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Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

lunes, 12 de enero de 2009

Sobre derechos y deberes

Celadus
en Memorial de Isla Negra

Siempre me ha sorprendido ver en los centros sanitarios de la Junta de Andalucía los carteles informativos sobre los derechos y deberes de los pacientes o usuarios, como se les llama ahora: una larga lista de derechos (30) y una mínima lista de deberes (6). Derechos que todo el mundo exige cuando se tercia –cosa absolutamente normal y nada reprochable- y deberes que una gran mayoría parece desconocer o, simplemente, les importan un pijo. Deberes que incluyen, entre otros, el cuidado del material y el trato respetuoso hacia el personal que les atiende. Y esta desigualdad entre los platillos de la balanza no responde a otra razón más que la obsesión enfermiza de los cargos públicos por lo políticamente correcto, por quedar bien ante los electores, somos los más chachis, supermodernos, el cliente (y la clienta, faltaría más) siempre tiene la razón y toda esa monserga. Así que una parte nada desdeñable de la clientela se envalentona a menudo, sintiéndose respaldada por sus derechos del usuario y se pasa los deberes por el forro de la entrepierna, además de pasarse también varios pueblos. Nunca he visto a nadie montar un pitote por tener que esperar su turno en la cola del banco, o llamar a un funcionario de hacienda “chaval”, “quillo” o “muchacho” o a una funcionaria “muchacha” o directamente, “chocho”. Pero sí lo he visto a menudo en los hospitales al referirse al personal sanitario, especialmente a los que más tratan con paciente y familia, auxiliares y enfermeras.

En los servicios de urgencias la cosa es mucho más sangrante. A menudo se ha llegado incluso a la agresión física. La verbal es moneda corriente. Comprendo que la enfermedad suele ser muy jodida y que todo el mundo quiere que se le atienda de inmediato. Pero también es verdad que mucha gente acude a urgencias para evitar tener que esperar la cita en su ambulatorio o centro de salud y que, no contentos con saturar un servicio y recibir en unas horas las atenciones que por vía normal tardarían semanas, montan el espectáculo acusando al personal de vagos sin sentimientos, pasotas de pijama blanco que tratan a las personas como objetos. No saben, o no les importa, que ese personal esté sometido, además de la presión propia de la profesión, a unas condiciones de trabajo a menudo cercanas a la explotación, muchas veces con contratos basura, con bajas que no se cubren y que tienen que suplir los propios compañeros, y un sin fín de despropósitos que sería demasiado largo enumerar.

Por eso, a veces, el asunto toca fondo y pasa lo que pasa. Imaginad la escena. Servicio de urgencias de un hospital comarcal. Un cliente que lleva varias horas esperando, tras haber sido clasificado en función de la urgencia de su patología, comienza a montar el espectáculo a voz en grito, diciendo que a esto no hay derecho, que se le atienda de inmediato, entrando incluso en zona restringida y molestando, por cierto, con sus gritos al resto de los enfermos. El tipo, finalmente accede a la consulta del médico y allí continúa su monserga ante el facultativo: que si tengo derecho a esto y a aquello y rematando con la socorrida frase “porque a ti te pago yo con mis impuestos”.

Ernesto es médico de urgencias desde hace ya muchos años, arrastra ya las tablas suficientes como para que esta situación no sea nueva. La ha vivido ya otras tantas veces. De modo que Ernesto espera pacientemente a que el cliente acabe de despotricar. Entonces saca del cajón de su mesa una calculadora y aparenta hacer unas cuentas. Tras dejar la calculadora sobre la mesa, mira al cliente y sin perder la calma ni elevar la voz le responde:
- Usted me paga a mí exactamente veinte duros.
Ernesto saca de su bolsillo una moneda de cien pesetas y la pone sobre la mesa.
- Aquí los tiene usted – le dice sin perder la compostura y muy educadamente-. Y ahora, váyase a tomar por culo, que no me sale de los cojones atenderle.

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