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Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

domingo, 24 de mayo de 2009

Las Rosas Regás y los pavonazis

Lenka
en Esperando a los Búhos

Todos los fines de semana escucho La Rosa de los Vientos, y después, por pura pereza, dejo la radio encendida, lo que significa que me duermo con Salas y me despierto con Herrera. Estoy tan acostumbrada al ritual que casi me cuesta dormir sin ese runrún de vocecitas de fondo. Hoy he vuelto al mundo de los vivos oyendo comentarios sobre Eurovisión a los que no hice demasiado caso y más tarde un par de anécdotas a las que tampoco habría prestado mayor atención de no ser por el desafortunado comentario final. Os cuento.
Charlaban Herrera y sus contertulios y uno de ellos mencionó que, según palabras de Luis Aguilé (del que sólo recuerdo algunas imágenes en blanco y negro en programas nostálgicos, y que desde mi óptica de niña era un gigantón con pinta de borracho graciosete) el susodicho se había acostado con trescientas mujeres antes de sentar la cabeza. Bien. Vale. Risas cómplices y un par de bromas sobre si las señoras creerían que el desmesurado tamaño de sus corbatas era indicativo de otros tamaños más interesantes.
A renglón seguido, se nos cuenta que la escritora Rosa Regás ha dicho tajantemente haber follado todo lo que ha querido en la vida, especificando además que, si se le retrasaba un vuelo, aprovechaba la obligada espera en el aeropuerto para echar un polvo con algún desconocido. No hubo risas cómplices, ni aplausos a la brava señora, ni siquiera alguna chanza sobre lo morada que se habrá puesto si solía volar con Iberia. El comentario fue: "viéndola ahora, quién diría que tuvo tal poder de seducción?"

Rosa Regás es una mujer mayor, por lo que, en nuestra cultura de culto al cuerpo dictatorial en la que una actriz de cuarenta años es poco menos que una anciana, podemos afirmar que ya la consideramos (a la escritora) invisible, asexual y con un pie en la tumba. Cosa que no nos ocurre con Connery, con Julio Iglesias o con el anteriormente citado Luis Aguilé, que, francamente, nunca fue un Adonis. Existe, desde luego, un feminismo radical y feminazi, y existe un machismo radical, nazi y castrante. Y luego existe el otro machismo, ese tontorrón, infantil, bobo de baba, asumido, normalizado y corriente que, si me permitís, voy a bautizar como "pavonazi", porque es al mismo tiempo una perpetuación de la imbecilidad adolescente y una exhibición bastante ridícula de hombres pavo real.
Hugh Heffner es un héroe para muchos, genio y figura, un tipo divertido, un vividor, qué bien se lo monta (y se las monta), toma ya, con dos cojones. Cómo nos reíamos con el doctor Iglesias Puga, siempre dispuesto a contarnos sus hazañas de Tenorio. Son legión los hombres ilustres que han puesto cifra a sus conquistas, que se han rodeado hasta el final de nínfulas hermosas y nos han admirado por sus ganas de vivir y su alegría. Con qué saña, sin embargo, hemos tratado siempre a la mujer madura que ha conquistado al hombre joven. Qué ridícula la hemos considerado siempre. Como si ser un abuelo en batín, adicto a la viagra y rodeado de pencas tetudas vestidas de conejas no fuera también abrumadoramente ridículo, hortera a más no poder y ligeramente patético. Por qué entonces lo uno nos parece admirable y lo otro no?

Le buscamos a todo razones biológicas, químicas, neurofisiológicas y la madre del cordero. Pero no dejo de pensar que, al fin y al cabo, por exacta que sea una ciencia, no siempre se libra de nuestra interpretación. De nuestra visión, nuestros prejuicios, nuestra moral, nuestras costumbres. Nos han dicho que el macho es infiel por naturaleza, que es conquistador, seductor, no puede evitarlo. En su instinto está propagar la semilla. Y, como puede propagarla hasta el fin de sus días y la mujer no, pues qué le vamos a hacer. No es machismo, es la naturaleza. Por eso el macho busca hembra joven y fértil. No es por vicio. Es memoria genética.
Lo que nunca nos dicen es que, quizá por esa regla de tres, la mujer es por naturaleza promiscua, buscando siempre el mejor partido para sus cachorros, la mejuor herencia posible, el néctar más poderoso. No nos han dicho que quizá lo más natural sea que ellas piquen de flor en flor, siempre subiendo el listón. No por vicio, claro. Y que, una vez llegada la infertilidad, que se vuelvan aún más promiscuas, con la esperanza de encontrar a un macho que cuide de ellas en la vejez. Uno más joven y fuerte, naturalmente. Con la ventaja, además, de no acarrearle el esfuerzo añadido de ampliar la prole. Mientras tú, querido efebo, esparces la semilla entre las mozalbetas, conmigo puedes estar tranquilo. Conviérteme en tu reina madre. Pero no, parece que la biología sólo justifica lo que quiere justificar.

Este machismo infantilón no sólo niega el presente y el futuro a la mujer madura. Le niega, además, su pasado. Pasada cierta frontera la mujer no sólo ya no es, es que no fue. Queda borrada, anulada. No es sólo que Connery sea un galán a sus casi ochenta años y en cambio Meryl Streep no sea una mujer fatal a sus sesenta (sí, habéis calculado bien, son exactamente veinte añazos menos), es que no lo fue nunca. Para eso tendría que haberse muerto joven, como Monroe, o retirarse del mundo, como Greta. Cualquier cosa antes que obligarnos a ver su decrepitud. Rosa Regás (adoptada inmediatamente entre mis queridas Mujeres Malas) fue joven, por si lo dudáis, y fue lozana, rozagante, hermosa, carnal y llena de vida. E hizo muy bien si se folló a todo lo que se movía haciendo muescas en los lavabos de los aeropuertos. Y haría muy bien si hoy día siguiera moviendo las caderas siempre que tuviera ocasión. Aunque nos pareciera sumamente estúpida y ridícula, nos diera una lástima no exenta de crueldad y envidia malsana. Aunque nos obligara a pensar que nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas, esposas e hijas (horror!) también follaron todas ellas lo que quisieron o pudieron, y muchas de ellas menos de lo que deseaban, y otras muchas más de lo que confesarían seguramente por miedo a que algún corrillo de cincuentones pavonazis y vanidosos se rieran por lo bajo descreídos.

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