Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

lunes, 16 de febrero de 2009

XXX

Lenka
en Esperando a los búhos

En una ocasión de fiesta y jolgorio se lamentaba un colega de cómo somos las mujeres, y para dar solidez a sus argumentos (no entiendo muy bien cuáles ni cómo) preguntaba al auditorio a cuántos de los presentes varones les molaba el porno. Se alzaron todas las manos, todas. Cuando el tipo repitió la pregunta a las féminas, sólo se alzó mi mano. En aquel momento tendría que haber dado muchas explicaciones y matices que, dado el incalculable nivel de alcohol en sangre de la concurrencia, habrían caído en saco roto. Pero la cosa me siguió zumbando en la mollera, así que hoy, con tiempo y lucidez, creo poder explayarme.

Me gusta el porno como idea. Si podemos disfrutar viendo cómo otros aman, sufren, viven mil aventuras, cometen bajezas u obran prodigios, podemos disfrutar también viendo cómo otros gozan de los placeres de la carne. Por qué no? Es un goce que compartimos y entendemos. El sexo forma parte de la vida. Hasta ahí, todo estupendo. Ahora bien, lamentablemente no me gusta el porno tal y como es. Vaya por delante que hablaré por mí, daré mi opinión, teclearé en primera persona. En modo alguno pretendo ni voy a ser la voz de nadie, ni de mis amigas, ni del vecino del quinto ni del Santo Padre ni de las mujeres en general. Yo.

El porno, tal y como es, no me gusta por varias razones. La primera de ellas es que entiendo que está hecho por hombres y para hombres. Es decir, para su uso y disfrute. Es decir, desde un prisma totalmente masculino. Pero digo más, desde un prisma tan ostentosamente falócrata que pasma. Vayamos por partes.

El porno, en general, recrea fantasías masculinas. Y añado: pueriles hasta el paroxismo. Se repite todo. Se repite el esquema de la coyunda, véase, un minutejo de cunnilingus, una generosa felación, vaginal, anal y explosiva eyaculación sobre ansiosa anatomía femenina. Una y otra vez, con pocas variantes. Se repite el arquetipo femenino, véase, rubia neumática. Hasta el punto que lo que se salga de ahí se etiqueta adecuadamente: asiáticas, latinas, negras, gordas, lo que proceda. Como si no fueran mujeres, o fueran mujeres raras, ajenas, de otro tipo. Se repite la parafernalia, véase, uniformes absurdos, lencería hortera, uñas kilométricas, tacones imposibles, cueros, látex. Se repite la teoría: mujeres viciosas y siempre dispuestas, en cualquier situación o momento, no importa si con uno o con catorce, sin necesidad del menor estímulo, provocación o aliciente. De hecho, normalmente son ellas las que atacan al macho, quizá el súmun de la fantasía masculina.

