Del blog de Juan
Adicto a la gente
Cuando se come un pepino amargo, tenemos dos opciones:
1. Quitar lo que es adorno e interpretación y ver la desnudez del hecho: es un pepino amargo, sólo un pepino amargo. Muy bien, recházalo y punto. No te lo comas.
2. Ante el sabor amargo del pepino decidimos juzgarlo. Iniciamos un discurso teñido de pasiones: ¿cómo es posible que haya llegado a mi mesa?. ¿Cómo han podido venderlo?. ¿No debería estar prohibido vender pepinos amargos?.
Una persona que juzga continuamente su experiencia en términos de valor es alguien que busca elementos del mundo que le permitan manifestar su profundo disgusto, tan torpe que no sabe evitar los pepinos amargos, tan pesada que no sabe sino hablar de los dichosos pepinos amargos.
Este pensamiento de Marco Aurelio lo he intentado vivir a lo largo de mi vida (con resultados dispares, todo hay que decirlo).
Demasiadas veces sufrimos, no por lo que nos pasa, sino por como interpretamos lo que nos pasa.
Demasiadas veces rechazamos a otros, no por lo que son ni por sus actos, sino por lo que interpretamos de su persona y actos.
Si interpretamos el mundo, lo desconocemos.
Mirar a los demás desnudos de nuestras interpretaciones, desnudos de ideas. Mirar al mundo como es, abriendo nuestros sentidos a todas las sensaciones sin pasarlas por el filtro de nuestros juicios de valor nos acercará a la realidad, a la felicidad.
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