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Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

martes, 12 de enero de 2010

Los Toros, 4: Lo inexplicable

Lenka
en Esperando a los buhos

Cuando me preguntó por qué, intenté explicarle que aquello era un arte, una sublime y hermosa manifestación de valor y bravura, un baile cara a cara con la muerte, la lucha ancestral entre el hombre y la bestia. Le hablé de tradición, de ritual, de sentimiento, de emoción, de algo inexplicable y hondo que navegaba por las venas de todo un pueblo, de una identidad común, de mil historias que habían ido tejiendo esa otra Historia con mayúsculas, de mil recuerdos y nostalgias de tardes de sol y nervios, de la insostenible excitación de la vez primera, de rito iniciático, de hombres corajudos y arrogantes, de asombrados ojos de niño, de sangre y arena. Le hablé de magias que no debían perderse por la ceguera cándida de unos pocos (ni siquiera de muchos), de cómo injustamente esos otros se apropiaban del amor y el respeto al noble animal, cuando qué sabrán ellos, qué sabrán de criarlos con mimo y esmero, de pasmarse ante su brío indomable, de llenarse de orgullo contemplando con qué arrestos y dignidad se baten hasta el último aliento. Qué sabrán ellos, claro, que ni comprenden ni maldito intento que hacen en comprender la verdadera naturaleza de un ser tan poderoso que jamás ha pedido ser salvado y que, sin duda alguna, sería condenado a una suerte peor si la fiesta desapareciera.

Y me salió con los derechos, claro. Como si un animal, por bello y noble que sea, tuviera derechos. Cómo puede tener derechos quien no tiene deberes ni puede reclamarlos ante un tribunal? Qué majadería. Parecía no entender que se pudiera amar de corazón a un ser vivo mientras se le negaba el derecho más fundamental y se gozaba viéndole morir. Se empeñaba en tergiversarlo todo, señalando con tozudez el desatino de, en nombre del amor, mantener porfiadamente la muerte como único destino posible. "Pero no dices que amas al toro? Cómo es que por amor y respeto disfrutas viéndole torturado? Cómo puedes amarle y afirmar que su única utilidad es esa, sangrar para elevar tus sentidos? Cómo puede ser eso amor y necedad lo que mueve a otros a desearle otra suerte? Te mato porque te amo? No lo entiendo". Claro que no lo entendía. No todos entienden el arte. Es inútil intentar explicarlo. Lo sientes o no lo sientes.

Y si no lo sientes, demonios, no te aferres a estúpidas ideas. No humanices a un animal ni le otorgues sufrimientos que no padece, ni derechos que no le pertenecen, ni te empecines en defenderlo cuando no se te ha pedido. Son excusas, meras excusas tuyas para justificar tu sensiblería. El toro es bravo y noble, nació para ser lidiado y para danzar en la plaza en ese sublime banquete de la parca. Y el hombre que se planta delante y lo desafía encarna lo más grandioso que imaginarte puedas. Es soldado, es poeta, es matador. "Pero no me echas en cara que humanizo al toro? Por qué hablas tú de nobleza entonces? Es un animal, qué pinta la nobleza en todo esto? Toda esa palabrería tuya no serán excusas para justificar un vulgar acto de sadismo?" No entiende nada. Esto es una pérdida de tiempo.

Ya que te obstinas en tus sandeces ñoñas, y eso es lo que suelen hacer los ignorantes, querido amigo, intenta al menos respetar mi libertad. Yo veo arte, nobleza, tradición, valor, una hermosura rotunda y grandiosa que tú no alcanzas a distinguir. Bien, nadie te obliga a asistir a este espectáculo. Mira a otro lado y no trates de imponer tu moral a quienes saben ver con otros ojos. Nada hay peor que la imposición de la moral. Es de dictadores. Imagina que yo intentara imponerte mis principios por la fuerza. Imagina, por ejemplo, que te prohibiera ir al cine. Qué pensarías? "No veo a quién se hace daño yendo al cine. Para mantener la fiesta debes torturar y matar a un animal". Anda, claro, ya salió el paladín del buen rollo, el amante de los bichitos. Acaso no comes filetes, tú? "Digamos que alimentarse me parece más importante que recrearse la vista". Míralo, qué listo. También puedes pasar sin carne. "Y tú puedes pasar sin toros, imagino". No hay manera, desde luego. Cuando la gente no quiere entender, qué puedes argumentar? Animales con derechos, sadismo y hasta machismo te sacan a relucir. Lo que sea con tal de no reconocer que, sencillamente, no les gusta la fiesta porque no la entienden. Porque se dejan llevar por la blandura más cursi y mojigata. Porque, en el fondo, son unos fascistas morales y sólo sus valores merecen ser respetados. El mundo va irremediablemente camino de la imbecilidad más absoluta. Ahora hay que sentir pena por un pedazo de bicho de seiscientos kilos, inocente criaturita, porque resulta que sus "derechos" están por encima de los míos. Venga ya.

En fin. Cómo alguien puede ser tan cerril de no ver la belleza, el arte, el valor, la nobleza, la extraordinaria prueba de amor y respeto a la dignidad del toro que hay en esto?

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