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Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

jueves, 8 de enero de 2009

Soledad en la era de la comunicación

Juan
en Adicto a la gente

Nací en comunidad. Barrio obrero en las afueras de Córdoba. Casas unifamiliares. Puertas abiertas durante todo el día. Personas entrando y saliendo de las casas sin pedir permiso, no era necesario concertar ninguna visita. Hombres en el bar, tras su jornada laboral, jugando al dominó o las cartas. Mujeres sentadas en sus sillas, en plena calle, tras terminar las labores del hogar, hablando de una y mil cosas. Niños jugando fuera de sus casas durante todo el día. No existían teléfonos, ni ordenadores, ni aviones o trenes que te llevaban a cualquier sitio en un santiamén. Los había, pero ni se necesitaban ni se podían pagar en la mayoría de casos. No habían psicólogos, sino amigos.

Era una vida más humana, con todo lo que implica el término humanidad, en lo positivo y negativo. El mayor contacto, la proximidad, te daba lo mejor y lo peor de los demás. Existía una exaltación de la comunidad y un sacrificio, mayor o menor según el caso, en cuanto a libertad e individualidad. Era necesario seguir determinadas normas para que no te apartaran de esa comunidad o te criticaran. Era el precio a pagar.

La sociedad ha evolucionado y, como sucede en la mayoría de las revoluciones sociales, hemos ido de un extremo del péndulo al otro. En vez de centrarnos en cambiar lo malo del sistema anterior, hemos reaccionado sustituyendo los extremos existentes por los extremos contrarios. De la exaltación del colectivo hemos pasado a la exacerbación de la individualidad. Hemos cerrado las puertas al vecino de carne y hueso y hemos abierto nuestros móviles y ordenadores al avatar de Barcelona, Asturias o Argentina, que son personas de carne y hueso, y que se puede establecer una maravillosa comunicación, pero que nunca pueden ser sustitutos de unos ojos que te miran, una sonrisa que lo dice todo o unos gestos y una carne que dan una sensación de realidad imposible de imitar con unas simples teclas. La diferencia que hay entre enviar un abrazo y darlo. No hay comparación posible.

Seguro que en los comentarios a esta entrada van a aparecer causas a este aislamiento que no se me hayan ocurrido, pero ahí van algunas que yo veo.

1. La primera es el afán de individualismo por una, a mi modo de ver, incorrecta creencia de lo que se necesita para ser libre. Diferenciarse de la comunidad, para no tener que seguir unos cánones de conducta supuestamente obligatorios, para poder tener capacidad para seguir los dictados de nuestra razón o ideales. De esta forma se crean tribus pequeñas, con los mismos intereses y con poca relación con el resto de la sociedad. En estos pequeños colectivos, se hace especial hincapié en las diferencias con los otros, creándose un elitismo poco sano, en donde los buenos somos nosotros y los malos los demás. Nos cargamos de razones y nos auto-potenciamos con el apoyo que recibimos de nuestro propio grupo. Se obvia la autocrítica porque nuestras mentes se han cerrado y sólo quieren saber de la maldad de los que no son como nosotros. Como ejemplo basta recordar la política española. Algunos de derechas sólo se relacionan con otros de derechas y viceversa. Todo lo que hace el rival es malo y todo lo que hacemos nosotros es maravilloso. Los adversarios son unos impresentables mientras no demuestren lo contrario. De esta forma se pierde la oportunidad de conocer todos los posibles puntos de vista, los motivos de los demás para pensar como piensan. Terminamos confundiendo a las personas con los ideales y cerramos nuestro círculo de manera penosa.

2. Consumismo. La felicidad, te repiten una y otra vez desde todos los medios de comunicación, radica en tener lo último y lo más. Hay que coleccionar posesiones. La sonrisa de un niño es muy fácil de conseguir con la última Play Station. Los regalos a nuestros hijos han pasado de ser una excepción maravillosa y mágica a una rutina para demostrar lo mucho que les queremos y, a la vez, demostrar a los demás lo buenos padres que somos por lo mucho que nos sacrificamos para que a ellos no les falta de nada....material. De esta forma entramos en una espiral inagotable. La auténtica trampa del consumismo....nunca se termina, siempre queremos más y más. No hay fin. Suspiramos por un pisito, cuando lo tenemos queremos un chalet, a continuación “necesitamos” el apartamento en la playa, después el coche último modelo.....hasta el infinito. Cada vez “precisamos” más......y cada vez hay que trabajar más para conseguirlo. Vienen las prisas, los agobios, la falta de tiempo y la inversión de valores: lo más importante de nuestra vida son los amigos, familia, el contacto humano, pero la mayoría de horas las dedicamos al trabajo para obtener el dinero que nos permite conseguir más posesiones......que nos van alejando de lo que teóricamente más nos importa. Tenemos que vivir rápido, muy rápido, no podemos perder tiempo, tenemos demasiadas expectativas que cumplir y demasiadas “necesidades” que atender.

