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Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

sábado, 13 de febrero de 2010

Frugalidad frente a miseria

Del blog adicto a la gente.

El concepto occidental de riqueza y desarrollo, llevan a una situación de consumo insostenible. El bienestar es un concepto que se mide según unos criterios puramente económicos y de seguridad. Pero este no es mi concepto de bienestar, al menos no el más importante.

Africa es una pulga económica (sólo supone el 2% del PIB mundial) y sin embargo genera una riqueza no tangible ni medible: felicidad, sobre todo en los entornos menos contaminados por los valores económicos occidentales.

Para alcanzar el supuesto bienestar, cada vez exigimos/nos exigimos más posesiones que, sin ser necesarias, las convertimos en imprescindibles. Ya no es suficiente con un plato de lentejas, un techo donde cobijarse y algunas prendas con las que cubrirse. Nuestra sociedad consumista califica de miseria y vida poco digna cuando se tienen cubiertas estas necesidades y no se tiene para nada más.

Parece que no tener coche, vacaciones en la playa, TV, radio, lavadora, secadora, frigorífico, fines de semana en la sierra, Play station, cientos de juguetes para los niños, cocina completa y un larguísimo etc, es ser pobre. El que no los puede tener, efectivamente considera que su vida es mísera y le acarrea infelicidad. Así se llega a la conclusión capitalista que la felicidad está directamente relacionada con las posesiones.

A todos se nos llena la boca diciendo que la felicidad no está en el dinero, pero nuestros hechos nos desmienten. La mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo va dirigido a conseguir dinero para tener posesiones.

Y es una rueda inacabable porque, cuanto más tenemos, más deseamos y más esfuerzo y horas de trabajo tenemos que dedicar para seguir satisfaciendo el hambre consumista.

Todavía existen colectivos que viven frugalmente, cuidando sus cosechas o sus animales, que les dan lo imprescindible para sobrevivir en lo económico, pero vivir, y muy bien, en lo social. Comunidades en que las relaciones interpersonales, las horas de pesca en un río, las charlas nocturnas con la familia, las fiestas pueblerinas, el manejo del tiempo y el trabajo duro son ingredientes que confieren una vida pobre, según cánones occidentales, pero digna, humana y relativamente feliz. Quizás no ideal, pero sí plena. Tienen riqueza relacional.

Cuando a estos colectivos llega el desarrollismo, aumentan en algo las posesiones pero aparece la miseria. ¿Cuantos indígenas que vivían con una aceptable calidad de vida en sus tribus dan el salto a la capital y malviven y desesperan en los suburbios, eso sí, con una radio, una televisión y un coche destartalado?.

Mientras, en Occidente, dependemos de que el PIB crezca año tras año y, con cada crecimiento, insostenible a todas luces, supuestamente mejoramos nuestro nivel de vida tanto como empeoramos nuestra calidad de vida y devastamos el entorno. Y cuando el PIB no crece, es un desastre total y la infelicidad se hace aún mayor de la habitual.

Actualmente algunos economistas abogan por el decrecimiento. No como algo impuesto por una crisis del sistema, sino como algo elegido, un volver atrás en el consumismo, un sistema totalmente diferente al que tenemos. Una manera distinta de relacionarnos con el tiempo, alejándonos de la velocidad y sabiendo apreciar la quietud y la calma. Un volver atrás dejando de lado el productivismo para centrarnos en las relaciones.

Como dice Serge Latouche “el proyecto de una sociedad del decrecimiento es radicalmente diferente del crecimiento negativo, es decir, al que conocemos en la actualidad. El primero es comparable a una cura de adelgazamiento realizada voluntariamente para mejorar nuestro bienestar personal cuando el hiperconsumismo nos amenaza con la obesidad. El segundo es más parecido a que nos pongan a régimen forzado, hasta el punto de matarnos de hambre: no hay nada peor que una sociedad del crecimiento sin crecimiento. Se sabe perfectamente que una simple desaceleración del crecimiento hunde a nuestras sociedades en el desconcierto, el paro, la ampliación de las diferencias entre ricos y pobres, la reducción de la capacidad de compra de los más necesitados y el abandono de los programas sociales, sanitarios, educativos, culturales y ambientales que aseguran un mínimo de calidad de vida.”

Pero cada individuo está muy ligado a los engranajes del sistema. Retirarse del mismo es casi imposible.

No tengo respuestas. Os dejo estas consideraciones que me plantean dudas. No sé qué pasaría si empezáramos a romper círculos y cadenas y optáramos por esta sociedad del decrecimiento. La frugalidad puede no ser miseria sino una de nuestras mayores riquezas. Es más rico el que menos necesita. Quizás, más tarde o temprano, no tengamos más remedio que hacerlo. De momento, vivimos muy cómodos pero ¿por cuánto tiempo más?.

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