Siana
en Racó de Sianeta
Tendría unos seis años. Se pasó dos horas subiendo y bajando del caballito. Lo miraba, hablaba con él. De repente, se iba corriendo a todo correr, se movía como si fuera un soldadito pensando Dios sabe qué cosas, y hablaba solo. Y luego volvía y se subía de un salto al caballito. Parecía que iba al galope. Yo creo que era muy feliz, allí solito, jugando a no sé qué (no puedo imaginarlo) con aquella escultura del caballito de bronce.
Yo pasé esas dos horas observándole y pensando cuándo olvidamos los adultos a hacer esas cosas. Me refiero a montarnos un mundo con las pequeñas cosas. A poder verlas, sencillamente. Yo creo que el secreto del tiempo lo tienen los niños. Ellos poseen el tiempo, no al revés. Y no sólo porque les queda todo el camino por recorrer, y porque están más cerca del suelo. ¿Por qué si no recordamos la infancia como si durara una eternidad? Porque las metas son a corto plazo y se desgranan los segundos. Dentro de una hora, dentro de media…uy! Y lo que falta para que llegue la noche! Los veranos no se acababan nunca. De mayores nos saltamos la semana de viernes en viernes, craso error. Las metas son a largo plazo “cuando acabe la carrera””cuando cambie de trabajo” “cuando llegue el verano” “cuando sean la hora de salir del trabajo” y lo que hay en medio pasa muy deprisa. Demasiado. Cuando consigues esa meta, buscas otra, y así. Hasta que hay más vista para atrás que para delante.
Yo creo necesario que todos sigamos siendo un poco niños, siempre. Y que la capacidad de ilusionarse permanezca intacta hasta donde se pueda. Y si ya no surge de forma natural, hay que procurar recordarlo: la infancia está en el fondo de nuestras capas de cebolla de existencia. Así que desaparecer, no desaparece.
Comentarios aqui