3. Evitar heridas. Construimos un imagen de nosotros mismos y gastamos una enorme cantidad de energía en mantenerla incólume. Necesitamos que los demás nos vean como nosotros queremos que nos vean, que es lo mismo que decir como nosotros desearíamos ser y no como somos en realidad. Pero continuamente nos “agreden”, porque no todos pasan por el aro de nuestros deseos. Sentimos la crítica como una no aceptación de nuestro ser. Para no poner en peligro nuestra “supuesta identidad” nos apartamos para que no hieran nuestra posesión más sagrada: nuestra percepción de nosotros mismos. Al no exponernos no nos lesionan, pero entramos en una situación de soledad.

4. Vergüenza. No dar el primer paso. Pensar que se va a hacer el ridículo o que nos van a rechazar. Suele existir una autoestima baja en este tipo de situación.

5. Falta de compromiso a largo plazo. Nuestros amores o amistades sirven para divertirnos aquí y ahora, no para establecer lazos duraderos, una comunicación a corazón abierto. Se utilizan para satisfacer los picores sexuales de una manera rápida, eficaz y limpia, sin necesidad de poner al descubierto nuestros sentimientos. Sirven para la discoteca, donde el chunda chunda impide la formación de una relación basada en la persona y no en la fiesta. Son reemplazables. No los cuidamos ni los mimamos. A la primera de cambio nos divorciamos, porque tenemos poca capacidad de sufrimiento, de paciencia. Es más fácil terminar una relación que defenderla. Utilizamos a las personas como pañuelos de un único uso en vez de servirnos de ellas para crecer conjuntamente. La entrega puede doler, quizás nos haga más vulnerables, quizás alguna vez nos dañen, pero sin heridas no hay crecimiento. No estoy en contra de nada de lo que he citado, el divorcio, el sexo rápido, la diversión, la fiesta, todo puede ser positivo en determinadas situaciones, sólo es negativo cuando es el único sistema de acercamiento a los demás.

6. Tecnología. La capacidad de comunicación que nos ofrecen las nuevas tecnologías es increíble, maravillosa, pero también puede ser peligrosa si no se usan con precaución. Personas con dificultades de relación pueden escoger el camino fácil de internet para establecer las relaciones que son incapaces de conseguir en persona. Esta “facilidad” entierra la posibilidad de vencer su incompetencia y terminan encerrándose en la comodidad de su teclado. En estos casos, el ciberespacio no aumenta las posibilidades de relación sino que las limita a este medio.

Las consolas, si no se controlan, son un medio maravilloso para que los padres no tengan que acompañar al niño al parque para que juegue con otros niños, o para tenerlos calladitos sin poner los nervios de punta. Nunca los niños han tenido tantas cosas materiales y, sin embargo, nunca han estado tan solos como en la actualidad. Y no es sólo culpa de la tecnología....

7. Desinterés. El egocentrismo siempre ha existido, pero no tanto como ahora. Sólo nos interesa lo que tenemos que decir, no lo que los demás nos quieran contar. Se lleva demasiado el no meternos en las vidas de los demás y que los demás no se metan en las nuestras. Pero si no nos abrimos, los demás hacen lo mismo. Todo tienen sus límites, por supuesto, pero si somos excesivamente restrictivos, estamos abocados a la incomunicación y la soledad. A mí me interesa la vida de los demás, sus penas y sus triunfos, sus alegrías y sus desgracias, y no para el chismorreo o para establecer juicios, sino para el conocimiento, para establecer la relación y, en algunos casos, el compromiso. Pero esto exige reciprocidad.

8. Miedo. Siempre el miedo. En los anteriores siete apartados ya he hablado de miedo sin pronunciar la palabra. Miedo a no estar a la altura, a que sean mejores, a que no nos respeten, a abrirnos en exceso, a la vulnerabilidad, a la decepción, a la pérdida, al apego pero, sobre todo, miedo a nosotros mismos.

Nací en comunidad, crecí en soledad, maduré de la mano de muchos y quiero seguir mi camino hombro con hombro, espalda con espalda, corazón con corazón.

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