Bienvenidos

Este es un blog dedicado a las opiniones e impresiones, sobre todo y sobre nada, de quienes las escriben. Cada uno con su visión e ideas sostiene con su columna una parte importante del edificio. Siéntense a su sombra, hagan corrillo, beban de sus fuentes, ríanse, emociónense, abúrranse, comenten la jugada, o incluso añadan su propio fuste y capitel. Que lo disfruten.

viernes, 30 de enero de 2009

El tío de la barbita

Rogorn
en Blogorn

Una de las cosas que pasan cuando vives en una ciudad pequeña es que te encuentras a gente que conoces por la calle fácilmente. Afortunadamente no me refiero a un pueblo diminuto de esos en los que todo el mundo sabe tu nombre (aunque quizá no tu apellido) y el de todos tus antepasados hasta siete veces siete generaciones. El de mi madre es de esos y a mí siempre me pareció un agobio. Cuando te presentan a un paisano o paisana que hizo la mili con un primo cuarto tuyo que ‘vosotros no conoceréis, claro’, siempre dicen ‘pero vaya mozos que te han salido’ mientras se les pone cara de recordar cómo se llevaban en realidad con tu abuelo, tu madre, el primo cuarto de la mili y cualquier otro pariente que, como racimo de uvas, va saliendo enganchado detrás del anterior en la conversación. O sea, que parecen estar decidiendo si les caes bien o no no ya por cómo te portes con ellos, sino por causa de si hace medio siglo alguien le movió la linde a alguien, si fue rojo o nacional, o, más importante aún, si hacía trampas al tute. Afortunadamente, no me refiero a sitios así. Yo digo un lugar de 150.000 almas, emigrado arriba o abajo (yo nunca sé si cuento o no), con lo cual resulta lo bastante grande y lo bastante pequeño a la vez.

Y traigo esto a cuento porque hay una historieta urbana de esas peculiares que uno cree que sólo le pasan a uno, hasta que la cuenta y resulta que le ocurre a todo el mundo. Hay un fulano a quien me encuentro la mayoría de las veces que voy a casa (aún es ‘casa’, claro), y reparo en él aunque no tengo ni repajolera idea de quién es. Es un tío con una barbita muy bien recortada y nunca demasiado poblada, gafas, delgadito y frecuentemente con abrigo largo, de esos que llegan por la pantorrilla. No tengo ni idea de por qué me he quedado con su careto, pero así ocurre. Cosas de esas del cerebro que luego nos contará Juan, si se la sabe.

Su cara me suena desde la Facultad, pero había varias carreras en el mismo edificio y sé fijo que no compartíamos estudios, así que supongo que simplemente al principio te suena de verlo por ahí cada día. El caso, sin embargo, es que hay compañeros de clase cuya cara no recuerdo, ni los reconocería por la calle, y al colega este sí. Y nada, un día lo veo en un bar, otro día en un cine, otro por la calle, etcétera, etcétera, y me acuerdo de él por haberme acordado antes de él, nada más. Como quien es famoso por ser famoso. Y la cosa se quedaría ahí si no fuera porque cuantos más años pasan ocurriendo esto, más se fija uno y hasta más familiar parece. Y hasta te entra curiosidad. Un día iba con una escayola en el brazo, y se pregunta uno que qué habrá pasado. Y luego se pregunta uno que qué demonios me importa eso a mí. A la vez siguiente iba con una chica de la mano. Y voy y pienso: ‘Mira, ya no lleva escayola’. Y luego pienso: ‘¿Pero seré gilipuertas?’ Otro día va con otra chica, pero no de la mano, y se me ocurre si habrá dejado a la otra. ¿Pero y si es su prima de Matalascañas? Vaya memez.

Pues eso, que vaya usted a saber por qué tontería del cerebro me acuerdo de todas estas bobadas cuando luego no me acuerdo en el pasillo del súper de si me queda leche en el frigo o no. Y bueno, según pasan los años, también noto que le van saliendo canas en la barba esa que sigue igual de recortada que siempre, por ejemplo, o que tiene más arrugas donde las gafas. Y entonces ya no es una curiosidad, sino un espejo. Debe tener los años que yo o así, por aquello de coincidir en la facultad, y me supongo que lo que le veo a él otros me ven a mí. También me cruzo a veces con el abusón de sexto de EGB, que vivía en el quinto de mi bloque, y cuando coincidimos en el portal seguro que pensamos lo mismo uno de otro: ‘Menudo capullo, taytantos años y aún viviendo con su madre’. De éste sé que sigue fumando, que está mucho más gordo (¿quién no?) y que aprendió a decir buenos días amablemente. Aunque luego igual es el violador del chándal, quién sabe, porque una que hacía era apostar a ver de qué color teníamos los calzoncillos, y luego a comprobarlo aprovechando que íbamos de chándal cuando tocaba gimnasia. Se acercaba a ti, que nunca te hablaba, y te decía: ‘Oye, ¿qué mandó la de lengua para mañana?’ Y medio milisegundo antes de que te diera tiempo a conectar por qué demonios el de los cinco cates por evaluación (cuando cinco cates eran cinco cates) andaba ahora pensando en los deberes de lengua, el capullo te bajaba el pantalón y gritaba: ‘Amarillos, tío, gano yo’. El tema es que nunca le dijeron nada hasta que un día probó con una de las chicas. Entonces sí hubo tela. Claro, es que a ellas eso no les debía crear carácter. Debe ser.

En fin, que con encuentros así, entonces empiezo a pensar que me acuerdo de cuando pusieron el Corte Inglés donde antes iba a entrenar de alevín con la Cultural, de cuando la Catedral no estaba peatonalizada, y joer, la ciudad parece que rejuvenece mientras que la peña que uno conoce se hace más vieja. Y (deduce uno por deducción deductiva), supongo que entre ellos estoy yo. Y me pregunto si otro tipo que fue a mi clase y que vi con una chupa del Carrefour el mes pasado tras no saber de él en (muchos) años pensará igual. Joé, macho. Cómo sestropean los cuerpos.

Comentarios aquí