breve -visto en tiempo de reloj- pero eterno en la ejecución. Y, lo juro, en su percepción.

La vida en un hilo. Y el tiempo, suspendido. Literalmente. Y no es literatura.

Es así.

El toreo es una habilidad inútil (en el sentido que es útil, que sé yo, la fontanería) desarrollada durante siglos de ejercicio -de peón de brega en peón de brega, de generación en generación siempre bajo la aclamación de la gente- y cuyo dominio exige técnica rigurosa y, de manera muuuuuy especial, un valor y un control sobre las propias emociones que a veces ha parecido sobrenatural.

O Arte.

A nuestros tatarabuelos debió parecerles lo primero. Y a nuestros abuelos, lo segundo. A pies juntillas. Enfrentarse a un agresivo bicharraco de media tonelada sin más arma, instrumento ni protección que la capa (el abrigo en realidad) parece cosa de brujería. En las corridas de verdad no hay trampa ni cartón y el matador lleva (si puede, que no siempre) el toro (o lo que sea) 'por donde el toro no quiere ir'. La seguridad, la soltura y el temple que exhiba al conseguir llevarlo (o no), así como su dominio de las técnicas legadas por los Maestros desde los tiempos, por lo menos, del inmortal Pepe Illo (junto con la casta y cualidades exhibidos por la bestia) son los que generan esa emoción tan especial, intensa y difícil de describir sin metáforas (metáforas que después tanta risa dan a algunos que sólo creen en realidades virtuales e icónicas).

Hoy que todo el conocimiento es realidad virtual e icónica, la televisión, el reino de la iconografía instantánea y de la inmediatez ‘objetiva’ (aunque sea a miles de kilómetros) habría hecho imposible el Mito de la Fiesta... que por eso, precisamente, debe desaparecer, a mi juicio (aunque no sé como hacerlo: dejándola morir, supongo).

Y es que antes no había nada más cierto que lo que sucedía una sola vez en mitad de la arena y a la vista de todos... de todos los que asistían a aquella comunión, claro. La Hora de la Verdad. Sólo quedaba inscrito en su memoria y si no habías estado, no lo habías visto y ya está. Estabas fuera del suceso: de El Suceso (cuasi mágico) que todos contaban. Todos lo habían visto, ergo era innegable. Una ceremonia real de verdad, compleja, antigua y que -eso sí- sigue viviendo hoy, extrañamente amojamada, en un tiempo y en una época que ya no son los suyos.

Lo mismo igual ha desaparecido ya (la Fiesta de los Toros) y las obstinadas corridas que todavía se siguen celebrando son sólo fantasmas de la Fiesta, estertores de agonía, el final.

Y es que en el mundo de la multiplicación de imágenes (de gran calidad además), en el mundo de la CNN, de la intelnés y de la camarita digital (hasta mi madre hace fotos, y eso que es ciega) los toros ya no tienen sentido. Aunque mucha gente se empecine en que sí.


La música callada del toreo

Don José Bergamín, un español (a su pesar) raro (pero raro de cojones) vio una tarde a Rafael de Paula (en El Puerto, creo). Y como no tenía cámara, registró la faena en la memoria. Después la evocó y le salió 'La música callada del toreo', libro que no es más que una concatención de imágenes verbales que intentan transmitir lo que el fundador de Cruz y Raya (no es broma ni la pareja ésa, sino una revista) experimentó aquella tarde. No sé si lo logró pero Paula, el torero gitano, salió de la Historia del Toreo y entró en la Leyenda.

Absolutamente.

Estoy convencido de que si el ojo idiota de una cámara hubiera grabado aquella faena mítica, hoy Paula no sería Paula. Ni Bergamín habría escrito jamás 'La música callada del toreo' ni nada de nada. Claro que si Alejandro (Magno) se hubiera llevado a su excursión una cámara en vez de un ejemplar de La Iliada y hubiera grabado la destrucción de Babilonia y hubiera imagen de él saludando delante de las ruinas humeantes del palacio de Nabucodonosor, hoy no sería Alejandro El Grande sino Alex, el chico de Felipo. O sea, una especie de marine de opereta, hortera, macarra y cejijunto.

Un excursionista dominguero.

Total, que la Fiesta está muerta (lo mismo que la Guerra: somos los primeros humanos que ya no se tragan aquella estulticia primordial que el clásico codificó como dulce et decorum est pro patria mori, etc, etc) Y todo ello, simplemente, porque se ha muerto la magia. La mataron la televisión, internet y la inmediatez: la precisión, cantidad y calidad de unas imágenes rápidamente distribuidas: instantáneamente. Y que, encima, persisten en el tiempo y están permanentemente disponibles. Ya nadie puede decir aquello que un aficionado le gritó a otro al salir de Las Ventas tras una faena sublime de Curro (Romero, por dios) a un toro del Conde de LaCorte. '¿Lo has visto, no? ¡Pues recuérdalo y no lo olvides porque nunca lo volverás a ver!'