Naturalmente, se repite la escena lésbica en toda película del ramo. Otra fantasía recurrente. Supongo que será una mera cuestión numérica (mejor cuatro tetas que dos). Pero claro, las lesbianas del porno no son lesbianas, porque el hombre siempre va incluido en el numerito, ya sea como mero espectador o incluso participando. La lesbiana no es lesbiana, es una señora calentona dispuesta a lo que sea por excitar al hombre. La lesbiana es cualquier mujer con ganas de cumplir las fantasías de su contrario, la posibilidad maravillosa del trío con la cuñada. Es más, la mujer que se excite con escenas o fantasías lésbicas es considerada por el hombre como abierta, chachi, moderna. Jamás hay escena entre hombres, porque da asco. Porque un hetero no debe excitarse con semejante marranada. Supongo que la conclusión entonces es que, en general, el hombre hetero que no se excite viendo sexo gay es carca, cerril y conservador. Y nunca será lo bastante moderno o abierto como para plantearse cumplir la fantasía del trío con el cuñado. A santo de qué tantas implicaciones? La fantasía es fantasía. El sexo es sexo. Es hermoso y es excitante, lo protagonicen macho y hembra, dos hembras, dos machos, una legión o la comunidad de vecinos en pleno. Por qué tanto miedo? Que me excite una escena entre féminas no me convierte en lesbiana, ni siquiera en bisexual, no soy más moderna ni más cool. Sólo empatizo con lo que transmite la escena, con lo que sé y conozco del placer, el mismo que ellas me dicen sentir. Es la misma empatía que siento cuando le río un buen chiste al villano, y eso no me convierte en sociópata. Cada cual sabrá qué le pone y qué no, pero esa repugnancia masculina ante lo homosexual y ese gusto tan normalizado por el rollo bollo me resulta de lo más curioso e incongruente. Supongo que la única explicación es la obvia: que las escenas tortilleras del porno son absolutamente masculinas y heteras en el fondo. Jamás veremos una escena lesbi sin falos, reales o plastificados. Siempre hay penetración. Pero es más, es que siempre hay falos insertados hasta la laringe. Y, por más que lo medito, no logro entender qué estimulación puede sentir una lesbiana chupando un dildo. Siendo penetrada quizá (las hay que lo disfrutan, las hay que se asquean con la idea), pero metiéndoselo en la boca y fingiendo una felación?? No les gustaría hacérsela a un ser vivo gozante, así que imaginaos a un cacho goma, que ni siente ni padece. A no ser, claro, que las tías tengamos otro punto G en la tráquea, y yo sin enterarme!!!

Ellas no importan mucho. Cumplen una función estética, de entrega total, de sumisión, de complacencia. Importa la eyaculación (que es el premio gordo). Ellas, al fin y al cabo, viven un contínuo y agradecido orgasmo, desde que el butanero abre la puerta y las mira. El placer de ellas es facilísimo, no requiere esfuerzo ni dedicación. Ellas gozan porque ellos gozan. Simplísimo. Y no hablemos ya de los planos!! Otra cosa que no comprendo. Dicen que la belleza está en el interior, pero cielos... tiene que ser tan literal? Por más que lo intento, no logro ver qué tiene de erótica una fosa abisal, un útero o un intestino. Y no me explico cómo es que no se venden en los Sex Shops vídeos de autopsias o de operaciones a corazón abierto. No me explico cómo es que no hay más tíos estudiando ginecología o patología forense. Semejante genitalidad me baja la líbido a los talones. Semejante devoción por el agujero (el que sea), por su capacidad de dilatación, por contabilizar cuántos objetos fálicos o falos de tomo y lomo caben por el mismo resquicio, me asombra. Pero resulta que es la esencia misma del porno. Tienen que enseñarnos que es real. De nuevo me resulta pueril y simplón. Cuando voy al cine no necesito que los actores palmen de verdad, ni que sangren de verdad, ni siquiera que lloren de verdad. Me basta con que me lo hagan creer de manera convincente.

Para mí ninguna escena de cine porno puede superar jamás en erotismo, belleza y calentura de bajos a cualquier escena sexual de una peli normal y corriente. Jamás. Porque lo que yo quiero es ver caras de placer, gestos de placer, oír susurros, frases cochinotas, una caricia ruda, una ropa que se aparta con impaciencia, el sudor que te pega el pelo, el carmín que se emborrona. Conozco perfectamente los mecanismos fisiológicos de la penetración, me sobra imaginación y experiencia propia para evocarlos en mi mente, así que no concibo que sea de vital importancia mostrarme un cacho de carne meterse a empellones en otro cacho de carne con posturas imposibles y cámaras indiscretas. Ya sé lo que es. Ya sé que están fornicando. No soy cortita. Enséñeme usted la cara de nirvana que ponen, que ya me imagino yo el resto. Puestos a enseñar, enseñe usted algo que vaya más allá del ariete. Enséñeme que se puede tocar el sexo de alguien sin que parezca una zambomba o una batidora, enséñeme caricias, roces, juegos en la ducha, un pañuelo de seda, una pluma, dejarse la ropa puesta, hielos, bombones, nata montada, cojines, las mil posibilidades, y no sólo un martillo neumático taladrando a una tía con la pierna detrás de la nuca pa que veamos todos que es verdad, sí, sin trampa ni cartón, vamos, como que está la cámara tan cerca que le puedo contar las venas a la muchacha.

No hablemos de los diálogos, por los dioses benditos. De verdad, lo juro, no necesito que declamen a Shakespeare, no necesito que se casen al final y tengan hijitos. En serio. Pero cristo, por favor, cómo puede alguien excitarse con cosas del tipo: "mmmm, vaya, ya veo que eres una guarrilla!! Ay, sí, es que tengo aquí como un picor... rásqueme, Señor Director". Eso es, como poco, para espatarrarse, pero de la risa. Me juego lo que sea, a ojos cerrados, que en cualquier dormitorio, en la más corriente y moliente alcoba conyugal de matrimonio de toda la vida se pronuncian frases más excitantes y evocadoras que en estas desgracias guionísticas. Apuesto lo que sea a que el sueño tórrido de una novicia carmelita del medievo me resultaría más lascivo y provocador que cualquiera de estas escenas chorras e insulsas. Y es que esa es otra. Cuando se quieren poner originales, creativos, culturetas y exquisitos, aún la fastidian más. Porque vamos a ver, por favor, si a usted se le antoja contarme una historia erótico festiva basada en las andanzas de una frívola y siniestra princesa de Transilvania... pretende que me la crea encarnada en la típica y tópica tiparraca peliteñida, con uñas de porcelana, tanga de leopardo bajo los faldones, tacones de aguja, vello púbico en forma de corazón y pechugas de silicona??? Usted se cree que para trasladarme a los Cárpatos en plena orgía de vicio basta con agarrar a la Playmate de Febrero del dos mil y ponerle un corsé de plástico???

Un poco de realismo no vendría mal. A mí me encantaría. En el físico, para empezar. Estoy hasta la peineta de tías de goma y chorbos con pinta de marines depilaos. Y hasta el moño de situaciones inverosímiles que rozan el esperpento y rebasan la cutrez. Hasta las orejas estoy de escenarios casposos, de impedimenta ridícula. Harta del butanero con bronceado californiano recibido a puerta gayola por una penca en picardías, botas hasta el muslo y un plumero en la mano, así, fíjese, es que me había puesto cómoda para limpiar el polvo... ven pacá que te vi a dar yo polvo del güeno. Es que me escojono a mandíbula batiente. Por favor, cuéntenme algo que pueda creerme. Sáquenme a un chaval normalito, qué sé yo, un estudiante con sus vaqueros, su camiseta de Maiden y sus gafas trincando contra la pared a una chica con falda hippie y sin pintar, escondidos en el laboratorio de química. Cuéntenme la del fontanero si quieren, pero con una señora hermosa, normal, de carne y hueso, una que podría ser yo misma, o la cajera del super, poniéndose morada con el del quinto, pa que la próxima vez que nos crucemos en el portal se me escape una sonrisita tonta.

Hablen de sexo, puro sexo, sin argumento, sin moraleja, sin valses nupciales al final, pero de un sexo real, reconocible, empatizable, imaginable, de algo que suene y huela a sexo, que yo pueda fantasear que es posible, que le puede pasar a cualquiera. Cuenten historias de perversidad psicológica, de aventuras escabrosas, de fornicios prohibidos. Déjenme ver mujeres maduras, hombres con pelos, pecas, lunares, pechos de carne (para los que los hayan olvidado: son los que se mueven), zapatos bajos, bragas, bravos vikingos o monjas lujuriosas, pero que se pueda creer. Y, lo lamento, las monjas no usan ligueros. Ni carmín. Déjenme jugar a creer que esa podría ser una monja, oivá, flípalo, colega. Qué fuerrrrte. Déjenme creer que ellos no ven las cámaras, como en una peli cualquiera. Que estoy siendo la mirona de una escena privada. No me metan la cámara en la entrepierna de nadie, porque yo tampoco quiero pensar que hay cámaras con ellos.

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