Y es que el éxito secular de La Fiesta de los Toros, bonita mía, ha residido en la fascinación hipnótica que producía en el público el milagro del dominio (cuando se producía). Y esto te lo digo yo y va a misa. Cuando el matador se paraba en su sitio, se acomodaba al bicho templándole la embestida y, finalmente, lo mandaba y se lo traía toreado y pastueño a su propio terreno. Es decir, cuando se hacía con él ¿que me entiendes, amor? Tampoco es tan difícil, creo, aunque seas francesa, vamos, digo yo....

En ese proceso de ‘hacerse con él’, que podía durar un tiempo sin tiempo (¿cinco minutos? ¿diez, como muchísimo?) la plaza entera comulgaba con el matador. Como te lo cuento. Allí abajo, en la arena, se producía en un instante una transformación muy extraña que hay que vivir y que la tele no da, ni antes ni ahora, porque no la capta. La tele y las fotos sólo dan posturitas.

Y 'la verdad' del toreo es otra cosa. En 'la verdad' del toreo participan todos los tendidos, desde la barrera hasta la bandera, como una compacta masa circular que girase en torno a un centro galáctico. Ahí dentro puede durante un instante mascarse la muerte. La muerte, tía, como te lo digo: la Dama Negra con guadaña y todo. Durante un instante la ves, aterrado, aletear entre las piernas del diestro que, literalmente, en esos segundos se la está jugando (la suerte o la muerte). Y así hasta que, de pronto, el toro cambia, entra blandito y entregado en el terreno del matador, la tragedia queda conjurada, la muerte expulsada hasta mejor ocasión y la plaza entera, borracha, se pone de pie hipnotizada: una vez más ha habido milagro. Y la gente sale de la plaza haciéndose lenguas y la nueva corre de boca en boca: cada uno lo ha visto de una forma -según su situacion en la plaza- y todos torean recreando embebidos la suerte, el momento supremo -una trincherilla, un muletazo, unos ayudados- una y otra vez.

Pero hoy lo único que circula son los videos del tubo: mierda en fila india.

Antes, no. Antes, cuando no había tanto video, tanto tubo y tanta chatarra, la poesía era una necesidad vital y oías a gente transfigurada que lo había visto y que te lo contaba encandilada una y otra vez. Y cada uno a su modo. Y todos toreando con excelsos pases un morlaco invisible. Y, claro...

Y, claro, te entraba mono.

Ahora, sin poesía, no hay manera de que te entre mono. El objetivo de una Sony Hifi Fidelity Beta3D -o como coño se llame- lo ve todo pero no entiende nada porque no está programada para tener poesía (y la que tiene es sólida como el bordillo de la acera). Va al grano (hoy todo dios quiere ir al grano y acaba por no ir a ningún lado). La Fiesta ha muerto (y la Iglesia Católica, también, ya que estamos con supersticiones: a ver esos payasos de Gallup si tienen güebos de hacer encuestas sobre la percepción de la Iglesia [Católica] entre el personal, hombre, ¿no te parece, mi vida?)

Total: que me niego a que me prohiban los toros si no prohiben también las misas, las procesiones de Semana Santa, las mezquitas, los picaos de San Vicente (ver google), los animales que intentan matar dibujantes que dibujan al Profeta Muhammad -Dios lo bendiga- los penitentes descalzos, el papa y los sanfermines. ENTEROS.

En fin, que exijo discoteca en La Almudena.

Eso es todo. Y si la Fiesta ha muerto, que descanse en paz.

He dicho.

Y ahora mismo ponte guapa, Hélène, mi vida, que nos vamos a pillar tú y yo una birrita y un croque-monsieur en St Germain y a darnos el paseíto de los clochards y de los estudiantes pobres por los quais de la rive gauche mientras se pone el sol detrás de Nuestra Señora, que hace muy buena tarde, oh, la, la, la, la, bordelle...! Y mientras te contaré como se plantaba Juan Belmonte asomándose al balcón entre los dos puñales. ¿Sabes que el ‘Pasmo’ inventó eso de ‘dejadme solo’? Pues sí, él fue...

Tú eres mi morena
y te llevo a pasear
T voi a dar un beso,
tú me vas a besar...

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